En lo bueno, y en lo malo
Isabel Naranjo
Miércoles, 8 de octubre 2014, 12:54
La irrupción en España del fatídico virus del ébola ha desatado en las últimas horas una polvareda mediática que ha vuelto a poner de manifiesto que no existen límites a la hora de prejuzgar, juzgar y sentenciar alegremente y sin ningún tipo de rigor circunstancias ajenas a la voluntad de nadie, que sí parecen alegrar a todo aquel que entienda que hay responsabilidades políticas en la figura del adversario.
El contagio de la auxiliar de enfermería en el Hospital Carlos III- La Paz de Madrid, es algo que por descontado debería haberse evitado de haber funcionado los protocolos pertinentes, aunque será la autoridad sanitaria pertinente, la que determine finalmente dónde y por qué fallaron esos controles.
Sea como fuere la noticia ha movido los cimientos de un país no sólo mediáticamente sino también económicamente y, sin ir más lejos, la bolsa española, el Ibex 35, experimentó en el día de ayer una importante caída extensible a la que registraron las acciones de compañías aéresas, cadenas hoteleras, y otros tantos holdings.
Pero todo eso que tan nefastas consecuencias tiene para el conjunto del país, no ha de servir para abrir la veda da todo tipo de especulaciones, y peor aún insultos y hasta deseos de muerte para responsables políticos o sanitarios. Y han llegado a través de uno de los fenómenos mediáticos más controvertido de los últimos años: la irrupción de las redes sociales que pronto comenzarán a estudiarse en las aulas, por los pros y los contras que su uso ha propiciado en la población.
Suponen, en líneas generales, una extraordinaria herramienta especialmente para informar o informarse, pero también para entablar relaciones de trabajo o desarrollar contactos entre personas de cualquier parte del mundo en apenas unos segundos. Pero, en la otra cara de la moneda, son el canal a través del cual muchos de sus usuarios aprovechan el escaparate, muchas veces amparados en el anonimato o una falsa identidad, para sacar a relucir los peores instintos.
Cabría preguntarse cómo reaccionaría entonces el país ante una epidemia inesperada, o cualquier catástrofe sobrevenida. Porque perder las formas no es nunca sinónimo de un discurso sensato, siquiera respetado; en lo bueno y en lo malo, internet, y las redes sociales especialmente, han de servir siempre para informar, para crear opinión, para generar debates, pero siempre desde una perspectiva sana, enriquecedora, y cómo no, constructiva.
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