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Para Aimar, de cinco años, ha sido una aventura. Está contento y descansado, ha podido dormir con el apaño que le prepararon sus padres en varias sillas, colocando todos los abrigos para que estuviera a gusto. Ellos, en cambio, están «reventados». «No hemos pegado ojo. Nada, imposible», cuentan desde Gatwick María Martínez y Salvador Jiménez. La familia malagueña ha pasado la noche en el aeropuerto de Londres junto a decenas de personas que se quedaron atrapadas por el estado de emergencia declarado en España.
Responden al teléfono a primera hora de la mañana, una vez que han pasado el control, a la espera de retomar el viaje de vuelta a casa. A las doce de la noche les anunciaron la cancelación del vuelo, tras un primer retraso de varias horas, y les invitaron a buscar un hotel. «Que nos busquemos la vida. Pero ¿a dónde íbamos a ir a esa hora? Y ya estaba todo completo».
La única opción era el hall del aeropuerto, compartido con otras muchas personas que también se quedaron en tierra, entre ellos un grupo de 60 adolescentes sevillanos de viaje de fin de estudio de la ESO. «Estábamos repartidos entre las esquinas, tirados en el suelo, porque hay muy pocas sillas. Un show», cuentan María y Salvador. Y sin ninguna asistencia por parte del aeropuerto. «Absolutamente nada». Ni mantas, ni agua, ni comida.
A eso se sumaba la preocupación por la desconexión con los suyos. Se enteraron del apagón mientras visitaban la Torre de Londres, cuando empezaron a leer los primeros mensajes de quienes aún tenían conexión. Pero allí todo parecía funcionar con normalidad. Hasta que se dieron cuenta de la magnitud de lo que había sucedido. «Nosotros estábamos conectados, pero ellos no. Estábamos preocupados. No podíamos decirles que seguíamos aquí», relatan.
«Veníamos para un fin de semana tranquilo… y mira cómo ha acabado. Para una vez que sale uno», bromea Salvador. «Cuando veníamos al aeropuerto hablábamos de que íbamos a echar de menos Londres. Ahora ya no estoy tan segura», añade María entre risas. Siempre queda el humor.
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