La pugna entre el Tostón y Halloween
VIVIMOS en un mundo globalizado en el que cada vez adoptamos más costumbres extranjeras en detrimento de las autóctonas, posiblemente debido a un complejo de ... inferioridad que nos hace sobrevalorar lo que nos llega de otras latitudes y menospreciar nuestro interesante acervo cultural. Tampoco las redes sociales son ajenas a este cambio, donde la rápida difusión de tendencias responde en demasiadas ocasiones a unos intereses comerciales que son, a fin de cuentas, los invisibles hilos que mueven este teatro de guiñol en el que, consciente o inconscientemente, nos hemos convertido los consumidores.
Uno de los ejemplos más evidentes de esta aculturación lo tenemos en la pugna entre dos ancestrales tradiciones, una autóctona y otra importada, como son el Tostón y la noche de Hallowen, diferentes entre sí, aunque compartiendo el mismo objetivo: la celebración del día de Todos los Santos.
Hasta hace poco tiempo no existía esta rivalidad, ya que los pueblos de nuestro país desplegaban todos los medios a su alcance para un festejo lúdico-religioso en el que el jolgorio se mezclaba con las oraciones por los difuntos. Marbella y los municipios de su entorno no eran una excepción y la noche del 31 salían hacia el campo grupos de jóvenes, y otros menos jóvenes, para encender hogueras donde asar las castañas y pasar una velada sin otra perspectiva que la de alterar la rutina diaria. Era el «Tostón», o «Tostoná» como decimos en Istán, una palabra que nos llegó de la provincia de Murcia y que hemos mantenido alejada de las influencias comarcanas, al menos de momento, ya que mucho me temo que ambas llegarán a carecer de sentido ante la preferencia de la gente joven por el terrorífico Hallowen.
El asado de castañas, las veladas nocturnas en torno al fuego, o las visitas a los cementerios, hablan de la superstición, del temor que el más allá despertaba en nuestras sociedades, que durante estos dos días vivían centradas en el culto a sus muertos. Un mestizaje que, al menos hasta mediados los años sesenta del siglo pasado, se percibía en los días uno y dos de noviembre, cuando las campanas de las iglesias tocaban a muerto continuamente, envolviendo el ambiente en un velo de tristeza y que pudo ser el motivo de que la población quisiera evadirse bajo el pretexto de asar castañas en el campo. En este caso sólo puedo hablar de Istán, ya que es el único que conozco, pero recuerdo la angustia que producía tener ese sonido de fondo a lo largo de 24 horas ininterrumpidas. Desde la espadaña de la iglesia, los muchachos se encargaban de que las campanas no enmudecieran. Una ocupación que les permitía realizar un tostón muy particular en las alturas, aunque, sin ser conscientes de ello, estaban alimentando una tradición muy original, ya desaparecida: la «Chacotía», un aguinaldo compuesto por higos, avellanas, nueces o castañas, que las muchachas pedían a los vecinos como una particular contribución a esta sonora oración por los finados. Ante las puertas de las casas, estas espontáneas recaudadoras de frutos secos solicitaban: «Ave María. La chacotía», sin necesidad de ninguna otra explicación. Petición con respuesta inmediata, pues la gente depositaba en las cestas lo que podían o querían, a fin de que fuera degustado por los campaneros.
Hace años, investigando sobre el origen de esta tradición, supe de su origen extremeño, llamada «chaquitía» en la provincia de Cáceres o «chaquetía» en la zona de Almendralejo, desde donde pudo llegar a Istán formando parte del bagaje cultural de los repobladores procedentes del Aceuchal. Me alegró saber que, por entonces, era una tradición viva en muchos de sus pueblos, aunque desconozco si en la actualidad, las castañas también han sido sustituidas por las calabazas.
Hoy es un buen día para la estadística, que seguro la hay, y conocer qué porcentaje de personas siguió la tradición de pasar la noche del 31 en los montes de acuerdo con la costumbre, y qué otro optó por el disfraz espeluznante, por la diversión urbana que no exige caminatas ni la incomodidad de una noche a la intemperie. La respuesta sería abrumadora. Sólo hay que mirar la ilusión con que se proyectan los diferentes disfraces, o la de las madres haciendo acopio de caramelos para que sus hijos participen en una fiesta cada vez más parecida a las de las películas americanas.
El problema radica en pensar que son dos fiestas irreconciliables, puesto que una deberá fagocitar a la otra. Habría que encontrar una solución salomónica para que ambas coexistieran dentro de la libertad de elección de cada individuo, porque si el Tostón se mantiene, es gracias a personas de determinada edad, pues la juventud ha elegido la foránea. Seguro que hay fórmulas para conseguir que ninguna de ellas se pierda.
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