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Unas 74.000 personas mayores de 60 años viven solas en la provincia de Málaga, según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE). La mayoría ... celebra los días más señalados de estas fiestas con sus familiares, entre comidas y cenas que en muchos casos camuflan lo que psicólogos y asistentes sociales llaman «soledad no deseada». Lo explica Angie Moreno, gerente de la Fundación Harena, organización que acompaña a estos mayores desde hace casi veinte años: «Los sesenta e incluso setenta años han dejado de ser una barrera. Ahora muchas personas de esta edad tienen una vida activa, con una red fuerte de familiares y amigos, aficiones... Pero hay otro porcentaje de población de esta franja de edad que no se quita la bata».
Esa imagen, la de alguien que no se quita la bata, representa casi todas las aristas de uno de los principales retos demográficos actuales. «Muchos mayores se abandonan», cuenta Ruth Sarabia, delegada de Inclusión Social y Familias de la Junta de Andalucía en Málaga, «por distintas razones como que fallece su pareja o apenas reciben visitas». Es entonces cuando comienzan a descuidar su aspecto físico, dejan de prepararse comida, no salen y la espiral de aislamiento se vuelve insalvable, hasta el punto de generar problemas de salud física y mental. Algunos tienen conflictos familiares. Otros, la mayoría, simplemente son víctimas del lado más perverso de una sociedad acelerada que cada vez dispone de menos tiempo para los cuidados, un sistema de vida que deja atrás a los más débiles. Lo resume una asistente social que prefiere no revelar su nombre: «Si mucha gente ni siquiera tiene tiempo de llevar a sus hijos al colegio, ¿cómo va a cuidar de sus padres o abuelos? Llevamos un ritmo endiablado».
No es una situación irreversible. En la Fundación Harena lo tienen claro: «En cuanto tienen a alguien que se preocupa por ellos, en cuanto tienen actividades y entretenimiento, les cambia el estado de ánimo». Por eso Angie Moreno insiste en la necesidad de solicitar voluntarios: «Poned que nos hacen falta voluntarios, por favor. Nos hacen mucha falta». Y eso que la respuesta, cada vez que reclaman ayuda, es enorme: este año han tenido cerca de ochocientos voluntarios. «Pero siguen haciendo falta manos». A menudo hacen campañas de sensibilización que inciden en el antes y el después del acompañamiento: «Lo cuentan ellos mismos, explicando que antes se pasaban el día tristes, depresivos, comiéndose las paredes, y ahora tienen motivaciones e ilusiones».
Sarabia coincide en el diagnóstico: «Tener planes es imprescindible para estar bien, para que les apetezca arreglarse y salir o les ilusione recibir una llamada o una visita». Una vuelta a una sociedad más centrada en los cuidados, menos competitiva e individualista, también aliviaría el problema. «Antes la familia era la espina dorsal de la sociedad», sentencia Sarabia, «y ahora ha dejado de ser así». De hecho, suele producirse una paradoja cruel: las eternas cuidadoras, las mujeres, son las que más sufren esta soledad no deseada. Lo cuenta Camino Oslé, doctora en Pedagogía, gerontóloga y miembro del Comité de Bioética de Navarra: «Tenemos mayor esperanza de vida que los hombres y, por tanto, padecemos más las lacras asociadas a la vejez. Cuando los hijos se marchan o se quedan viudas, si no han tenido tiempo de crear una red social propia, muchas se encierran en casa y caen en el aislamiento». Las barreras arquitectónicas son caso aparte: en bastantes casos dejan de salir porque no tienen ascensor y les da miedo subir o bajar escaleras. La mitad de las personas que viven solas con esa edad, de hecho, cobra menos de mil euros al mes.
Históricamente, las personas mayores han sido referentes de autoridad bien entendida, pero la aceleración del ritmo de vida ha deformado su percepción social hasta reducirlos a «cargas», una realidad que las comidas y cenas familiares maquillan estos días pero que vuelve a aflorar en cuanto regresan a casa o los invitados se van. El momento más temido.
Blanca es coqueta. En su carta a los Reyes, una iniciativa de la Fundación Harena en colaboración con la Fundación El Pimpi y empresas e instituciones como Opplus, Sector Alarm o Molina Lario, pide «pendientes de clic y pulseras con mucho brillo». Fernando sólo quiere «ponerse bueno» y a Francisco, con una caligrafía perfecta, le gustaría recibir «una radio pequeña» para que le haga compañía «y caramelos, de café si puede ser». «Yo no necesito nada, sólo buena salud», escribe otro de estos ancianos, aunque al final de su carta deja caer un capricho: «Quiero buen humor para mis compañeros... y un frasco de colonia». Dolores, autora de una de las cartas más entrañables, escribe: «Os estaría muy agradecida si pudierais traerme una pinza larga para ponerme las medias porque ya no puedo alcanzarme los pies».
Como éste, son muchos los proyectos que tanto las administraciones públicas como organizaciones sin ánimo de lucro y empresas llevan a cabo para mitigar la soledad de los mayores. Entre otras acciones, la Fundación La Caixa lleva diez años lanzando el programa 'Siempre acompañados' para facilitar «estas transiciones vitales». También la Fundación Unicaja colabora con Cuidar y Curar para que aquellos mayores que vivan solos pasen acompañados la Nochebuena y la Nochevieja en centros de las provincias de Málaga, Jaén o Ciudad Real.
Los servicios sociales reclaman «mayor sensibilidad social» hacia los ancianos y recuerdan que el aumento de la esperanza de vida provocará que este sector de la población continúe creciendo. Su cuidado supone uno de los grandes desafíos sociales del futuro, una prueba cuyos objetivos incumplidos quedan especialmente al descubierto estos días de fiesta.
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