Mendacidad
DEFINIDA la palabra con el acierto de siempre por la Academia como hábito o costumbre de mentir, ha adoptado carta de ciudadanía ante la indiferencia ... de la sociedad que admite como algo normal el que se falte a la verdad sin consecuencias. Las noticias con las que nos invaden cada día ya no son fiables. Fake news, noticias falsas. No hay un tamiz que discierna qué se puede publicar y qué no. No hay una maquinita como ésas de los grandes almacenes que se tragan los billetes para comprobar su autenticidad. Tenemos que fiarnos de uno u otro medio de difusión y de su mayor seriedad y respetabilidad, como este periódico, por ejemplo. Claro que hace ya muchos años se acuñó la recomendación de que no dejes que la verdad te estropee un buen titular. Lo más grave es que parece que esto de la veracidad de una noticia no le preocupa a mucha gente que le da un poco lo mismo siempre que lo que se le comunique sea de su agrado. No me importa que sea una mentira siempre que me guste. Como los bolsos que se venden en el Paseo Marítimo de Marbella.
Todos hemos echado en nuestra vida una mentirijilla. Nadie, creo, está libre de pecado. Ni la monja aquella que cuidaba a Fantine en la novela de Victor Hugo que nunca en su vida había mentido. Pero para salvar a Jean Valjean de las garras de Javert le manifiesta a éste que no había visto al fugitivo cuando, en la realidad, se había escondido tras una cortina. Pero una cosa es tener que disfrazar un acontecimiento, negarlo en determinados círculos o adornarlo para darle mayor interés y otra cosa diferente es transformar el falseamiento de los hechos en un modo de vida. Y en estos días postelectorales, estamos presenciando la indiferencia de la ciudadanía frente al incumplimiento inmediato de promesas que se formularon rotundamente tras las recientísimas campañas. Y no sólo hay indiferencia, hay también una buena dosis de resignación. Parece que fuese consustancial con la política el adecuar el momento a la conveniencia.
En el Reino Unido, que no está ahora para inspirar nada, menos aún sensatez o inteligencia para buscar fórmulas de solución de problemas, se ha admitido a trámite una denuncia interpuesta por un ciudadano contra el rubicundo candidato a suceder a la dimitida entre lágrimas primera ministra. Y la denuncia no es ni más ni menos que por mentir. El titán se preocupó de repetir hasta el cansancio que la salida de la Unión Europea le ahorraría al país una millonada cada semana. Esta afirmación hecha con tanta contundencia convenció a mucha gente y, a pesar que se hizo hace ya varios años y se demostró que era de falsedad absoluta, está incorporada en la creencia de muchos que la repiten a la más mínima provocación. Una mentira, pero del agrado de los oyentes que, por eso, la asumen con delectación y se resisten al desengaño, a la prueba que no hay tal. Uno de los escuderos del mentiroso ha comparado este aserto a la amenaza lanzada por el adversario de que de llevarse a cabo el Brexit se arruinaría la economía británica y huirían las empresas como de la peste. Por suerte, esa catástrofe no ha sucedido pero no es comparable una mentira con una predicción. La mentira versa generalmente sobre hechos del pasado mientras que la otra se refiere al porvenir. Por eso, la relación del pretérito puede ser verdadero o falso pero lo concerniente al futuro, no: sólo acertado o equivocado.
No hace demasiado tiempo se observaba escrupulosamente por todo hombre o mujer de bien el octavo mandamiento, se fuese religioso o no. La verdad se entendía como un valor vinculado nada menos que a la honestidad que obligaba a mantener una actitud de sinceridad que te acompañaba toda la vida, te daba credibilidad entre tus semejantes y producía orgullo a tus familiares. Dabas la mano y con ella iba la palabra que pesaba más que una escritura pública otorgada ante notario. No es una actitud fácil, resulta más confortable irse acomodando según las eventualidades y los acontecimientos según se vayan produciendo.
Dicen que la política es el arte de lo posible. También que el florentino por excelencia cambió en la frase lo posible por engañar.
Alumnos aventajados tenemos entre nosotros.
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