Santos y difuntos, dos fiestas para celebrar la vida
Noviembre comienza con dos festividades profundamente populares: el día de Todos los Santos y el de los Fieles Difuntos
ANA MEDINA
MÁLAGA.
Domingo, 31 de octubre 2021, 00:16
El sacerdote diocesano Alfonso Crespo, párroco de San Pedro en la capital, explica que estas dos festividades se solapan en la memoria y en la ... celebración, y su origen puede ayudar a comprender esta unidad, así como el sentido que adquieren en la actualidad. «A partir del siglo IX, la Iglesia Católica celebra el 1 de noviembre la solemnidad litúrgica de Todos los Santos.
En un mismo contexto celebrativo y temporal, los monjes benedictinos de la célebre Abadía de Cluny comenzaron a celebrar el Día de todos los Santos y al día siguiente, la memoria de Todos los fieles difuntos.
Pronto se extendió por toda la Iglesia y ya en el siglo XIV tenía también lugar en Roma. En ambas fiestas celebramos a personas que han estado entre nosotros y que ahora participan de la vida eterna». Para muchos, el mes de noviembre pasó a ser llamado «el mes de las ánimas», destacando el sentido de la muerte.
Para muchos, el mes de noviembre pasó a ser llamado el «mes de las ánimas», destacando el sentido de la muerte
Como aclara Crespo, «podemos decir que los difuntos han podido con los santos. Sin embargo, el centro de esta celebración es la vida: es un tiempo propicio para rezar por los difuntos y para reflexionar sobre el sentido de la muerte y de la vida, a la luz de la Resurrección de Cristo».
La festividad de Todos los Santos sigue siendo una fiesta cristiana muy celebrada y popular. Su sentido es claro y profundamente gozoso. «Evoca a quienes nos han precedido en el camino de la vida, gozan ya de la eterna bienaventuranza y son ciudadanos de pleno derecho del cielo, la patria común de toda la humanidad de todos los tiempos».
«En esta solemnidad litúrgica, prosigue, la Iglesia englobaba a todos los santos. Si durante el resto del año litúrgico se nos ofrecen las memorias de distintos y conocidos santos, en la fiesta del 1 de noviembre son protagonistas, sobre todo, los santos anónimos, los santos desconocidos, los santos del pueblo, los santos de nuestras familias, los 'santos de la puerta de al lado', como dice el Papa Francisco; santos, en definitiva, con rostro tan cercano hasta el punto de que no hay duda de que entre los santos del 1 de noviembre se incluyen familiares y conocidos», precisa.
A la alegría de esta celebración, sucede la conmemoración de Todos los Fieles Difuntos, al día siguiente, con la comprensible tristeza por el recuerdo de las personas que nos faltan, pero para este sacerdote, a pesar de ese sentido de muerte, sigue siendo, sobre todo, un canto a la vida.
«Cuando los cristianos rezamos por los difuntos, lo hacemos al Señor de la vida: no creemos en la muerte como el final de todo, sino en la muerte como «paso para la vida eterna».
Los primeros cristianos consideraban la muerte como el «definitivo nacimiento». Por lo general, la fiesta de los santos coincide con la fecha de su muerte, al que se llama 'día del segundo nacimiento'», afirma Crespo.
En la conmemoración de los fieles difuntos, es habitual que la memoria de los seres queridos que ya no están con nosotros llene cementerios y columbarios con las tradicionales visitas y celebraciones. «Nuestro recuerdo y nuestro corazón se llenan de la memoria, de la oración y ofrenda agradecidas y emocionadas a nuestros familiares y amigos difuntos. Celebramos la muerte porque creemos en la Resurrección y en la vida eterna. Si no, seríamos masoquistas. La resurrección es el punto central de nuestra fe. Como dice San Pablo, 'si Cristo no hubiera resucitado nuestra fe sería vana'».
Oportunidad tras el Covid
En este tiempo, marcado con dureza por la pandemia del Covid-19, estas dos fiestas son, para este sacerdote, una oportunidad. «Han sido, son todavía, días duros, 'tiempos recios' como decía Santa Teresa», confiesa Crespo. «A nuestro alrededor faltan muchos rostros queridos. Y todavía muchos caminamos disimulando con la mascarilla el miedo. Para el creyente, toda la vida no mira a la muerte, sino que espera en la Resurrección: la muerte es un tránsito doloroso pero no una catástrofe final. La fe en la Resurrección nos reviste de una sana esperanza: lejos de la pura razón de querer descubrir lo que va a ocurrir en el más allá, creemos que Alguien nos espera al final con intención amiga: el final de la vida no es la nada, sino el abrazo entrañable de un Padre. Esta actitud de fe y esperanza es la que convierte estos dos días en días de fiesta. Es el testimonio que ofrecemos con humildad los creyentes».
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