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Aixa Portero (Málaga, 1975) lleva más de dos décadas construyendo una trayectoria coherente y singular que cada vez encuentra nuevos espacios de expansión y reconocimiento. ... Artista, investigadora y profesora titular en la Universidad de Granada, su obra ha sido expuesta en ciudades como Bruselas, París, La Habana o Bogotá, siempre desde una poética que no busca el impacto inmediato, sino la resonancia profunda. Un arte que propone, interroga y permanece, sostenido por una herramienta en apariencia inofensiva: la paz. No como consigna, ni como epígrafe, sino como poética.
Su obra, poblada de libros abiertos, raíces suspendidas, fragmentos orgánicos y cuerpos femeninos en estado de ofrenda, no busca adoctrinar, sino que invita a algo cada vez más escaso: detenerse y mirar. Escuchar lo que calla la materia. Intuir lo que todavía podría salvarse. Su proyecto más reciente, 'Tzibi Pax', lo confirma. Presentada entre noviembre y febrero en el Museo de Arte Contemporáneo de Querétaro (MACQ), en México, la exposición ha recibido cerca de 17.000 visitantes, una cifra descomunal para una muestra que rehúye lo espectacular.
'Tzibi Pax' —nombre que une la palabra latina 'pax' con el término euskera 'tzibi', cabra— articula un recorrido entre lo ancestral y lo contemporáneo. Más de un centenar de piezas dieron forma a un espacio donde la fragilidad se convierte en lenguaje. No hay narración, pero sí relato: el de una artista que insiste, obra tras obra, en que el arte todavía puede ser un refugio sin escapismo, un lugar sin cinismo, una ofrenda sin dogma: un campo de resistencia simbólica.
La acogida en Querétaro ha sido elocuente. Una de las piezas ha pasado a formar parte de la colección permanente del museo gracias a una donación de la propia artista, que ha pasado cerca de dos meses investigando en la Universidad de Querétaro, impartiendo conferencias y promoviendo la relación entre la cultura de paz y el arte contemporáneo. Ya se plantea una vuelta a esa ciudad para ofrecer un seminario sobre creatividad y resolución de conflictos, así como posibles itinerancias de la muestra por otros países de Latinoamérica.
Más allá del éxito, hay algo que ha hecho conexión. Tal vez porque el proyecto de cultura de paz no responde a una urgencia coyuntural, sino a otra más profunda: la de pensar cómo habitar el mundo sin romperlo del todo. Esa pregunta atraviesa toda su obra. Portero no separa la creación de la docencia, ni la estética de la ética. Su vinculación con la cultura de la paz no es un gesto decorativo, sino una extensión natural de su trabajo. Hay también una relación muy especial con los libros. No tanto como contenido, sino como cuerpo. En muchas de sus instalaciones aparecen abiertos, cerrados, mutilados o suspendidos. No se leen: se habitan. Son ruinas del saber, pero también promesas de sentido. Bibliotecas sin sistema. Palabras que ya no esperan ser dichas, pero que siguen ahí.
Desde Málaga —donde su trabajo ha dialogado en diversos espacios— hasta Querétaro, Aixa Portero sigue construyendo una obra que no busca imponerse, sino quedarse. En un momento en que el mundo parece volver a inclinarse hacia la violencia como única salida, su propuesta se planta con otra lógica: la del símbolo, la del gesto, la de la escucha. No para resolver el conflicto, sino para recordarnos —al menos— que hay otros lenguajes posibles.
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