Dos hombres insustituibles
España es un país desagradecido en cuanto a reconocer la trayectoria de personas de valía, excepto cuando fallecen, que la indiferencia se transmuta en homenajes ... y loores. Hay ejemplos que dan fe de ello: Garcilaso de la Vega, cuya obra conocemos gracias al celo de Elena, su esposa; o Cervantes, tan vilipendiado en vida, que se convirtió en el más internacional de nuestros autores. Y así, un largo etcétera.
Hoy, poco han cambiado las cosas. El fallecimiento del «excelentísimo Andrés Cuevas», como tan justamente lo ha calificado Paco Moyano, ha servido para recapacitar sobre la trayectoria de un hombre que gozó del respeto de una ciudadanía que vio en él a esa rara avis, a ese adalid honesto e íntegro del que andamos tan escasos. Generoso, entrañable y cercano, con unos principios fuertemente arraigados, hizo de su ideología una forma de vida pese a las continuas zancadillas que recibió a lo largo de su militancia. Sólo él y su familia saben de los sobresaltos, de las amenazas y del descrédito que sufrió durante años. Los sinsabores de sentirse cuestionado no pudieron doblegar ni su espíritu ni su ilusión porque el pueblo gozara de todas las oportunidades que ofrece nuestra democracia y que cada vez resultan menos accesibles. Esa «democracia directa», como definió al hecho de que se gobernara en nombre del pueblo sin contar con él, poniendo en práctica el pensamiento de la Ilustración del siglo XIX, fue el objetivo de su lucha y en el que centró su energía.
Nuestra amistad surgió a través de mi marido y duró casi cuarenta años, durante los cuales fui testigo de sus continuos altibajos políticos, los mismos que me relató en una entrevista realizada en el verano de 2012 y que hoy he vuelto a escuchar con cierta tristeza. Me hablaba de sus inicios en la lucha aquel 1973 cuando se afilió al PSOE de la mano de otro entrañable amigo –de él y mío–, José Luis Esteban, quien le consiguió dos avales de lujo: Carlos Sanjuán y Rafael Ballesteros que, junto al suyo, sumaban los tres que en aquel tiempo se exigían para la afiliación. Por entonces, José Luis era considerado una autoridad entre los socialistas de la provincia de Málaga, «un tío muy solidario», comentaba, muy implicado en el sindicalismo y que propició el nacimiento de una complicidad que perduró hasta su fallecimiento en junio de 2012, porque «mi vida política ha estado muy ligada a la suya, el camino que he tomado se lo debo a José Luis». García Conde, en su libro El Espíritu del 79 y partiendo de unas declaraciones de Andrés, atribuía a Esteban la creación de la UGT en Marbella, «que se confundía con el PSOE tanto en militancia, como en uso de locales, como en las actividades», no en vano los miembros del partido estaban obligados a afiliarse a ese sindicato.
Y también juntos, y desencantados por sus diferencias irreconciliables con las decisiones del comité de Málaga, abandonaron el partido de la rosa roja para emprender un nuevo proyecto que se materializaría en el PASOC. «Nos fuimos los dos por dignidad. La gente mayor, esa con la que nos reuníamos en el Picnic, respetaba los estatutos, quería que la ejecutiva hiciera debates de base. Y ante la polémica fuimos expulsados. Era gente recta, socialista de convicción». Más tarde constituirían el Bloque Socialista Andaluz, en el que volvieron a aglutinar a los desengañados de otras alineaciones. Su candidatura en las elecciones municipales obtuvo unos resultados pésimos, un fracaso electoral «no tan malo, pues llegamos a conseguir ochocientos votos», justificaba mientras asistía atónito al encumbramiento de Julián Muñoz.
José Luis y Andrés, una amistad nacida en la clandestinidad, en la lucha diaria. Dos hombres insustituibles que han dejado una huella imborrable en el pueblo, cualquiera que sea su doctrinario porque en la tolerancia radica la grandeza del ser humano. Ahora que se nos ha ido Andrés, echaré en falta las imágenes que compartía en Facebook de los bellos amaneceres captados durante sus paseos por la playa; cuando finalice el año, añoraré sus originales felicitaciones: «Que el 2019 sea el año del Resurgir del Movimiento Obrero, antes de que sea demasiado tarde», me escribió el 30 de diciembre pasado; o ese «grande, amiga» que me regalaba continuamente. Pero el mejor homenaje que se le puede hacer sería darle continuidad a su último reto: luchar por unas pensiones dignas para que todos los jubilados, los actuales y los del futuro, obtengamos una mayor calidad de vida.
Y utilizo el último verso de la elegía de Miguel Hernández para decir adiós, fuera de ideologías, a un ser humano inconmensurable, un amigo en el más preciso sentido de la palabra. Querido Andrés, nos quedamos sin hablar de muchas cosas, «compañero del alma, compañero».
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión