Microrrelatos SUR V Premio Pablo Aranda: textos del 31 de agosto
Envía tus microrrelatos a microrrelatos.su@diariosur.es. No existe límite de edad ni ninguna temática obligatoria, sólo hay que cumplir un requisito: no superar las 150 palabras
Domingo, 31 de agosto 2025, 00:13
-
Jorge Guillermo Enrique Torres Jaeger
Escena del crimen
«¿Por qué hacerlo?», inquiere Dupin. Moviendo la cabeza y analizando la escena sentencia. «No es la primera vez que lo haces». «Pero qué brillante ... revelación, Dupin», dice Poirot. «Ahora entiendo por qué se demoró tanto en encontrar al simio».
Mirando el arma del delito, la víctima y, observando especialmente al victimario, acota: «Esto viene desde antes; es aprendido, ¿no es así?». «Perdón, perdón por la interrupción, colegas. Si me permiten…», dice Holmes, quien, con un pañuelo toma el arma ante la alarma y próximo reproche de los presentes. «Es un rojo bastante intenso. ¿Cómo pudiste hacerle esto? ¡Es una brutalidad!». Todos los anteriores, aguzando la mirada se fijan en el detalle: «Faber Castell».
-
Patricia Collazo González
Hermano por un día
El día del apagón, del móvil que llevaba años sobre un mueble me brotó un hermano. Pelo enmarañado, mirada perdida. Supe quién era porque mamá corrió a abrazarlo y papá le reprochó desaparecer sin avisar.Se sentó en el sofá. Mamá le hizo un sándwich. Él lo devoró en silencio. Dio un respingo cuando me acerqué y le aparté el pelo con curiosidad. Detrás de la maraña creí ver algo familiar. Tú has de ser la bebé, ¿no? Asentí, aunque ya tengo siete. Me senté en sus rodillas y estuvo cantándome arrorrós hasta que regresó la luz y tuvo que volver a marchar.
-
Tatiana Ríos Alfaro
Moscas
Me pongo a su lado y le pregunto como todos los días: Mamá, «¿qué vamos a comer hoy?». Pero ella no me responde, ni siquiera se molesta en mirarme. Lleva un par de días así, me pregunto qué le pasa. Papá dice que es uno de sus numerosos enfados, que esta vez ha sido uno de los grandes.
Me incorporo cuando veo cómo papa se prepara para salir. «¿Dónde vas?». Le pregunto. «Voy a comprar el pastel favorito de mamá, ¿quieres venir?». Yo pienso que es buenísima idea, quizás así se le pase el enfado y vuelva a hablarnos.
Me levanto del suelo, no sin antes apartar de un manotazo las moscas que sobrevuelan el gemelo en descomposición de mamá.
-
Francisco C. Ayudarte Granados
El gruista
Desde su atalaya de acero, con las manos en los mandos, Marcos dominaba la metrópolis. Los coches eran circuitos luminosos; las multitudes, un hormigueo.
Andamiado en los aires, ignoraba el caos para buscar algo más. En la distancia, entre antenas y depósitos de agua, lo encontró: la azotea donde un anciano, puntual como un reloj, cuidaba de su huerto.
Marcos no conocía su nombre, pero observaba el lento ritual de sus manos con la tierra, una prueba de que algo paciente aún florecía en la vorágine. Aquel pequeño oasis verde era su único refugio contra la soledad de la cabina.
Aquella tarde, el zumbido de un helicóptero cortó el aire del crepúsculo. Se detuvo justo sobre el edificio de ladrillo. Un nudo apretó el estómago de Marcos cuando un foco, como una lanza de luz blanca, apuñaló la oscuridad incipiente y se clavó sin piedad sobre el pequeño huerto.
-
Alex Esteve
Todo está tranquilo
Son las cinco. Una cucharilla gira. Él se deja hundir en el sofá. Todo está tranquilo. Toma un libro al azar de la mesita. Solo oye las páginas pasar y el tic tac de su reloj. Susurra lo que lee: «Tras apoyarse sobre uno de los jeroglíficos, una enorme pared se desplazó...»
Un sonido tenue atraviesa la sala. Como aire por una grieta. Se detiene. Sigue leyendo: «Entonces entró en un mundo hasta ahora desconocido por todos». El murmullo regresa.
Dobla la página. Se incorpora. Silencio. Mira al pasillo. Todo está en su sitio. El sonido vuelve. No es algo, sino alguien. Nada en la cocina. Nada en el baño. El susurro sigue. Solo queda el despacho.
Se detiene frente a las puertas entreabiertas. Traga saliva. Empuja. Silencio de nuevo. Sobre la mesa un papel. Lo lee: «Entonces entró en un mundo hasta ahora desconocido por todos».
Una cucharilla gira.
-
María Sofía Abarca
De despechos y otras locuras de amor
Cuando Valentín, nuestro colega cardiólogo, nos confesó que «quería
sacársela del corazón», creímos que hablaba como cualquier despechado al cual su novia de años lo había dejado plantado en el altar para huir con el joven residente de neurología.
Nos lo advirtió dos veces: quería sacarse del corazón a Ana… La noche del dos de abril, luego de operar a corazón abierto durante doce horas, se tomó un descanso y cometimos el error de dejarlo solo.
Lo encontramos, después de buscarlo toda la madrugada, con el tórax abierto en la sala de disección. Había cortado el vértice y, con el bisturí, aún consciente, se había arrancado una porción del miocardio.
Con el pedazo de corazón en la mano izquierda, nos miró complacido y sonrió. Poniéndose de pie, como un fantasma, caminó hacia el tacho de basura y arrojó su carne culpable, junto con las demás jeringas y deshechos.
-
Victoria Sánchez Aranda
Resultado positivo
Él, abogado, siempre se inclinaba hacia el lado de las pruebas y la argumentación. Ella, matemática, hacia los números y su lógica.
El azar convino sus encuentros y el magnetismo de lo opuesto los unió.
Superado el umbral de los primeros años del enamoramiento, calcularon probabilidades. La misma física que los había emparejado terminaría separándolos, estaba estadísticamente documentado; la suya era una relación abocada al fracaso aunque se quisieran. Una ruptura amistosa se les reveló como la salida más elegante y menos conflictiva. Sin embargo, cuando supieron de mi existencia a través de aquel test que iluminó sus ojos con dos rayas rosas, sopesaron posibilidades. Y concluyeron que, quizás yo, variable cuantitativa y aleatoria, podría originar la excepción que confirmara la regla.
-
Sara Ces
Check-in
La verdad siempre estuvo en obras. Como uno de esos proyectos de vivienda que nunca se terminan de construir, que se mueren a medias, entre polvo y ruina. La única ventana que tiene está cubierta de carteles de conciertos de Raphael. Nadie mira dentro. Fuera, la fachada –recién pintada por algún trabajador sin contrato– atrae todas las miradas. Junto a los buzones, pegados como panales de abeja, una fila de turistas revolotea buscando su cajita de llaves, sin saber que aquí ya no hay vida.
-
Rosa María Gurrera Martínez
Equivalencia
Estaba convencido de que el tiempo es oro, así que cuando vio que no le quedaba nada en la cuenta corriente se fue de inmediato a urgencias. Le diagnosticaron una enfermedad rara, grave e irreversible, y le pronosticaron pocos meses de vida. Una vez en la calle, arañó sus bolsillos y comprobó que no le quedaba casi nada. Entonces, desesperado, decidió pedir un crédito.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión