Microrrelatos SUR V Premio Pablo Aranda: textos del 10 de agosto
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Domingo, 10 de agosto 2025, 00:28
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Cinta Tabuenca
Cincuenta
Son las doce del mediodía. Mi cuerpo flota en la piscina y mi tripa flota más que nada de mi cuerpo. No hay nadie aparte ... del socorrista, y sólo le he dicho hola al llegar.
No le he contado que es mi cumpleaños, que estoy fingiendo que ignoro que arriba, en casa, me están preparando una sorpresa.
En el agua todo es lento y me empuja el día hasta el bordillo, del que me separo de nuevo con el impulso también lento de mi mano.
Arriba, en el cielo, el sol asoma entre las rejas de una grúa que ahora está quieta.
Doy vueltas debajo de ella, arrastrada por la marea de cloro, porque en las piscinas también hay mareas, y pienso en su movimiento natural cuando no esté parada.
También pienso que hoy cumplo cincuenta y que todavía no tengo ni idea de cómo funciona, por ejemplo, una grúa.
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Alexis Morales Valdera
Persistencia
En mi cabeza hay un montón de piojos, alegres vecinos que no quieren irse, se aferran enojados, se acomodan como si su hogar fuera el Palacio de Versalles.
Los piojos son inquilinos problemáticos no pagan renta, no respetan la privacidad ni los derechos. Los pensamientos negativos son aliados de los piojos se arrastran en mi mente me transforman como Gregorio Samsa.
Los piojos se ríen, juegan y hacen alboroto, no quieren irse. He hablado a los insectos, y me han ayudado a separar mi cabeza del cuerpo, se la he regalado.
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José Luis Hernica Valencia
Últimos segundos
El volante no responde.
Intento girarlo, pero el coche sigue recto, como si no estuviera al mando.
La oscuridad se lo traga todo. Ni faros, ni referencias. Solo una negrura espesa, como brea.
El agua golpea sin tregua los cristales.
Me aferro al volante. Siento la vibración en los brazos, como si el coche estuviera a punto de despegar.
Nada cambia. Ni rumbo, ni velocidad. Solo un rugido que parece venir de todas partes.
Cierro los ojos. Rezo. Me encomiendo al azar, al freno, al destino.
Entonces, una luz blanca inunda el habitáculo.
El mundo se detiene....
–No vas a cambiar nunca –dice mi mujer, sin levantar la vista del móvil–. La próxima vez, vas tú solo al túnel de lavado.
Yo sonrío sabiendo que lo volvería a hacer.
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Gustavo Crescencio Ortiz
Sin palabras
Le dijeron que menos es más.
Antes escribía novelas, ensayos y poemas. Como nadie los leía, pensó que era verdad.
Se obsesionó con los microrrelatos: quiso escribir menos que Monterroso, Poe y Cortázar juntos. Más menos. Sin verbos ni pronombres. Menos. «Cuanto menos se diga, más espacio hay para imaginar», le aseguraron.
Cuando al fin publicó una hoja en blanco, el mundo lo llamó artista.
Ahora todos se leen en sus páginas.
Excepto él.
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María del Carmen Salmerón Giménez
Estoy en casa
Estoy aquí, en esta oscuridad, en este medio acuoso que era mi universo perfecto. Voces lejanas, melodías inciertas, se oyen a lo lejos, y un sonido rítmico me acompaña sin cesar: pon, pon, pon… Es el eco vital que me mece, la dulce certeza de su presencia. De pronto, una fuerza inmensa me empuja ahora, una urgencia imparable que anuncia el fin. Mis ojos, aún ciegos a la luz, buscan instintivamente un refugio, pero el camino se abre. Este es el umbral, el
lugar tantas veces soñado, y ahora, por fin, la certeza palpable de que lo cruzo.
Estoy hecha solo de amor; la luz y mi pequeño ser se funden. ¿Cómo me siento? Me siento ingrávida. La noción de mi cuerpo se hace real. Es un estado ajeno a toda palabra. Y de pronto, por primera vez, mi nombre resuena con total claridad ¡Carmen! Sé que estoy en casa.
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Diego Adrián Villareal Jiménez
Una familia de arañas en la esquina de mi cuarto
Ellas no barren ni sacuden, pero limpian el lugar. Siempre están cuidando sus telas; tampoco lloran. Las miro de reojo, porque no quiero recibir una mirada de vuelta, muchos ojos, son ocho; no soporto el contacto visual.
Ellas usan sus pequeños sombreros y cargan maletines, trabajan por las noches mientras duermo. Al menos eso creo.
En la ducha preguntan si yo vivo en su casa o ellas en la mía. Yo no respondo, mi madre me decía que no las escuchara. –Ellas no hablan tontito.
¿Habrán firmado contrato, o son demasiado tímidas para hablar con otros?
Antes de salir de casa, espero en la puerta para que cada una de ellas se despida.
Dicen adiós con cada pata, sus ocho; son una familia de seis, así que siempre voy tarde.
Ellas se sienten solas; por eso les dejé un mazo de cartas en la mesa, juegan solitario, ellas lo inventaron.
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Concha González-Nieto Delgado
Fuego
Miró el reloj. En la plaza la orquesta ensayaba un pasodoble. Los mozos se arremolinaban alrededor del callejón. Ella, impaciente, se abría paso entre la multitud que se agolpaba entre los soportales. Quería bailar. Encontrar el amor en los brazos de un muchacho y acabar soñando un amanecer. Solo deseaba eso. A punto de dar las diez, las luces se apagaron. La orquesta enmudeció. Al fondo apareció él, poderoso, con el cuerpo robusto, con los ojos más negros que jamás había visto. Estaban frente a frente. A tan solo un palmo de rozarse.
Ella se movió inquieta hacia la derecha. Él dio dos pasos hacia la izquierda.
Sus fosas nasales escupían un aire rojizo. Los gritos de la gente no impidieron que se mirasen con ternura. Las lágrimas de ella se mezclaron con el olor a gasolina que impregnaba las dos grandes bolas de fuego que colgaban de sus astas.
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María Reyes Hernández San Deogracias
La noche es otra
«Si alguna vez sientes miedo, súbete a un caballito de mar. Él te traerá conmigo», me decía mi padre cada noche, antes de irse a faenar.
«¿Cómo?», preguntaba.
«Toma una hoja de posidonia y déjala caer sobre su cuello, suavemente, como la caricia de una ola. Sentirás que su cuerpo se funde al tuyo, igual que abraza la marea a una concha dormida. Sujétate a sus riendas de coral trenzado y deja que la corriente te lleve por cuevas de cristal, donde el silencio canta con voz de sirena. Su cola bailará entre jardines sumergidos y sus aletas dibujarán anémonas sobre el arrecife, incendiándolo de fuego y luz. Si necesitas impulso, roza con suavidad los estribos de nácar y el mar abrirá sus alas. Entonces serás libre de la tierra. Y el mar, mi mar, será también el tuyo».
Desde entonces, la noche es otra. Y yo galopo sin miedo.
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