Papeles vanguardistas

Aun siendo menor en número de obras y en dimensiones de éstas, no deja de ser sumamente interesante e ilustrativa del papel que adquirieron las creadoras en el gigante euroasiático durante el primer tercio del siglo XX. Las tan sólo 26 obras, todas del primer tercio del siglo XX y la gran mayoría de pequeño formato y en soporte papel, son apenas una mínima selección de la Colección Krystyna Gmurzynska, heredada de su madre, Antonina, quien se convirtió en una coleccionista trascendental del arte ruso de vanguardia. Esta exposición, por tanto, suma otra faceta más a esta suerte de 'retrato' poliédrico que podemos obtener de estas tres muestras: la faceta y compromiso como coleccionista, como un agente del arte que atesora un fondo y que, como podemos ver en esta sucinta selección, tiene la posibilidad de mirar a la mujer creadora e incorporarla, dándole visibilidad, en una colección. Krystina amplió los fondos heredados, imprimiéndole su impronta, aumentando, aún más, la presencia de mujeres artistas.

Y emerge esta colección justamente en un país en el que el coleccionismo fue fundamental de cara a la recepción de la modernidad y la puesta en marcha de los primeros grupos de protovanguardia rusa en la primera década del siglo XX, como La Sota de diamantes. Un capital papel que tuvieron dos gigantes del coleccionismo como Morozov y Shchukin, cuyas colecciones fueron apabullantes, acumulando decenas de obras maestras de creadores como Cézanne, Matisse, Picasso o Braque, y que, junto a otras cuestiones, promovieron que la balanza se inclinara en aquel país, pasando de ser periférico artísticamente a convertirse en uno de los escenarios centrales del arte de vanguardia.

La Colección Krystina Gmurzynska nos ofrece piezas de artistas rusas insustituibles del escenario vanguardista que acaban convirtiéndose en nombres esenciales de este fenómeno a nivel europeo, como son Popova, Goncharova, Rózanova, Ekster, Stepánova o Sonia Delaunay. Pero junto a estos nombres incuestionables, el conjunto cuenta con otra virtud, la de acercarnos a otras que no gozaron del mismo y tan temprano reconocimiento y que aquí, con una mínima presencia, como Yelena Guró o Maria Ender, ya advierten de la dimensión creadora que atesoran. La selección posee otra virtud, a pesar del limitado número de piezas. A saber, introduce algunos de los escenarios más característicos y pujantes del arte ruso, como el cine o la industria editorial, la cual requería del diseño, como apreciamos en las portadas e interiores de revistas de Antonina Sofrónova.

Son valiosos los diseños que Anna Lepórskaia desarrolló junto a Malévich para el Teatro Rojo de Leningrado, que ardió en 1932, y que suponen la implementación del suprematismo en lo espacial, dotándolo de una dimensión ambiental que la pintura adquiría en esas fechas –piensen en El Lissitzky y sus espacios PROUN–. Siguiendo con Malévich, la 'Composición no objetual' de Rózanova, de 1916, es profundamente interesante. No deja de ser una variación del suprematismo, pero una mirada atenta descubriría en los espacios geométricos texturas e incluso imágenes camufladas, algo que, sin duda, vendría a distanciar estas composiciones de los presupuestos más estrictos de Malévich, padre del suprematismo.

Junto a éstas, los 'collages' fotográficos, combinados con diseño gráfico, de Stepánova para la revista 'Sovietski Ekran', de una audacia y rigor extremos, suman una lúcida mirada al cine ruso de vanguardia y al diseño gráfico. Estos 'collages', por su sintaxis, por su modo de componer la obra, como una sucesión de instantáneas cual fotogramas, generando incluso cierto dinamismo, nos permite atisbar conceptos desde 'lo plástico' análogos a 'lo cinematográfico', como puede ser el del montaje. No debemos olvidar cómo en este momento la URSS no sólo es un ámbito privilegiado de producción cinematográfica, también de teorización del cine, baste recordar a figuras como Sergei Einsestein o Lev Kuleshov.

Precisamente, advertimos cómo en las vistas pictóricas de Yelena Guró, en la primera década del siglo XX, late una indudable mirada fotográfica o incluso cinematográfica, sometiendo a escenarios urbanos y pormenores de la ciudad a un encuadre forzado que, con posterioridad, encontraremos en autores como Paul Strand, que trabajaron en Estados Unidos la conocida como fotografía directa, o, como en la propia URSS, Ródchenko, figura de la Nueva visión.

'La base de la cooperación' (1922), para la Cooperativa Tsentrifuga, es un diseño o boceto de Popova para un cartel o un mural –nos inclinamos a pensar que es para este último cometido– sumamente interesante por su cronología. Por un lado, gracias a esa presencia heroica y fraternal de los trabajadores en la industria, asunto que sería uno de los motivos centrales del realismo socialista que, a partir de 1934, 12 años después de este proyecto, vendría a imponerse como único credo estético posible en la URSS, justamente para 'borrar' el arte de vanguardia, prohibido por Stalin. Por otro, por la incorporación de la grafía que lo conecta con cierta estética y sintaxis tanto del diseño gráfico de esas fechas –esto hace que valga la hipótesis de su finalidad como posible cartel– como de la propaganda de agitación ('agit prop').

Ello lo convierte en singular y permite que, por temática y tono, lo pongamos en relación con obras posteriores de artistas como Aleksander Kuprín o Vasili Rozhdéstvenski, auténticas apologías, como la de Popova, del trabajo físico y de la unión del ser humano con la máquina, que pueden ser, a su vez, puestas en diálogo con los murales que Diego Rivera realiza entre 1932 y 1933, en The Detroit Institute of Arts, en los que tomaba como motivo la cadena móvil de montaje que Ford implementó en su factoría de River Rouge.

El universo geométrico, con profundos vínculos con el arte popular y los iconos, es uno de los rasgos centrales de la vanguardia rusa, articulada en numerosas versiones o estilos. Son numerosos los ejemplos aquí expuestos, como podemos ver en el caso de Udaltsova, la síntesis entre rayonismo y futurismo de Ksenia Ender, el simultaneísmo de Delaunay, el organicismo de Goncharova o las composiciones gráficas de Sofrónova. Obras sobre papel que plasman el arte de vanguardia y que advierten del fundamental papel femenino en ella: auténticamente vanguardista.