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El ilustre paisanaje

CALLE ANCHA ·

Martes, 1 de octubre 2019, 08:21

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Nada hacía presagiar que Marbella, una pequeña ciudad industrial, gracias a la minería, agrícola y pesquera, forjaría una imagen (prácticamente un estigma) presidida por la ... frivolidad, la supuesta opulencia, el desenfreno y la corrupción. Sin duda esa no es la Marbella auténtica y algunos árboles nefastos evitan, con demasiada frecuencia, apreciar el bosque de la realidad. Es el aspecto que resulta más rentable mediáticamente y que resuelve muchas parrillas televisivas, así como facilita el trabajo recurrente de más de un guionista de series televisivas. Puede no gustarnos, pero la creación es libre y la ficción no puede ser censurada más que con la crítica legítima. No cabe duda de que la ciudadanía, el paisanaje de este término municipal, en su inmensa mayoría vive de su trabajo diario, bien alejada del lujo y el despilfarro y con sueldos frecuentemente precarios. Tampoco debe obviarse que durante muchos años no existió una contundente beligerancia, en contra de comportamientos públicos corruptos, por los que hemos pagado un alto precio. Ilustres visitantes dieron testimonios de las excelencias paisajísticas, climáticas y humanas desde que Marbella era una pequeña ciudad. Mantuvo relación, por vinculación familiar, el gran filósofo y periodista José Ortega y Gasset. Descubrió también las esencias marbellíes, especialmente de la zona de Las Chapas, el escritor español, nacido en La Habana, Alberto Insúa; de larga y fructífera trayectoria en los campos del periodismo y la literatura. A pesar de contar con la autoría de varias decenas de novelas largas y breves, su mayor éxito lo alcanzó con 'El negro que tenía el alma blanca', quizás porque llamó la atención del director Benito Perojo, que la llevó al cine en dos ocasiones: una versión muda de 1926 y otra sonora y musical de 1934. Insúa escribió sobre las cualidades de la naturaleza marbellí. También fueron objeto de testimonios literarios las visitas que efectuó el autor de 'El bosque animado' y 'el hombre que se quiso matar', Wenceslao Fernández Flórez, además un excelente periodista con quién la crónica parlamentaria alcanzó categoría literaria. Otros escritores, en diferentes épocas, frecuentaron Marbella. Uno de ellos fue Víctor de la Serna, hijo de la escritora Concha Espina. De igual forma el poeta José Carlos de Luna, amigo de Edgar Neville, este último director de cine, escritor y periodista, introductor, junto a Ricardo Soriano para la llegada de otros ilustres paisanos. Mucho después arribarían otros autores, como Harold Robbins, con yate en Puerto Banús, al igual que el novelista y guionista de Hollywood Peter Viertel, esposo de la actriz y vecina de la ciudad, Deborah Kerr. Durante años fue habitual, en la etapa anterior a la concesión del Premio Nobel, Mario Vargas Llosa, adoptado oficialmente como hijo de Marbella. Vínculos mantuvieron también, aunque fuesen fugaces, la actriz Magdalena Nile del Río, la mítica Imperio Argentina, quien realizaba el trayecto desde Málaga a Gibraltar, existiendo constancia de un recibimiento municipal, en el Paseo de la Alameda, en los años de la República. igualmente se dirigía a Gibraltar la mezzosoprano Conchita Supervía, casada con un médico inglés, y muy popular por los dúos de zarzuela que había grabado con el barítono Marcos Redondo. En Marbella regentó un tablao la artista que bautizó a Imperio Argentina con ese nombre: Pastora Imperio. Después vendrían Lola Flores, teniendo mucho que ver en ello los hermanos Juan y Enrique Belón que allanaron las dificultades habitacionales; Antonio Ruiz Soler, 'Antonio el bailarín', gracias a Edgar Neville, para quien había inventado un baile para acompañar al martinete en la película 'Duende del Flamenco', el mismo nombre que pondría a su casa de Marbella. El mundo del flamenco también se enriquecería con el asentamiento de La Cañeta de Málaga, José Salazar, Ana María Moya o Solera de Jerez y Manolita Cano, entre otros. Una Marbella que ya era plural, diversa y con un elevado grado de cosmopolitismo en una época en que la libertad no era lo que más se llevaba. Junto a las estancias de mitos del cine internacional como Greta Garbo, James Stewart, Audrey Hepburn, Mel Ferrer o Sean Connery y del nacional con Pedro Masó, José Luis Dibildos, Laura Valenzuela o Arturo Fernández, alguien raramente reseñada: la actriz Sarah Churchill, hija de sir Winston Churchill, cuya carrera se vio truncada por el alcoholismo, como ella misma confesó en sus memorias. Asidua del 'Club Jacaranda', en más de una ocasión se valió de alguna farola de la Alameda para mantener el equilibrio, desde donde era conducida a su domicilio por la policía municipal. Estos visitantes se integraban en el pueblo y los vecinos de toda la vida los veían y trataban con absoluta normalidad.

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