CAMBIO RADICAL TRAS EL DESCANSO
El Málaga ganó básicamente porque se vio un cambio radical tras el descanso, tanto en actitud como en el aspecto táctico. Sergio Pellicer situó a ... Antoñín en la banda izquierda -devolvió así a Hicham a la derecha, donde puede rentabilizar mejor su velocidad- y también retornó al 4-1-4-1. Sacar al malagueño del bosque de piernas permitió reactivarlo a él, pero también al equipo. Con más o menos acierto, el canterano contagió a sus compañeros del carácter y la ambición que se exigían para remontar un partido en el que, por otra parte, el Numancia contaba con una injusta ventaja.
Porque, ¿de verdad el Málaga pretende salvarse al ritmo de la primera parte? Y no hablo sólo con la pelota, porque el equipo andaba demasiado justo de desmarques por el empeño de pedirla una y otra vez al pie. Me refiero al ritmo de robo de balón. La presión fue tan ineficaz como artificial (con algunos arreones cara a la galería) y el Numancia salió con una tremenda facilidad desde atras. Incluso hilvanó alguna transición con sólo dos toques por los preocupantes desajustes.
Tras el descanso el Málaga estuvo más organizado. En la primera parte Juanpi se fue con tanta frecuencia al centro que olvidó que debía tapar al lateral Héctor (a Ismael se le acumuló el trabajo y lo resolvió con empaque). También Luis y Adrián se veían continuamente superados porque el Numancia contaba con más efectivos.
En cualquier caso, conviene no olvidar que el empate no llegó por carácter. Munir, Ismael, Hicham, Adrián, Antoñín y Juan Carlos intervinieron en una acción bien trenzada que concluyó con penalti. Fue evidente que Adrián dejó a Sadiku que lo lanzara por la enorme convicción de este. Que el albanés alcance la decena de goles (cuatro desde el punto fatídico) servirá para reforzar su moral porque falla goles cantados semana tras semana.
El Numancia no existió tras el descanso, pero por méritos del Málaga. No nos engañemos: pese a que no tiene nombres llamativos, el equipo soriano es peligrosísimo cuando se le deja crecer en un partido. Esa fue la gran virtud del equipo de Pellicer, porque poco a poco fue empequeñeciendo a su rival y, sobre todo, metiéndole miedo en el cuerpo cuando apretaba.
Adrián fue el Cid Campeador. Siempre que vuelve de una lesión le cuesta muchísimo ofrecer cierto ritmo. Como ayer. Pero cuenta con la innata virtud de que sabe situarse en la zona de remate para cazar el balón. Como siempre, su gol tuvo mucho de intuición y oportunismo... y una pizca de suerte por venir la pelota de un contrario.
El triunfo es muy valioso anímicamente. Sin duda, lo es desde un punto de vista numérico, pero tras el fiasco en Elche va a reforzar muchísimo al grupo. La línea a seguir ya está marcada.
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