Que gane el mejor

Es una frase políticamente correcta pero más allá del simbolismo que encierra ha removido conciencias. Especialmente a nivel político donde, más allá de intereses electoralistas, propios de cualquier pre-campaña electoral que se precie -¿acaso no estamos siempre en campaña?-, ha evidenciado la intención de poner coto a cualquier tipo de alianzas que no siempre han sido las idóneas ni han sido del agrado de los electores que han expresado su compromiso en las urnas.

Que el Gobierno de la Nación promulgue ahora la idoneidad de que el más votado sea quien dirija los designios de no sólo aquellos que han acudido a las urnas sino de aquellos a los que va a representar, se antoja una consecuencia lógica o el consecuente resultado de esa postura.

Es un paso, bendito sea para muchos, hacia las tan demandadas por muchos listas abiertas -¿por qué temerlas?-. El sentido común hace concluir al común de los mortales que no cabe la menor duda que es quien reciba el mayor número de apoyos quien debe convertirse en la persona que dirija los designios de la comunidad a la que ha de representar.

Con independencia de criticar el momento, más vale tarde que nunca, reza un refrán que como en tantas ocasiones no hace sino poner en valor lo que ha de sustentar cualquier acción política: la voluntad mayoritaria-popular. Y que gane el mejor.