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Placa con el escudo del Feyenoord en el cementerio Zuidergraafplaats de Róterdam. EFE
El fútbol, la fe y el día de los difuntos

El fútbol, la fe y el día de los difuntos

Alberto del Campo Tejedor

Domingo, 31 de octubre 2021, 17:29

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En la entrada al cementerio de Sevilla, una mujer, ya septuagenaria, compra en el día de los difuntos un arreglo de flores con forma del escudo del Betis. A la misma hora y el mismo día, otros visitan a sus muertos en otros cementerios, donde no suele faltar alguna lápida o placa en la que, junto al «tu familia no te olvida», se ha tallado en mármol el escudo del club al que el finado fue devoto, como también lo fue su padre. La demanda va en aumento, según una empresa funeraria de lápidas de Valencia.

Normalmente, es el propio difunto el que manifiesta esa última voluntad antes de morir. El amor a su club es tan arrebatador que, de alguna manera, no quiere que se esfume del todo con el último suspiro. Desea dejar testimonio de su devoción y, de paso, recordar a sus familiares que le visitan la importancia que dichos colores tuvieron en su vida y, espera, seguirán teniendo en las vidas de los que quedan aquí. Los cementerios albergan a los muertos, pero están hechos para los vivos: para ellos son los mensajes fúnebres.

Uno elige el partido político al que votar o la pareja a la que se une, pero el equipo de fútbol es frecuentemente cosa de los ascendientes. Una vez que, de pequeño, vas al campo con algún familiar, puedes aún cambiar de equipo, siempre que hayas ganado. Pero ¡ay si te estremeces con tu padre o tu tío en la derrota! Entonces no hay vuelta atrás: serás de ese equipo toda la vida. Y cuando ellos se vayan para siempre, su memoria será imborrable.

El aumento de símbolos futbolísticos en el camposanto está acorde con la progresiva sustitución de las tradicionales creencias religiosas por otras devociones en un mundo secularizado. Y también con la creciente sacralización del fútbol. En Sevilla, habituada a la mezcla barroca desde siglos, es habitual que las sacralidades religiosas y futbolísticas se amalgamen, y así muchas peñas del Betis o el Sevilla lo son también de la Virgen del Rocío o del Jesús del Gran Poder. Si en un pueblo como Trigueros (Huelva) se funda una peña del Athletic, el nombre que eligen remite al patrón de la localidad, con lo que la Peña Athletic Club San Antonio Abad aglutina las dos devociones de sus socios.

El intento de alargar, después de muerto, el vínculo emocional y devocional con el club de tus amores pudiera estar detrás de los que deciden que sus cenizas descansen en el estadio. El ayuntamiento de Bilbao no permitió que en el Nuevo San Mamés se instalara un columbario, tal y como lo tienen otros clubs: el Espanyol, el Atlético de Madrid o el Betis. Como la incineración es cada vez más frecuente, muchos dejan dicho que sus cenizas sean esparcidas en el campo de fútbol donde vivieron tardes gloriosas. El terreno de juego, como el estadio, es al fin y al cabo un espacio sagrado para muchos aficionados y un lugar donde la eterna rueda de vida y muerte adquiere presencia simbólica: se habla de partidos «a vida o muerte», de «morir en el campo» por tus colores, de «tocar el cielo» con algún título o hundirte «en el infierno de Segunda». Alguna pancarta sugiere que la hinchada considera a tal o cual jugador «eterno», mientras ciertos cánticos desean que algún rival odioso acabe en el otro barrio.

Estos días vamos al cementerio para honrar a nuestros muertos. Porque, aunque ya no están en cuerpo, su presencia permanece en la memoria y algunos consideran que tienen alguna misteriosa capacidad para interferir en la vida. El que lleva una foto de su difunto padre al estadio o esparce sus cenizas en un córner asume, de alguna manera, que aquel que le inició en su devoción futbolera permanece ahí, ligado a su equipo, incluso ejerciendo alguna influencia en el resultado, como cuando se desgañitaba desde su butaca. La foto tiene una fuerza taumatúrgica y las cenizas nutren simbólicamente el césped donde aguardan gestas «inmortales». La vida es efímera pero nuestro club es perdurable, como lo es también el agradecimiento a los que nos iniciaron en nuestra particular fe futbolera, que, pasada de padres a hijos y a nietos, se eleva triunfante sobre la muerte.

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