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Ahora se llama Tano y parece un perro completamente diferente de aquel que se coló, desorientado y calado hasta los huesos, en un Cercanías de ... la línea C2 de Álora a Málaga. Tano es el nuevo nombre de Gipsy, que es como le puso la voluntaria de la protectora de Pizarra que se lo encontró porque viajaba en el mismo tren, y decidió rescatarlo y ponerlo a resguardo en su refugio.
A Tano, antes Gipsy y antes de nombre desconocido, o inexistente, le cambió la suerte el día que decidió saltar desde el andén de la Estación de Cártama a aquel vagón que iba camino de la capital. Entre los pasajeros también iba camino de su trabajo Felipe Sánchez Martín. «Era un día de mucha lluvia. Yo estaba al lado y se me quedó su mirada...», recuerda en conversación con SUR desde su casa en Álora, con el animal a su lado. Como casi siempre desde que lo adoptó.
«Desde que lo vi fui todo el camino pensando en quedármelo...», prosigue. Pero antes de dar cualquier paso, primero lo tenía que hablar con su pareja, Viviana, porque ya tienen otro perro, un labrador también adoptado, «y era otra responsabilidad».
A ella le pareció bien y entonces comenzó a buscarlo. En ese momento, la única referencia que tenía era la conversación que captó entre la voluntaria, Donata Jurgaityte, y el guarda de seguridad de la estación Centro Alameda. Al verlo llegar con la correa, este pensó que al perro lo había colado ella, y tuvo que explicarle que se había colado solo y que ella sólo trataba de ponerlo a resguardo. Con todo, quedaron en que ella dejaría sus datos de contacto por si fuera necesario.
Los días siguientes, el adoptante trató de recabar el contacto de la chica en la oficina de la estación, pero nadie lo tenía. También dejó sus datos por si ella pasaba por allí, para que le pudiera llamar. «Que sea lo que Dios quiera», se dijo, después de días de búsqueda infructuosa. Y en ese momento, abrió el móvil y se topó con la noticia de SUR, en la que se explicaba que Tano había quedado recogido en el refugio Perritos del Higuerón, que está en Pizarra.
No le costó convencerlos de que era el candidato idóneo para quedarse con él. Además de que viven en una casa grande, con espacio de sobra, en Álora; de salir con frecuencia al campo y de tener otro can adoptado, es que su amor por los animales le llevó a obtener el título de auxiliar de veterinaria, aunque no ejerce. Sánchez Martín, de 57 años, trabaja actualmente como vigilante de seguridad y como administrativo contable en una asesoría.
Y así empezó su nueva vida. De hecho, el origen de su nombre ya tiene su propia historia. Y es que en el refugio lo bautizaron como Gipsy, que es gitano en inglés. Así que decidió romper por el final, y así quedó bautizado Tano. Aunque su aspecto desaliñado en el tren no lo hacía presagiar, tras las pruebas ha resultado ser todavía un cachorro, de menos de un año de edad. «Es un torbellino», sonríe su flamante dueño.
Los primeros días se asustaba un poco en presencia de Darko, el labrador canela que ya estaba en la familia antes de su llegada. «Aunque es grande, es un perro muy bueno y ahora ya se lleva muy bien con él». Felipe mira ahora la foto del animalillo desvalido que vio por primera vez en aquel vagón del Cercanías, y se vuelve hacia el ejemplar vigoroso que tiene a su lado: «No parece el mismo perro, ha pegado un cambiazo».
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