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Si la carrera universitaria se compara con una maratón, por lo largo y difícil que resulta alcanzar una estabilidad laboral, la de Natalio Extremera Pacheco ( ... Málaga, 1976) se podría comparar con el medio fondo: Si la media de edad de llegar a catedrático de universidad se sitúa por encima de los 50 años, él lo consiguió con solo 42. Desde su Laboratorio de Recursos Personales Positivos imparte cursos y talleres de Inteligencia Emocional con los que, con una base científica, tratan de mejorar la autoestima, favorecer el trabajo colaborativo o evitar las conductas violentas entre los adolescentes. Asegura que los libros de autoayuda, que tanto han proliferado, «han hecho un flaco favor a la Psicología científica, la que está basada en evidencias y estudios de años» y afirma que todavía son muchas las personas que prefieren no contar sus problemas porque «creen que es un signo de debilidad».
–¿Cómo se consigue ser el catedrático más joven de la Universidad de Málaga?
–Y de otras muchas, quizás seamos dos o tres en España los que hayamos llegado a esa edad. La fórmula es sencilla, mucho trabajo, robarle horas al sueño, que te guste lo que haces y tener muy claros los objetivos que te marcas en tu carrera investigadora.
–Creo que usted empezó muy pronto, incluso sin acabar la carrera...
–Sí, empecé como ayudante en prácticas en varias asignaturas antes de acabar la carrera. Luego conseguí una beca de formación, que me permitió ir de estancia a Yale, donde pude trabajar con Peter Salovey, uno de los padres de la teoría que formó parte de mi tesis doctoral y de mis investigaciones.
–¿Fue fácil quedarse en la Universidad de Málaga después de su tesis?
–En aquellos años no salían plazas de ayudantes doctores, así que tuve que irme a Huelva, donde pasé dos años en el departamento de Psicología Social. Cuando salió ya una plaza en la UMA mi currículum era importante, casi triplicaba los artículos científicos habituales en ese periodo de formación. En 2011 conseguí la titularidad y en 2018, la cátedra.
–También se dice que en la carrera universitaria surgen muchas rencillas. En su caso, ¿ha encontrado más manos tendidas o zancadillas?
–Más de lo primero. Al menos en la Facultad de Psicología hay mucho compañerismo. También es cierto que no todo el mundo es tan generoso, pero cuando llevas un tiempo ya sabes a quién pedir favores.
–Y sobre la tan criticada endogamia en la universidad, ¿cuál es su opinión?
–Pues ha variado con el tiempo. Más joven pensaba que estudiar y luego trabajar en la misma universidad podía ser cuestión de cierto enchufismo. Pero cuando trabajas y ves el esfuerzo que realizan personas que se han formado aquí y en el extranjero, que tienen detrás un gran currículum, ¿por qué no trabajar aquí, si lo consiguen por méritos propios?
–Sus trabajos e investigaciones se centran en la Inteligencia Emocional. ¿Qué la diferencia de la inteligencia más clásica, la que se mide con los test?
–La inteligencia es la capacidad de procesar la información que nos ayuda a movernos y solucionar problemas del entorno. La más clásica analiza el pensamiento lógico, numérico o de lenguaje. Pero hay otras habilidades que nos ayudan en el día a día, tolerar la frustración, controlar el estrés, trabajar en equipo o con premura temporal, negociar o persuadir, desinflar un conflicto, son habilidades que practicamos con la Inteligencia Emocional.
–¿Son complementarias o antagónicas?
–Saber resolver una ecuación de segundo grado está bien, pero hay habilidades que se enseñan en la Inteligencia Emocional que te pueden ser más útiles en el día a día. Nosotros hablamos de complementariedad entre lo académico y emocional.
–En una sociedad cada vez más tecnificada y materialista, ¿qué lugar queda para las emociones?
–Son un poco el antídoto a lo que señala. Materialista es pensar en uno mismo, y lo social buscar el bien común. Cuando enseñamos este tipo de habilidades estamos haciendo conciencia social de los problemas.
–En este Laboratorio de Recursos Personales Positivos imagino que no tienen microscopios o pipetas, ¿con qué trabajan?
–Empezamos a trabajar en 2017, ampliando nuestro trabajo en Inteligencia Emocional, incluyendo recursos personales que sabemos son importantes y funcionan para la felicidad de la gente.
–¿Un ejemplo?
–Pues mire, con los institutos estamos trabajando ahora con el perdón. El rencor, la venganza, el 'bulling' o el 'ciberbulling' están muy asociados a esta actitud. Hacemos ejercicios de introspección, o cartas de perdón.
–¿Qué resultados están dando estos talleres con profesores y adolescentes?
–Los profesores que pasan por un programa de Inteligencia Emocional han mejorado en aspectos como la ilusión por el trabajo o su satisfacción por su vida. Pero también somos realistas y comprobamos que en aspectos como el 'síndrome de estar quemados' no hay cambios significativos, porque el entorno también influye. Entre los adolescentes hemos comprobado que disminuyen las conductas violentas o disruptiva y mejora el clima en el aula. Son datos alentadores que nos animan a seguir trabajando.
–¿Les ha hecho mucho daño aquella moda de libros de autoayuda?
–El libro de Daniel Goleman sobre Inteligencia Emocional ha sido el más vendido en la historia de la Psicología. Muchos se subieron a la ola y publicaron libros de todo tipo, desde cómo ser feliz a cómo dejar de fumar. Estos libros de autoayuda hicieron un flaco favor a la Psicología científica. Publicar uno de esos libros solo requiere un contacto con una editorial y decir algo de aquí y de allí. La evidencia científica va mucho más lenta, requiere de años de estudio y de trabajos empíricos.
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