Elisa Chuliá: «La gente ha dejado de ver, en general, ventajas al matrimonio»
Destaca cómo las parejas convivientes no casadas tienen ya un peso tan importante en España que alumbran alrededor de la mitad de los niños que nacen
Elisa Chuliá es profesora de Sociología de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) e investigadora de Funcas. Hace pocas fechas visitó Málaga a ... propósito de la presentación del libro conmemorativo del décimo aniversario de la Fundación Unicaja, en el que participa con un capítulo en el que analiza los cambios sociales de la última década. En esta entrevista, indaga en las últimas estadísticas sobre separaciones y divorcios. También reflexiona sobre el extraordinario cambio que se ha producido en las familias: «En tres o cuatro generaciones, la familia ha sido un motor de cambio social muy importante en este país. Y, dentro de la familia, es la mujer la que explica el cambio social en España».
«Nos faltan datos para saber si las parejas no casadas son más estables o menos que las unidas en matrimonio»
Duración
«En los grupos de población de 60 o más años, los datos absolutos de divorcio nunca habían sido tan altos»
Por edades
–Los divorcios subieron en 2024 respecto a 2023, pero aún son muchos menos que los que se producían en el año 2014.
–La evolución de los divorcios, como la de otros fenómenos sociodemográficos, no conviene analizarla de un año a otro, sino en perspectiva temporal más amplia. Además, si se tiene en cuenta que dos terceras partes de los divorcios se producen entre personas que tienen de 40 a 60 años, es preciso también analizar cómo evoluciona el tamaño de la población en ese grupo de edad. En estos momentos está creciendo intensamente porque en él se encuentran buena parte de las cohortes nacidas durante el baby boom (1958-1977). Así que ahí tenemos el primer problema a la hora de hacer una valoración razonable de los datos absolutos que ha publicado el INE. Habría que hablar en términos de porcentajes, bien sobre el total de la población, o mejor sobre el total de matrimonios. No podemos extraer conclusiones rápidamente. Las oscilaciones porcentuales entre 2023 y 2024 no me parecen tan grandes, salvo en los grupos de población de 60 o más años, donde ha crecido un 13,5%. En ese grupo de edad, los datos absolutos de divorcio desde 2013 nunca habían sido tan altos. En el resto de grupos de edad los datos absolutos de 2024 no son más altos que en los años previos a la pandemia. En todo caso, el número de divorcios siempre se debería poner en relación con el de matrimonios y éstos han caído en picado en las últimas décadas. Otra cuestión importante a la hora de analizar estos datos es que no recogen a las parejas que se separan y que no estaban casadas, pero que a efectos prácticos funcionaban como matrimonios; para tener una imagen completa de la disolución de las parejas convivientes tendríamos que conocer cuántas de ellas se han roto.
–Entonces la estadística se ha quedado obsoleta.
–Más bien, es una estadística que hay que mirar con sosiego, sin extraer conclusiones precipitadas, como suele ocurrir a menudo. Lo cierto es que las parejas convivientes no casadas constituyen ya un porcentaje muy importante de todas las parejas convivientes, sobre todo, en grupos de edad por debajo de los 40 años. Hay que tener en cuenta que aproximadamente un 50% de los hijos nacen hoy «fuera del matrimonio». Es decir, nacen de madre no casada, aunque no debe entenderse como «madre que vive sola». Las separaciones de parejas que conviven sin matrimonio previo no quedan registradas, a no ser que quienes las forman decidan registrarse como «uniones de hecho». Estas parejas no casadas se disuelven de manera acordada, o no; pacífica, o no; pero de una manera que no exige pasar por los juzgados o las notarías. Toda esa realidad lógicamente no está recogida por las estadísticas sobre divorcios.
–¿Cómo se podría paliar ese déficit de las estadísticas?
–Hay encuestas que nos permiten aproximaciones a estas cifras sobre las parejas convivientes sin estar casadas. Una parte de estas parejas institucionalizan su relación como «unión de hecho» en registros locales y autonómicos, pero no son tantas. Nos faltan datos para saber, por ejemplo, si esas parejas no casadas son más estables o menos que las que están unidas por un matrimonio; o si tienen pautas de reproducción diferentes de las casadas.
–¿A qué se debe que la gente se case menos?
–La gente ha dejado de ver, en general, ventajas al matrimonio. Además, antes la vía hacia la formación de una nueva familia estaba mucho más pautada socialmente. La vía habitual, y casi diría única, durante muchos años fue el matrimonio y, a continuación, venían los hijos. No hace tantos años era excepcional, y socialmente mal visto, que el embarazo sucediera antes del matrimonio. Los matrimonios eran precedidos por noviazgos, a veces cortos, y a veces largos, lo que dependía, en parte, de que se dispusiera de suficientes recursos para afrontar los gastos de la boda. Porque tampoco existía la tradición de que los invitados pagaran a través de transferencias bancarias, a modo de regalo, parte de los costes de la fiestas. Los novios, y sus familias, ahorraban para celebrarla, que era un acontecimiento familiar de primer orden.
–¿En qué medida la economía afecta a los divorcios y a los matrimonios?
–Afecta muchísimo porque una condición fundamental para la formación de una familia es una nueva residencia. El casado, o la casada, casa quiere. En momentos como el actual en los que acceder a una vivienda es difícil porque el mercado inmobiliario está muy tensionado y los precios han subido mucho, la formación de parejas se ralentiza. Hoy en día es muy difícil iniciar un proyecto de convivencia en pareja a no ser que las dos personas que la integran tengan sueldos suficientes como para cubrir los gastos domésticos. Y en cuanto al impacto de la economía del hogar sobre el divorcio… pues es que los divorcios son todo menos un buen negocio económico. Una familia que convive tiene bastantes economías de escala que se pierden cuando la pareja se separa o divorcia. El divorcio multiplica por dos muchos gastos domésticos, como las facturas de servicios (electricidad, agua, internet, etc). Tanto es así que a muchas parejas no les queda más remedio que posponer su disolución. A veces, en ese periodo se recompone la relación, pero lo más esperable es que las tensiones se agraven y la convivencia se deteriore todavía más, con perjuicio para los miembros de la pareja y los hijos, si los hay.
