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¿Qué hacer con... la Educación?

¿Qué hacer con... la Educación?

El profesor José Luis Raya y el periodista Francisco Gutiérrez analizan la situación de la enseñanza en los niveles no universitarios

José Luis Raya y Francisco Gutiérrez

Viernes, 23 de noviembre 2018, 00:54

José Luis Raya

La docencia

Para dedicarse a la docencia uno debe recargarse de optimismo a diario y al mismo tiempo nutrir esa vocación que te ha conducido al lugar donde estás, pero cuesta mantenerla y fortalecerla, pues son muchas las cortapisas y los obstáculos que uno encuentra a lo largo del camino. Nos hemos convertido supuestamente en piezas claves para el desarrollo de una sociedad, y a la postre de un país o una nación. Formamos ciudadanos y ciudadanas libres que impulsarán el desarrollo y el bienestar de nuestra sociedad/país/nación. Sin embargo, el Estado, prolongado hasta la Junta, no nos abriga para que podamos desarrollar esa labor tan fundamental. Todos coinciden en que la educación y la cultura son los ejes que vertebran un país, pero esa visión se convierte en pura quimera al comprobar los incongruentes obstáculos que debemos superar a diario, curso a curso.

La famosa 'ratio' por ejemplo, nuestro caballo de batalla, sigue siendo excesiva para poder enseñar con ciertas garantías. Hay un considerable número de alumnos en la ESO –antes eran excepciones– cuya rebeldía, faltas de educación y motivación impiden que el resto avance y progrese adecuadamente. Cuando hablamos de que la sociedad es la responsable, confundimos ese ente abstracto con la propia familia que se desentiende, he ahí donde radica el quid de la cuestión. Hay padres y madres que no saben o no pueden educar a sus hijos-as en valores tan básicos como el respeto, el civismo y la disciplina. Esta ardua tarea parece que queda delegada en los docentes y por este motivo desatendemos a ese numeroso grupo que puede progresar. Las energías que se emplean en este tipo de alumnos disruptivos, que solo conoce sus derechos, van en detrimento de los que son atentos, educados y desean aprender.

Por otro lado, la administración –otro ente abstracto– nos bombardea con todo tipo de enfoques y proyectos didácticos que resulta imposible aplicarlos por la misma situación del alumnado, no tanto por la desmesurada ratio como por la patente indisciplina antes mencionada. Cada curso aparece una nueva nomenclatura a la que nos tenemos que familiarizar, la mayoría de las veces confusa y poco práctica. Me pregunto de qué mente tediosa y desocupada saldrá tanto palabro obtuso, que más que ayudar impide avanzar.

El Estado, que es el órgano de gobierno de una nación, y la Junta en connivencia, nos someten a sus experimentos pedagógicos y cada legislatura nos endosan un compendio de leyes, normas, reglamentos, artículos y decretos que poco tienen que ver con la anterior. Luego hay que añadir un sinfín y agotador número de tareas burocráticas y reuniones de todo tipo que terminan eclipsando nuestro verdadero trabajo y asfixiando nuestra auténtica vocación.

Hay que reivindicar, de una vez por todas, nuestro reconocimiento, transformado en hechos y no en buenas intenciones. Alguien tiene que transformar nuestra docencia en decencia y que nuestra labor podamos realizarla con cierta dignidad.

Podemos agradecer las buenas intenciones, pero si no vienen a facilitarnos nuestra tarea, al menos que no incordien, sobre todo los que se encuentran a años luz de la problemática que se respira en las aulas de la ESO.

Francisco Gutiérrez

Suspenso en Educación

La educación ocupa y preocupa. Cada nueva publicación de informes nacionales o internacionales nos saca los colores, situando a Andalucía a la cola de España y de Europa en resultados educativos. Y en esta campaña estará muy presente en los debates y propuestas programáticas. Los partidos políticos saben que a la sociedad en general le inquieta el fracaso escolar, el abandono temprano, la falta de motivación de los profesores, el acoso escolar y la violencia en las aulas.

