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No hay fundido a negro, ni salto de eje, ni el consuelo de una elipsis: la vida como un travelling constante, un plano secuencia imperfecto, ... sin coreografías, sin steadycam que estabilice el temblor. Esa es la sensación, agotadora, pero también hipnótica, que deja 'Adolescencia' (Netflix), la serie de la que todo el mundo habla: cuatro episodios, cuatro planos secuencia de casi una hora cada uno, rodados en tiempo real con una cámara que persigue, se adelanta, se cuela, se esconde y observa como si la vida ocurriera sin guion, cuando es, precisamente, todo lo contrario.
El plano secuencia es una toma única, sin cortes, donde la cámara y la vida comparten el mismo aliento. Nada se interrumpe, nada se edita: el tiempo fluye como en la realidad, y la mirada no parpadea (aunque hay moderneces: en 'Enter the Void', el drama psicodélico de Gaspar Noé, vemos planos subjetivos que pestañean). En realidad, el plano secuencia es el cine en su estado más primitivo. Antes de que existiera el montaje, no había cortes, ni ángulos alternos, ni ritmo impuesto por la edición: solo una cámara observando el mundo en tiempo real. Por eso, cada plano secuencia moderno -por muy elaborado que esté- es también una forma de regreso. Pero uno que exige control absoluto, precisión quirúrgica y un pacto con el tiempo y el error.
El recurso ha sido ampliamente utilizado. Hitchcock ya jugó a que no se notara el corte en 'La soga', Orson Welles convirtió el arranque de 'Sed de mal' en una clase magistral de tensión, y 'El arca rusa', de Aleksandr Sokurov, lo radicalizó. El plano secuencia ha oscilado entre la epifanía formal y la trampa del ego: un truco brillante cuando suma, un gesto vacío cuando solo quiere demostrar que puede hacerse.
El director de 'Adolescencia', el británico Philip Barantini, convirtió la cocina de un restaurante en un campo de batalla emocional donde cada movimiento -tanto de cámara como de los personajes- era combustión contenida. Lo hizo en 'Hierve', en forma de corto, película y miniserie. Se ve que le gustó la idea. En 'Adolescencia', vuelve a retorcer el recurso, creando una especie de flujo vital de la cámara, donde lo importante no es tanto lo que ocurre como el hecho de que no deje de ocurrir. Todo sucede ante nuestros ojos como si estuviéramos allí, atrapados en la misma duración que los personajes. Como si detenerse fuera morir.
Puede que, en 'Adolescencia', esta maestría técnica tan impresionante y tan coral juegue en contra del propio sentido de la miniserie, como si la forma devorase el contenido. La trama queda en segundo plano porque resulta difícil conectar con personajes que circulan como en una danza. Pero esto no le resta valor a ninguno de los cuatro episodios ni al impacto que produce su visionado.
El primer ministro británico, Keir Starmer, ha anunciado que la serie podrá verse gratuitamente en todos los colegios del país. No tanto por estar rodada en cuatro planos secuencia, sino por el tema que trata. Pero el hecho es que 'Adolescencia' conecta con una generación que no se permite el corte. Todo lo graba, todo lo comparte, todo lo siente en tiempo real. Y también por eso conviene recordar que el plano secuencia puede ser una herramienta narrativa sublime... o una cárcel estética si no se usa con criterio. Porque la vida no es un plano perfecto, pero tampoco necesita parecerlo.
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