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Miss Beige no habla ni sonríe. Viste de un color «feo, insulso, casi de pared». Siempre con el mismo vestido, el único que tiene, un ... modelo 'vintage' de los 70 que compró por un euro en el Rastro de Madrid hace diez años. Ana Esmith es totalmente diferente. Ella habla mucho, sonríe constantemente y hoy viste de un llamativo amarillo. Pero son la misma persona y ambas están en Málaga. La actriz, periodista y performer sacará este sábado a pasear a su 'alter ego' por la ciudad, dentro del Festival de Artes Vivas organizado por la agencia de los museos municipales y comisariado por Pedro A. Cruz y Cintia Gutiérrez. Todos los que se sientan «beige» están invitados: la quedada es a las 12.00 en el cubo del Pompidou.
Es la antiheroína de la gente corriente. Una mujer aparentemente inofensiva, discreta, normalucha y callada. Pero a la que nunca le falta su martillo en el bolso. «Cuando la gente mira a Miss Beige, de abajo arriba o de arriba abajo, encuentran el martillo y ese momento es maravilloso, porque cambia completamente la lectura de Miss Beige. Cuidado con las presunciones», advierte. Es la constatación de que detrás de esa imagen anodina hay una lucha, a modo de martillo pilón, por defender a los que como ella no tienen voz. «Es un altavoz para todas esas personas que no tienen forma de expresar sus necesidades. Como sociedad solo vamos a avanzar si protegemos a los más débiles, porque los no débiles ya se encargan ellos de llevar el mundo», reflexiona. No es nuevo en ella. En el colegio ya la llamaban «la abogada de los pobres», la aparición de Miss Beige solo lo ha multiplicado.
Su misión es parar y mirar, algo tan simple y tan difícil a la vez como eso. «Es una persona que observa muchísimo y que se introduce en lo que pasa en nuestro día a día, simplemente para hacernos conscientes de eso. Ella se para y mira, cosa que la mayoría de nosotros, por el estilo de vida que este capitalismo nos hace llevar, no hacemos». Y eso le hace denunciar la crisis de la vivienda, posicionarse frente a escándalos como la absolución a Dani Alves o criticar las dificultades del autónomo. Anima a la reflexión generando extrañeza, descolocando a quien tiene enfrente, incapaz de entender quién es y qué quiere esa persona que parece venir de otra época.
Hasta su gesto, serio y recto en todo momento, invita a pensar. «Son licencias que nos deberíamos dar todos, porque hay días que no te apetece sonreír», apunta. Se da por hecho que tenemos que estar felices y contentos. «Si te pregunta alguien qué tal y dices 'pues no estoy bien'. La gente se asusta», explica. Preferimos la sonrisa falsa, «y tenemos que ir luego a clase de pilates a quitarnos todo el estrés que nos trae eso». En su opinión, «a lo mejor no sonreír también nos hace bien como sociedad». Y eso no significa que estemos mal o seamos infelices, simplemente que nos resistimos a «jugar a un juego que todos sabemos que no siempre trae consecuencias buenas para la salud mental».
Ana Esmith habla detrás de sus gafas negras para mantener parte del misterio que siempre la rodea. Porque tampoco ese es su verdadero nombre. En su carné de identidad se lee Ana Gallego, un apellido que los ingleses pronunciaban de muchas formas distintas –menos la correcta– durante la larga temporada que vivió en Inglaterra. Así que se lo cambió por otro que les sonara familiar, pero que tuviera ese punto exótico que la delataba como extranjera. Hace diez años volvió a Madrid. Periodista y actriz, ha trabajado en el teatro de creación y estaba acostumbrada a crear situaciones. Pero la performance nació cuando encontró ese vestido antiguo de poliéster, «tan feo y tan abandonado», en el mercadillo y decidió darle otra vida. «Si no llego a encontrarlo, a lo mejor Miss Beige hoy no existiría. Fue a través del vestido como empecé a tirar el hilo y esa misma tarde de domingo ya tenía a Miss Beige en mi casa», recuerda.
Asegura que Miss Beige pasa más inadvertida de lo que nos imaginamos. Suele ir a los suburbios, a las afueras de las ciudades. «No me interesan los monumentos famosos ni la vida que se expone en las redes. Me interesa lo que no se muestra y la gente que no aparece. En esos círculos paso completamente desapercibida y me encanta». Cuenta que la gente mayor siempre le dice que va muy elegante, y ella les responde dándoles la mano en un gesto de agradecimiento. En los ámbito más modernos, en las ciudades, la cosa cambia. «A veces los que tenemos más cultura tenemos más problemas que la gente que tiene un nivel cultural inferior, que aceptan mucho más las cosas. A veces nos pensamos que estamos por encima del bien y del mal porque hemos leído muchos más libros o algo así».
Dice Ana que todos «tenemos una Miss Beige dentro». ‘Se nota, se siente, el beige es incluyente’ es, de hecho, el título de la performance que hará en Málaga, donde ya ha dejado su huella en otras ocasiones de la mano de Moments. Ahora hace un llamamiento a los ‘beige’ de espíritu para reunirse este sábado con ella a las 12.00 horas en el Pompidou. «La gente tiene que venir de beige con un martillo en su bolso aunque siempre digo que ellos pueden traer su propio concepto. Cada uno tiene que encontrar su forma de ser beige». Del Pompidou caminarán hacia la Casa Natal de Picasso. «Y es maravilloso porque los raros son los que no van de beige (...) Está bien darle la vuelta a lo que es la sociedad. Me parece divertido, empoderado y permite reflexionar sobre cómo nos ven los demás, cómo miramos nosotros a los demás, qué pasa cuando nos sentimos observados».
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