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Su presencia en el campo leridano era tan extraña que le propusieron quedarse de encargado. SUR

Aquel verano del jefe de Predicción de Aemet en Málaga

Entre árboles cargados de melocotones y peras y con algunos encuentros inesperados, Fausto Polvorinos vivió la transición de la infancia a la edad adulta

Ignacio Lillo

Málaga

Miércoles, 23 de agosto 2017, 00:41

La foto está tomada en el verano de 1974. Fausto Polvorinos, jefe de Predicción del Centro Meteorológico de Aemet en Málaga, acaba de terminar el bachiller y con una pandilla de amigos de Valladolid se va a recoger melocotones y peras a los campos de Lérida. Realmente no es por el dinero, no lo necesita, sino por la aventura: tiene 18 años y va sin sus padres y sin un duro encima. «Ya tenía la intuición de ver, salir y probar». El grupo tampoco hace un viaje típico: «Salimos de uno en uno, haciendo autostop, como una especie de carrera a ver quién termina antes, todos por separado. Llegué de los primeros, el mismo día, y a la vuelta igual».

Estudiantes universitarios, toda una rareza en medio de un grupo heterogéneo, formado por expresidiarios, legionarios y gente del campo. Se encuentra faena sin problemas y duermen en barracones. «Era duro pero alegre. No había trabajado nunca antes. Era bastante enclenque y me costaba mucho cargar y descargar los camiones». En los descansos se habla de política, Polvorinos lo recuerda como un momento «efervescente». «Creíamos que el mundo iba a cambiar, aunque ahora es un momento de mucho más cambio que entonces». También tiene la oportunidad de conocer de cerca el analfabetismo de aquella España: «Uno de los trabajadores no se creía que la tierra era redonda, y giraba».

Fausto Polvorinos es una referencia en el mundo de la meteorología. Aunque tiene un papel fundamental en la predicción de inundaciones, sin duda el momento del año en el que sus habilidades son más demandadas es la Semana Santa. De su criterio depende que muchos tronos salgan o no a la calle

Ya tiene claro que quiere estudiar Físicas y ser meteorólogo, pero uno de los empresarios le llega a proponer quedarse y llevar sus tierras como capataz, oferta que declina amablemente. A los terratenientes les llama la atención que unos estudiantes universitarios estén allí recogiendo fruta, y una noche uno de estos señores les invitan a cenar. En el transcurso de aquella velada se produce uno de los momentos más emotivos del viaje, que le marca de por vida: «Era un matrimonio mayor con una hija disminuida psíquica. Estábamos sentados los cuatro a la mesa y la chica estaba apartada. Era incómodo, no sabíamos cómo tratarla. En un momento dado, empezó a acariciar por detrás el pelo de un amigo, que lo tenía hasta la cintura y era muy guapo. Todos nos quedamos cortados. Todavía hoy me emociona y me pone los pelos de punta, me di cuenta de lo cerca que estaba de nosotros y cómo agradecía el poder tocar el pelo a ese chico tan guapo».

Veranos «profesionales»

Polvorinos lo describe como un momento importante de cambio, por el fin de las comodidades del hogar, los primeros roces con los amigos. No fue reseñable en cuanto al tiempo, salvo por alguna tormenta. Aquellas amistades se perdieron, y Polvorinos compara este reportaje biográfico, del que es protagonista, con el tema Bobby Jean, de Bruce Springsteen, «cuando le dice a su amigo que le dedica la canción por si la escucha, para que sepa que se acuerda de él».

Fausto Polvorinos. SUR

A aquel viaje iniciático le han seguido después muchos otros, con escenarios tan variados como tiene la Tierra, incluidos algunos espacios vetados a sólo unos pocos privilegiados. Fausto Polvorinos, por su condición de meteorólogo de reconocido prestigio internacional, ha vivido estíos árticos, antárticos, ecuatoriales y tropicales. Es lo que llama «los veranos profesionales», pegado a su carrera: en la Antártida, haciendo predicciones en la base Juan Carlos I, a la que espera volver próximamente. Con máximas de cero grados (en verano), 3,5 bajo cero de noche y viento fuerte, que lo hacía peor. También en el Ártico y en Hispanoamérica, donde desde hace una década acude cada año a un país distinto, en el que enseña a otros colegas a interpretar las imágenes de satélite. Por ocio también ha estado en el Ecuador, en las Galápagos, en Indonesia, la India y Nepal, entre otros destinos del mundo.

Veranos de padres a hijos

En realidad, a pesar de haber recorrido tanto mundo, a la hora de quedarse con alguno de su vida, Polvorinos tiene dudas entre los veranos de niño, con sus padres y hermanos; y los de adulto, junto a su hija Irene. «Somos el nexo de unión entre el horizonte de sucesos de los antepasados y de los descendientes», afirma. Los primeros sucedían en el pueblo de origen de la familia, Calaveras de Abajo (19 habitantes en la actualidad), en León, donde nació. Eran los años 60 y la bandada de niños corría libre por el campo. «Por las tardes, los cuatro hijos íbamos con mi padre a pescar cangrejos en el río y a ver las luciérnagas. Un pueblo tiene todo lo que un niño necesita para estar bien».

Los segundos tienen un escenario netamente malagueño, la ciudad que descubrió en 1979 por un amigo, recién terminada la carrera. «Nadie me iba a decir que en el 88 iba a venir a desarrollar casi toda mi carrera aquí». Los de ahora transcurren, por ejemplo, en Maro, a donde le gusta acudir con su hija a disfrutar en el mar, con las piraguas y a bucear. «Es difícil elegir, casi todos los veranos son buenos. Pero si tengo que escoger algunos serían los de mi niñez, y los que paso con mi niña; pescando cangrejos con mi padre o haciendo un castillo en la arena. Antes que cualquier sitio del mundo donde haya podido viajar para conocer grandes bellezas naturales».

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