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Caravana de inmigrantes hondureños a su paso por Chiapas (México). AFP
México trata de ordenar la entrada de los hondureños

México trata de ordenar la entrada de los hondureños

El Gobierno atiende de 40 en 40 a los migrantes que cruzan su país camino de EE UU y se niega a deportaciones masivas

Milagros L. De guereño

La Habana

Jueves, 1 de enero 1970

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El drama, la tensión y el cansancio acumulado en los nueve días de marcha bajo un sol de justicia ha golpeado a muchos de los miles de migrantes -cerca de 6.000, según estimación del ministro de Gobernación mexicano, Alfonso Navarrete- que caminan hacia EE UU comiendo únicamente los tamales y frijoles ofrecidos por los grupos civiles de socorro y las autoridades de Guatemala y México. Los 2.000 'sin papeles' que forzaron su entrada en Ciudad Hidalgo, salieron este domingo de nuevo a la carretera para avanzar hacia Tapachula (Chiapas), otra escala en su camino hacia suelo estadounidense.

Un grupo igual de numeroso decidió regresar a Honduras, mientras que otros tantos se agolpaban ayer en el puente fronterizo, a la espera de que el Gobierno mexicano les autorizase la entrada. «Entre más tiempo pase, se van a complicar las cosas. Hay que atender los problemas; problema que se soslaya estalla», advirtió el presidente electo Andrés Manuel López Obrador al llegar al Estado de Chiapas donde tenía programada una gira.

El Gobierno de México intenta organizar como puede el ingreso ordenado de migrantes al país, con formularios numerados y de 40 en 40. El ministro de Gobernación quiso dejar muy claro que «no hemos sido otro muro de Donald Trump, por eso la relación con el Gobierno de Estados Unidos es ríspida. Solicitaban cosas que el país no iba a aceptar. Pidieron que detuviéramos caravanas migrantes y que se hicieran deportaciones masivas; incluso ofrecieron 20 millones de dólares para usarlos en ese propósito y México no aceptó ni un centavo». No obstante, Navarrete advirtió que quienes en su desespero decidan arriesgar sus vidas y cruzar el río Suchiate sobre balsas, como hicieron el sábado unas 900 personas, serán deportados.

La multitudinaria caravana esconde cientos de vidas truncadas. Viajan familias enteras de hondureños con el único objetivo de salir de la miseria. «Venimos de San Pedro Sula. Allí no hay trabajo, pasamos hambre, no tenemos de qué vivir. Vamos en son de paz, no queremos problemas», explicaba a los medios locales Antonia, una anciana que camina en compañía de sus tres hijos y sus nietos.

«No tenemos nada»

Nada que ver con Mario David Castellanos, un niño hondureño de 12 años que viajaba solo y que fue detenido por la policía mexicana. «En ningún momento yo le di permiso (para que se fuera). Él salió queditamente… El deseo de él es ayudarnos», explicaba el padre del menor al informativo Hoy Mismo de Canal 3 desde San Pedro Sula. «Yo no me di cuenta de que faltaba hasta que me llamó de Copán -en el noroeste de Honduras- y me dijo que ya iba en la caravana rumbo a Estados Unidos». La BBC informó de que un policía agarró al niño por el cuello y lo lanzó al suelo, causándole un golpe en el hombro, un raspón y daños por los gases lacrimógenos de la represión policial del viernes.

Denisse Salvador no dudó en unirse a la caravana ante la imposibilidad de sacar adelante a sus hijos en su país. «Están caminando descalzos, pero no podemos quedarnos allí. En Honduras no hay nada, no hay trabajo, ni educación, ni seguridad. Tenemos que seguir adelante», se duele. Entre quienes aceptaron la oferta del Gobierno hondureño de subirse a los autobuses para regresar a su país se encuentra la familia Jiménez Ponce. El padre aseguró que regresan porque su «hijo se enfermó de gripe y tos por la lluvia y el calor», pero que volverán a intentarlo.

La mayoría de los migrantes vendieron o dejaron atrás lo poco que tenían. Solo este domingo caminaron 45 kilómetros. A su paso, los vecinos salían a la calle para ofrecerles agua y frutas. A mitad del camino -a 20 kilómetros de Tapachula-, los esperaba un retén de la policía federal formado por 700 agentes que intentaron convencerles de que fuesen a los albergues y desde allí presentasen una petición formal de refugiados. Los migrantes declinaron la invitación por miedo a ser deportados.

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