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Al momento justo en el que descubrió esta historia lo llama su «caída del caballo». En los 80 la aspiración de ser «modernos y europeos» ... tapaba cualquier intento de mirar hacia el pasado. Tuvieron que pasar unos años y casi 6.000 kilómetros para que unas páginas de unas revistas europeas que encontró en la Biblioteca Pública de Nueva York le revelaran lo que había sucedido cinco décadas atrás muy cerca de su casa de Nerja. Así fue como conoció la caída de la Málaga republicana y la masacre de la carretera de Málaga a Almería. Desde entonces nunca ha dejado de investigar y trabajar sobre ella. Rogelio López Cuenca vuelve a 'la desbandá' con el propósito de ayudar en la construcción de una memoria «colectiva y en permanente revisión» sobre uno de los episodios más maltratados y dolorosos de la Guerra Civil.
El artista malagueño, Premio Nacional de Artes Plásticas, participa en el proyecto didáctico 'Hacer memoria' impulsado por el Ministerio de la Presidencia, a través de la Secretaría de Estado de Memoria Democrática. El objetivo es integrar en las aulas la enseñanza de la Historia con una pedagogía colectiva que facilite un conocimiento crítico del pasado a los jóvenes. Todas las guías están disponibles, con descarga libre, en la página web del ministerio, con la coordinación de los investigadores del CSIC Antonio Lafuente y Francisco Ferrándiz.
López Cuenca elabora la suya desde una máxima: «Hay que evitar la tentación de decir la última palabra». El relato se está releyendo constantemente «porque la Historia es siempre contemporánea». Por eso no hace un juicio definitivo sobre la situación, sino que ofrece recorrido «a todas las voces posibles, a todas las representaciones posibles». Sobre todo en un suceso en el que hay una ausencia «flagrante» de imágenes directas. «Si tú creas un mosaico polifónico con esa multiplicidad de perspectivas, estás subrayando la responsabilidad de quien está leyendo», apunta.
Entre esas voces están también las de quienes manipularon los hechos o trataron de ocultarlos. Sin censura, «porque los propios relatos que tergiversan, que manipulan o que ocultan se ponen en evidencia enseguida». En su guía hablan desde Gonzalo Queipo de Llano y Luis Bolín, de la Oficina de Prensa Extranjera de Franco, hasta los supervivientes de la carretera del infierno. Aparecen artículos de periódicos y revistas internacionales que se hicieron eco de la «barbarie fascista» y hasta los dibujos de niños refugiados que acabaron siendo acogidos en campamentos instalados en la zona del Levante. La capacidad de esos trazos infantiles de transmitir el drama de la carretera es sobrecogedora.
«Unos y otros, víctimas y verdugos, quienes protagonizaron 'la desbandá' serán durante largas décadas los depositarios exclusivos de su memoria. En contraste con la profusa presencia de noticias en aquellos primeros momentos, el episodio quedó pronto oscurecido por otros acontecimientos, y la Historia le prestará una atención escasa o nula», escribe López Cuenca.
Y es ese rápido olvido lo que atrapa al artista e investigador malagueño. Escribe: «En los mapas se lee que las localidades de Málaga y Guernica distan físicamente entre sí alrededor de 951 kilómetros. Mentalmente, sin embargo, en el imaginario del mundo entero, la distancia entre las evocaciones que estos nombres suscitan es muchísimo mayor: el primero, un destino turístico; el segundo, el escenario de un abominable crimen de guerra». Una diferencia abismal que solo se explica por el arte, por la existencia de un cuadro firmado por el pintor más importante del siglo XX: el 'Guernica' de Picasso. «La mayoría de las ideas que tenemos sobre el mundo, sobre la Historia y el pasado, no proceden de nuestra experiencia directa, obviamente, sino que la hemos aprendido a través de productos culturales, pinturas o novelas, ya sean de ficción o sean narraciones documentales. El arte construye el marco a través del cual nosotros podemos imaginar», reflexiona.
De forma consciente o no, por lo que oculta o por lo que revela, el arte siempre toma partido. «No es en absoluto inocente y no puede no estar implicado», sentencia. Ni siquiera manifestaciones artísticas tan pasivas como los monumentos tradicionales. «Con mucha frecuencia, contribuyen más a ocultar la complejidad de las situaciones que a revelarlas», dice. Alude a la última oleada de homenajes en piedra o bronce levantados en las calles en recuerdo a las víctimas del Covid y a quienes lucharon contra el virus: solo muestran una parte de lo ocurrido y obvian todo lo demás. López Cuenca detecta «una revancha de la figuración» en estas propuestas frente a intentos que han existido de crear otro tipo de arte público. «Lo que tenemos que plantearnos es la incompatibilidad del monumento con un discurso democrático. Hemos sido incapaces de generar otro modo de memorializar públicamente que no sea a través del monumento decimonónico», se lamenta.
Él se salió del carril en su 'antimonumento' al éxodo de la carretera inaugurado en Torre del Mar en 2007. Fue un proceso que se extendió durante tres años y que implicó a muchísimas personas, subvirtiendo la lógica habitual de los tributos que se encargan a un solo artista con un plazo límite. Aquí participaron los supervivientes y sus familiares y el monolito tradicional dio paso a una plaza, «un espacio seguro y tranquilo que pudiese invitar a la meditación o la conversación». Ya sea en este proyecto, en una exposición o incluso en la guía de 'la desbandá', el artista evidencia una vez más que lo importante no es el resultado o el producto: lo crucial está en el proceso.
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