Las frases «dime lo que comes; te diré quién eres» y «el hombre es lo que come» se publicaron con 37 años de diferencia y ... con espíritus e intenciones distintas. La primera es el aforismo IV de la 'Fisiología del gusto' de Jean-Anthelme Brillat-Savarin, obra de 1825, encuadrada en el espíritu de la Ilustración, que diserta sobre varios aspectos de la gastronomía, desde el placer o los modales en la mesa a la salud. La segunda es un juego de palabras (en alemán original) con el que el filósofo humanista Ludwig Feuerbach quiso expresar en 1862 que cuerpo y alma conforman una unidad indistinguible, y por tanto, para que el ser humano pueda desarrollar el espíritu hay que garantizarle el acceso a la alimentación. En la posteridad, las frases se han fundido en «somos lo que comemos», comodín abierto a diversas interpretaciones, pero a menudo utilizado para apelar a la reflexión personal y la elección de alimentos saludables, sostenibles, éticos, locales o culturalmente representativos. Sin embargo, la elección de lo que comemos está condicionada por factores externos incontrolables en el plano individual, incluso cuando se sea más o menos consciente, pudiente e informado. Por ejemplo, queremos consumir alimentos locales y vamos al mercado o elegimos una marca autóctona, pero resulta que las sardinas se pescaron en Italia y los pimientos asados se plantaron en Perú. Porque la disponibilidad de alimentos depende de múltiples variables (productividad, demanda, rentabilidad, acuerdos y rutas comerciales, estilo y ritmo de vida, etc.) que vuelan demasiado alto sobre nuestra mesa o nuestro carro de la compra, tanto más cuanto menos informados, conscientes y pudientes seamos. Al final, si un pobre del siglo XIX moría de hambre, uno del mundo industrial y consumista actual tiene más probabilidades de enfermar por comer demasiada basura. No somos lo que comemos, sino que comemos lo que somos.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión