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UN CURA DE PUEBLO DE NOMBRE PATXI

FRANCISCO MOYANO

Jueves, 2 de febrero 2017, 01:06

A mitad de los setenta tuve la oportunidad de participar como actor aficionado en una representación teatral del entremés de Cervantes 'La Cueva de Salamanca', en el Instituto Nacional de Bachillerato de Marbella; uno de los personajes era sacristán y se hacía necesario contar con una sotana: decidimos pedirla al nuevo párroco de Santa María de la Encarnación, don Francisco Echamendi Aristu. Fue la primera vez que le vi. Tras concedernos lo pedido, fijándose en un anillo de oro que portaba en una de mis manos, preguntó: «¿Es un signo de poder, de vanidad o de ostentación?»; noté como las mejillas me ardían, al tiempo que comprendí que estaba ante un sacerdote especial. Echamendi había llegado a la parroquia en 1975, después del breve periodo, tras la muerte de Monseñor Bocanegra, de don José Miranda al frente. 'Patxi' Echamendi (para familiares y amigos) nació en Pamplona, en una familia de profunda fe y de origen rural, cinco hermanos y una mujer. Su hermano Miguel es misionero en la Patagonia y María Jesús teresiana del Padre Poveda. Estudió en los seminarios de Navarra y de Málaga, donde fue ordenado sacerdote en 1952 por don Ángel Herrera Oria, quien posteriormente lo reclamó como secretario personal, llevándole a Madrid durante quince años. Ejerció su ministerio en Guaro, Tolox y Arriate. Fue presidente del Patronato de la Fundación Pablo VI y pudo alcanzar altas dignidades eclesiásticas, pero confesaba que se hizo sacerdote «para ser cura de pueblo y no un burócrata»; no sé si conocía la película 'El cura de aldea', del cine de la República. De regreso a Málaga, don Ramón Buxarraix le dio a elegir entre la capital y Marbella; decidió ser marbellí. Años después recibiría el título de Hijo Adoptivo y una calle y un colegio llevarían su nombre. Le tocó lidiar con los tiempos difíciles de la Transición política y salió airoso gracias a su talante dialogante y a su altura moral. Puso orden y concierto en instituciones como la Agrupación de Hermandades y Cofradía y, como afirmó don Fernando Alcalá, «salvó a la iglesia de La Encarnación de la ruina» sometiendo el templo a una profunda restauración. Ejerció con sencillez y discreción, siendo realmente 'cura de pueblo', aunque en un templo con apariencia de basílica o catedral, según consideración de Herrera Oria. Era periodista formado en la Escuela de Periodismo de la Iglesia y sus homilías, al margen de ser magistrales piezas literarias, constituían auténticos editoriales periodísticos. Fue fundador de hermandades, comentarista radiofónico, y durante 32 años párroco de referencia. Su carácter, en ocasiones fuerte, parecía una barrera, pero era mera apariencia: se mostraba cercano y comprensivo en las distancias cortas y poseedor de un sentido del humor que no todos conocían. Se sentía marbellí y quería devolver lo que había recibido; siempre confesó que pensaba en el presente con vistas al futuro, ya que el pasado lo dejaba para la historia. Se ha ido sin hacer ruido; se nos marcha un amigo, un referente moral de la Marbella de los últimos cincuenta años; un personaje para la historia local que trascendió del ámbito religioso: uno de los nuestros.

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