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La diversión es un idioma universal que se habla con todos los acentos locales y extranjeros. Málaga es un caso práctico de esta teoría general estos días de feria. Y sobre todo en el centro, donde se abre una gran conversación en la lengua global de la fiesta. En el centro es donde todos se reúnen. Donde los malagueños pasean para reencontrarse con sus tradiciones y sus calles -aunque algunos prefieran secretamente el real-. Y donde los forasteros, tanto los españoles como los de otros países -estos a veces no pisan ese segundo escenario de la feria-, tienen citas ineludibles con los monumentos y los museos más señeros.
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A todo esto se refieren Anabel Espinar, Cristina Pérez y Sarai González, tres amigas que vienen de Barcelona y están tomándose algo bajo los toldos de la calle Larios, aprovechando la brisa y un poco al margen del concierto a reventar que se celebraba en la plaza de la Merced, donde la mayoría ya sudaba la gota gorda: «Aquí todo el mundo te habla, hay muy buen rollo; la gente va toda de buen rollo. Y hay mucha más diversidad que en otros lugares de Andalucía», acuerdan. Una señora de Málaga, de Villanueva de Algaidas, Gracia Peláez, que llevaba muchos años sin visitar la feria de la capital y que se deleita con los verdiales también en la calle Larios, corrobora los intercambios verbales entre extraños que se dan estos días en las calles de Málaga porque dice que el otro día estuvo hablando con una señora holandesa que hablaba español con su acento y que eso le recordó que ella en su día visitó ese país noreuropeo en representación del aceite de oliva español. Y, efectivamente, en Málaga también hay holandeses disfrutando de la feria. Aunque algunos por pura causalidad, como Puck, de 27 años, que desayunaba con su pareja en un bar muy cerca del museo Picasso: pasarán aquí ocho días, prácticamente los que dura la feria y, aunque ha sido una sorpresa encontrarse con la fiesta, disfrutan del gentío, la alegría y lo más delicioso que han probado de la gastronomía malagueña -aunque un poco alejado del meollo de las celebraciones-, los espetos.
Para los tres amigos alemanes de 28, 33 y 36 años de los que Max hace de portavoz, también ha sido una casualidad estar en Málaga en plena feria: una feliz coincidencia que hayan venido a la capital mediterránea a celebrar el cumpleaños de un amigo. Dicen que en la ciudad hay mucha más gente de la que esperaban, pero destacan que el ambiente es muy bueno, que a los españoles se les ve muy felices y que todo el mundo parece muy relajado, de trato fácil, agradable, en definitiva. Ni Puck ni los alemanes descartan ir al real, pero de momento no se han acercado. El que pisan a diario es el centro. Como Jure, de Eslovenia, que está en Málaga por la competición de baloncesto: «La feria es un extra», afirma. Y lo suma al que está ahí todo el año: la playa. Otros llegan del mar, como los cruceristas italianos que desembarcan en el puerto nada menos que el segundo día de feria y a un minuto de la calle Larios. Caterina Contu es una de ellos. La pena es que sólo hacen escala aquí un día, aunque quizás su experiencia sea un aperitivo de una visita más larga.
Lo mismo sucede con Gunn, noruega, a la que acompaña su marido y sus hijos. En la feria se oyen todos los acentos y de todas las edades, porque los niños también son bienvenidos, aunque Gracia Peláez sí que cree que hace años era más fácil moverse con los críos por el centro de la ciudad en estos días de agosto. Pero Javier Lara, barcelonés, está disfrutando mucho con su mujer, sus dos hijas de 12 y 15 años y su perrillo. Hace cola para entrar en un establecimiento famoso para comer en este domingo de feria y dice que la convivencia multicultural funciona muy bien durante las celebraciones. «Es perfecta», dice. Habla con conocimiento de causa, porque en los apartamentos turísticos en los que se aloja hay muchos huéspedes de otros países.
Y, sí, como la mayoría de españoles que llegan a Málaga estos días lo hacen para disfrutar de la feria, no se topan con ella como extra, como sorpresa o por pura casualidad. La venían buscando. También Eric Beltrán y Borja Lorente, que son de Valencia, y quieren ver el folclore malagueño, pero también algunas ciudades cercanas, porque tienen muchas inquietudes culturales. Incluso buscan y comparten paralelismos entre la feria de Málaga y las fallas valencianas. Lucía Casillas y Antonio Hernández, de Madrid, han venido con otros cuatro amigos y concluyen que el centro es más Andalucía por el día que por la noche. Y es en pleno día cuando la joven Fátima Báñez aprovecha la menor ocasión para, con su acento malagueño, divulgar su saber sobre los verdiales, su historia, su razón y sus valores: esos cantares que nacieron en el campo y que se transmiten oralmente, como los romances de los trovadores.
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