Espetos con pastela de pollo, la curiosa mezcla que puedes comer en Benajarafe
A pie de playa, tres hermanos abren solo en verano un chiringuito donde lo tradicional se mezcla con platos que hablan de la historia compartida entre Málaga y el mundo árabe
Atravesando un camino de tierra bordeado por altas cañas se accede a este chiringuito de Benajarafe. Un lugar que no busca llamar la atención con ... estridencias, sino con algo mucho más valioso: la paz. A pie de playa, tres hermanos abren este chiringuito solo en la temporada de verano. Punta Arena se ha ganado el corazón de vecinos y visitantes por una razón sencilla: aquí el tiempo se detiene para que el paladar disfrute sin prisas.
Tres hermanos al frente: Andrés, en la sala, sin apuros, intentando conocer a cada cliente; Marian, su hermana, detrás de la barra y en la cocina; y Alberto, en las brasas, manejando el arte del fuego. Los hermanos Cabra Palomo han hecho de la hospitalidad un arte cotidiano. Con un lema que resume su filosofía -vivir, vivir y disfrutar- reciben a cada cliente como si fuera un invitado en su propia casa. Aquí no hay carreras, no hay urgencias. El ritmo lo marcan el mar y la conversación.
Entre espetos y aromas de especias
En Punta Arena no falta lo que todo buen chiringuito malagueño debe tener: el espeto de sardinas, dorándose lentamente sobre las brasas, con ese aroma inconfundible que abre el apetito incluso antes de sentarse a la mesa. En su corta carta aparecen boquerones fritos, calamares y mejillones, aunque merece la pena escuchar lo que hay fuera de carta.
Lo que sorprende es la capacidad de este lugar para mirar más allá de lo tradicional y atreverse con mezclas que hablan de la historia compartida entre Málaga y el mundo árabe.
El plato estrella, sin duda, es la pastela de pollo, un guiño a la gastronomía andalusí que su madre les enseñó: «Mi madre nació en Alhucemas y, aunque se vino a Málaga, se trajo toda la esencia». El hojaldre dorado envuelve un relleno aromático de especias, frutos secos y pollo, con ese contraste sutil de dulce, canela y salado que conquista al primer bocado. Una receta que se asienta en la memoria y que, aquí, se convierte en un puente entre culturas, reinterpretada por los hermanos Cabra Palomo.
También ofrecen otros platos en homenaje a sus raíces, como el cuscús o el pollo a la moruna, que no dejan indiferentes. Los precios oscilan entre 12 euros la pastela, 16 euros el cuscús, 9 euros los platos de fritura y 12 euros algunos fuera de carta.
A su lado desfilan pescados frescos a la brasa, lubinas y doradas recién llegadas de la lonja, servidos con la sencillez de quien sabe que la mejor cocina no necesita artificios. Y, como broche, un detalle que resume la personalidad del chiringuito: los postres de temporada. Nada de cartas interminables, sino uvas moscatel de la Axarquía o chumbos, según lo que la tierra y el calendario regalen en ese momento.
La magia de la noche
Si el día en Punta Arena se asocia con el mar y el sosiego, la noche guarda una sorpresa. Cuando el sol se esconde tras el horizonte y la playa se tiñe de tonos anaranjados, Andrés y Marian encienden su horno de leña. Entonces llegan las pizzas caseras, con masa fina y crujiente, hechas con el mismo cuidado que un espeto o una pastela. Es un giro inesperado que le da al chiringuito un aire cosmopolita, sin perder su esencia mediterránea.
Además de la cocina, Punta Arena conquista por su ambiente. Bajo un techo de madera acogedor, las mesas invitan a largas conversaciones protegidas del sol, mientras que las hamacas en la arena completan la experiencia para quienes desean estirar la sobremesa frente al mar. Es un espacio que combina la sencillez marinera con pequeños detalles que hacen sentir al cliente como en un refugio junto a la orilla.
Aquí nadie vigila el reloj, nadie invita a levantarse pronto de la mesa. Se puede pasar la tarde entre charla y sobremesa, con una copa de vino, una cerveza y el rumor del mar como música de fondo.
En un mundo que a menudo parece vivir con prisa, lugares como este son un tesoro. Punta Arena no es solo un chiringuito: es un recordatorio de que comer bien también significa vivir despacio.
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