–¿Hay diferencias por regiones en cómo y cuánto se divorcia la gente?
–Las diferencias, si son significativas, pueden depender de la composición de la población, de si hay más o menos población de los grupos de edad en los cuales se divorcia más gente. Cabe pensar que en las regiones con una mayor proporción de población de 60 o más años, como Asturias o Castilla y León, el número de divorcios será menor porque, en general, el porcentaje de divorcios a esas edades maduras sobre el total de divorcios es relativamente bajo. Ahora bien, es cierto que está aumentando el número de personas mayores que se divorcian. Entre 2023 y 2024 han aumentado los divorcios de personas de 60 o más años en aproximadamente un 14%, bastante por encima del aumento de todos los divorcios (8%). Se observa así una elevación de la edad media a la que se divorcia la gente.
–¿Por qué cada vez se divorcia más gente con más edad?
–Porque las parejas no quieren seguir conviviendo si creen que hay una alternativa mejor. Antes, como las mujeres con independencia económica eran pocas, para ellas difícilmente había alternativa mejor a la de mantener la convivencia. La situación ha cambiado radicalmente cuando las mujeres, a través del trabajo, han conseguido ingresos propios. Este hecho ha cambiado las biografías femeninas, pero también las relaciones de pareja y el funcionamiento de las familias. Eso, además, en el contexto de una cultura social que pone el bienestar propio y la satisfacción de preferencias individuales en el centro de los objetivos vitales de mujeres y hombres, convirtiéndolos en la clave de una vida razonablemente feliz. ¡Pues claro!, dirá mucha gente. Pero pregunten a las muchas mujeres mayores que hoy viven de sus pensiones de viudedad o de las pensiones que perciben sus maridos –incluso a las que perciben una pensión de jubilación propia porque cotizaron a la Seguridad Social–, si se comportaban de acuerdo con esos principios de prioridad individual… No lo hacían por lo general.
–¿Quién inicia el proceso de divorcio, el hombre o la mujer?
–No conozco datos al respecto, pero yo apostaría que hoy día son las mujeres, lo que no quiere decir que al final la decisión también encuentre respaldo por parte de los hombres. Las mujeres, ante la experiencia de problemas de convivencia o prácticas que les disgustan, si disponen de autonomía económica, probablemente comiencen a pensar antes en la separación o el divorcio. También me parece probable que los hombres anticipen mejor los costes que para ellos tiene disolver la convivencia y que eso les inhiba algo más a la hora de tomar la iniciativa. Hay que reconocer que el coste de la estabilidad familiar en el pasado recaía generalmente sobre las mujeres. Las mujeres han ganado mucha capacidad de decisión sobre sus vidas, también en las familias, y eso está bien.
–¿Qué papel juegan los hijos en la ruptura de una pareja? Dicen que conflictos sobre su cuidado pueden detonar el divorcio.
–Tal vez sea un detonante, pero no creo que sea la principal causa. Normalmente las rupturas resultan de diferencias o divergencias de otro calado. Por mucho que puedan darse diferencias entre los padres y las madres respecto al cuidado de los hijos, al fin y el cabo, unos y otras suelen perseguir un objetivo común: el bienestar máximo de los hijos. En este caso, esas diferencias de criterio se pueden más o menos negociar. Para que se produzca una separación o un divorcio han de existir otro tipo de problemas de convivencia, de divergencias en visiones sobre la vida de pareja o familiar, sobre el uso del tiempo del ocio común e individual, sobre la gestión del hogar o sobre el uso del dinero.
«Las mujeres, si tienen independencia económica, probablemente comiencen a pensar antes en el divorcio»
Perspectiva de género
«La cultura pone el bienestar propio en el centro de los objetivos vitales de mujeres y hombres»
Individualismo
–¿Esas son las causas principales de un divorcio?
–Sí, yo diría que es la intolerancia ante comportamientos que quizá antes no disgustaban tanto, por ejemplo, rendir cuentas al otro miembro de la pareja sobre lo que se hace o no se hace. A veces las separaciones o divorcios van precedidos de actos ocasionales, como la infidelidad, pero otras veces son provocados por prácticas o hábitos que antes nos parecían «pasables» (o incluso bien) y que comienzan a enervarte hasta parecerte inaceptables. Estos sentimientos cobran mayor importancia en contextos culturales que priorizan la individualidad. Seguramente la pregunta de si estoy o no estoy contento o contenta con mi pareja y con la situación que vivo en mi familia no se la planteaban antes tanto las mujeres ni los hombres. Prevalecía el compromiso con la familia sobre los sentimientos individuales, y también se sentía más temor social (quién sabe si quizá también más temor a Dios). La sociedad favorecía el mantenimiento de la convivencia familiar porque veían en su ruptura un fracaso. Hoy ya no es así. Los constreñimientos sociales prácticamente han desaparecido a este respecto, y muchos otros. Que la pareja conviviente se separe, que la familia deje de vivir bajo un mismo techo por la separación o el divorcio de los progenitores, ya no es nada raro ni residual. Seguro que ya hay clases escolares en las que más de la mitad de los niños no conviven simultáneamente con ambos progenitores.
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