Como segunda comunidad más extensa y la más poblada del país, Andalucía cuenta con el mayor número de estudiantes: son 1.589.000 los alumnos matriculados este curso (sin contar enseñanzas especiales ni adultos). Son atendidos por casi 120.000 profesores. Andalucía cuenta con 6.663 centros educativos, la mayoría públicos (4.160). De los 2.503 privados, más de 1.500 son escuelas infantiles. La financiación pública no llega a los 5.000 euros por alumno, siendo casi 400 euros más baja que la media nacional.

Pero Andalucía, con un 24 por ciento, duplica la tasa de abandono temprano de la UE, que para el conjunto del país es del 18%. Y en el último informe de evaluación de los alumnos de países de la OCDE (informe PISA por sus siglas en inglés) coloca a Andalucía a la cola de las comunidades españolas en Ciencias, Matemáticas y comprensión lectora, con retrocesos respecto al informe anterior.

Para algunos, los malos resultados de Andalucía en estos indicadores se explican por esa escasa financiación. Pero hay comunidades, como Castilla y León, que con una financiación similar consigue mejores resultados. También se relaciona con el índice socioeconómico de Andalucía, con niveles de renta muy por debajo de la media. Incluso se ha aludido al retraso y los índices de analfabetismo que había en Andalucía, una explicación que tras casi 40 años de autogobierno no se sostiene.

Poco ayudan los partidos políticos. Todos los sectores implicados están de acuerdo en una cuestión: es necesario un acuerdo de Estado sobre educación, para que deje de ser un arma ideológica. Hace años, el PP dinamitó en el último minuto el acuerdo que se había alcanzado con el ministro Gabilondo. Hace unos meses, fue el PSOE el que se levantó de la mesa de debate a las primeras de cambio. Ahora el Gobierno acaba de presentar su propia reforma educativa, con la que trata de enterrar definitivamente la ley educativa del PP, la LOMCE, ya muy tocada y descafeinada tras la pérdida de la mayoría absoluta en el último Gobierno de Rajoy. Dentro de la lógica partidista, sin ningún tipo de consenso, no ya solo con otras fuerzas políticas, tampoco con sindicatos de profesores o consejos escolares, el futuro de esta reforma parece muy incierto.

Por encima de la cuestión económica, relativa a recursos, o política, la que afecta a las leyes, los docentes ponen el énfasis en una cuestión más relacionada con la dignidad y el respeto. En muchas ocasiones, las clases se vuelven ingobernables. Y si se llama la atención a un alumno, algunos padres la toman con el profesor. Es cuestión, dicen, de educación, pero no en el colegio, al que corresponde enseñar. La educación es cuestión de los padres, del hogar. Y es el pilar de las relaciones sociales y del desarrollo personal. Aquí poco pueden hacer los profesores. Sus esfuerzos en algo tan simple como enseñar a sus alumnos a reciclar son inútiles cuando en su casa no se practica.

Y descendiendo a la realidad diaria de las aulas, padres y docentes no entienden que se tarden semanas en sustituir a un profesor de baja. O que haya cientos de alumnos estudiando en aulas prefabricadas, 'infraestructuras provisionales', las califica la Consejería de Educación, un eufemismo que pierde todo su sentido cuando permanecen en los centros durante años.

Porque el futuro depende de la educación y la formación de los jóvenes, no habría que escatimar esfuerzos por alcanzar consensos amplios, por dar seguridad a los profesionales y estabilidad a los planes educativos. Por invertir en medios, pero también en formación. Por incrementar las plantillas, porque un aula con 30 alumnos es ingobernable. Por innovar (que no es solo colocar pizarras electrónicas) en el aula y por procurar una educación en valores e inclusiva, para que nadie, sean cuales sean sus capacidades, se vea excluido.

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