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Un niño abraza a Meghan durante uno de los actos en Australia. AFP
La duquesa descansa

La duquesa descansa

El viaje a Australia con el príncipe Enrique agota a Meghan Markle, cuyo embarazo le ha obligado a recortar su agenda de actos

JAVIER GUILLENEA

Jueves, 1 de enero 1970

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Los duques de Sussex no paran. Desde que el pasado día 16 comenzaron un viaje de dos semanas por Australia, Fiji, Tonga y Nueva Zelanda, el príncipe Enrique y su esposa, Meghan Markle, no han dejado de presidir actos, inaugurar eventos deportivos, visitar granjas y colegios, estrechar manos, recibir abrazos, saltarse el protocolo y, sobre todo, sonreír sin descanso. Tanto ajetreo ha pasado factura a Meghan, que se encuentra en su cuarto mes de embarazo. La duquesa tuvo que tomarse ayer unas horas de reposo para recuperar fuerzas, que falta le harán.

«Mi mujer está descansando en casa, estar embarazada tiene sus peajes», reveló el príncipe Enrique a los ciclistas que participaron en una prueba de los Juegos Invictus, que fueron creados por él en homenaje a los veteranos de guerra discapacitados. Horas después Meghan reapareció en una recepción con el primer ministro australiano.

Fuentes cercanas a la pareja confirmaron que su extensa agenda, compuesta por 76 actos oficiales en 16 días, ha llevado a los duques a modificar alguno de los compromisos previstos para no agotar a la futura madre.

En la primera etapa de su viaje los duques han dado muestras de una espontaneidad pocas veces vista en la familia real británica. Para sofoco de los puristas, ambos se quitaron los zapatos al entrar en una playa, un gesto lógico pero prohibido por el protocolo, ya que los miembros de la realeza no pueden descalzarse en público.

En estos seis días los duques han sido un filón para los amantes de las anécdotas. El susto y las risas de Meghan, que se vio sorprendida por el estruendo de un pequeño coche mientras escuchaba las explicaciones de unos estudiantes, no han hecho sino aumentar su idilio con los australianos, que han recibido a la pareja con los brazos abiertos. Prueba de ello es el abrazo que les dio un niño de cinco años que se puso a jugar con la barba del príncipe porque le recordaba a Papá Noel.

También fue muy comentada -y criticada por los guardianes de las esencias reales- la imagen del príncipe leyendo un discurso mientras la duquesa le sostenía el paraguas para resguardarle de la lluvia. El acto se desarrollaba en una ciudad asolada por la intensa sequía que está sufriendo la región. «La lluvia es un regalo», dijo el príncipe a su cautivada audiencia, más monárquica que nunca.

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