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«Lo primero que aprendí fue a fingir, fue a mentir». Desde muy niño fue consciente de que fuera de casa no podía comportarse como ... hacía de puertas para adentro. Con sus amigos no podía jugar a tener el pelo largo colocándose en la cabeza unos pantalones de pijama con goma elástica. Eso quedaba entre él y su madre. «Y cuando se escuchaba girar la llave, ella gritaba '¡quítatelo que viene tu padre!'», recuerda. Empezó a travestirse con siete años, pero no fue capaz de hablar de ello hasta los 39. Y lo hizo con su propio lenguaje, el mismo que le valió el Premio Nacional de Danza en 2017: el baile flamenco. '¡Viva!' es el resultado de aquella catarsis, un espectáculo convertido en símbolo de lo queer que este jueves llega al Teatro Cervantes dentro de la programación de Danza Málaga.
«Es una regresión a mi infancia para recuperar esa parte que para mí estuvo perdida», cuenta el granadino, en un descanso del ensayo de su próximo espectáculo. En '¡Viva!', siete bailaores, él incluido, se travisten en una celebración de la pluralidad y la libertad en torno al arte jondo. Hace años que Liñán saca la bata de cola y el mantón en sus montajes, pero ahora lo hace toda la compañía al completo. «Para mí nada tiene género. Veo el género como un invento. No sabría posicionarme en un patrón ni masculino ni femenino; creo se abrazan, se encuentran», reflexiona.
Lugar Teatro Cervantes.
Fecha Jueves 21 octubre 20.00 horas.
Entradas Entre 20 y 36 euros.
Le costó aceptar las etiquetas: «Porque yo no quería abandonar mi identidad de Manuel para convertirme en algo». Pero ha entendido que la sociedad «se siente incómoda» si no coloca en algún sitio a quien se sale de la normativa. La identidad queer y el llamado flamenco queer no es una pose de moda ni un recurso artístico, forma parte de su normalidad. Manuel Liñán lo mismo se coloca un traje de chaqueta que se pone unos tacones. «Me realza la pierna hacia arriba y me siento súper maravilloso. Me empodera». Confía en que llegue un día en que no se usen expresiones como travestirse o vestirse de mujer: «Ojalá solo digamos que nos vamos a poner un vestido. Ojalá que podamos apoderarnos de una estética y podamos naturalizarla». Pero para eso queda camino. Lo vive en su propia casa: Manuel Liñán tiene todo el respaldo de sus padres desde siempre, pero su padres, torero de profesión, todavía no ha sido capaz de ir a verle al teatro con este montaje. «Y hay que entenderlo, es su educación», añade.
Pero, a pesar del apoyo familiar, el camino no ha sido fácil. El insulto le ha acompañado desde la infancia. «El primer comentario que te hacen de pequeño es que si bailas eres maricón». Cuando empezó a formarse en la danza flamenca le gustaba hacer girar las muñecas moviendo todos los dedos de la mano y jugando con los brazos. «Y me decían que tenía un baile afeminado». Ahora todo se multiplica con las redes sociales. «Se siguen viviendo episodios bastante homófobos. En las redes la gente se permite la licencia de insultar a lo bestia». Al principio le afectaban esos comentarios, ahora le da más pena que rabia. «Hay mucho trabajo por hacer».
Por eso, el premio Max del Público que recogió en 2020 en el Teatro Cervantes de Málaga –al que ahora vuelve– es para él más que un respaldo personal. «No lo sentí como mío, sino como una manera de darle poder a la nueva generación que vendrá con bata de cola y travistiéndose. De lo que más me alegro es del apoyo y la seguridad que esto pueda darles», reconoce.
A él '¡Viva!' le ha «curado». «Siento que he podido recuperar esa parte, y para mí es importante poder hacerlo porque es un nuevo comienzo». Ahora está preparado para en unos días estrenar en los Teatros del Canal de Madrid «la otra cara de '¡Viva!'» (3 de noviembre. Suma Flamenca). Se llama 'Pie de hierro' y es un reflejo de su «inconformidad» con los patrones heredados de generación en generación sin cuestionamiento alguno. «Es una carta de amor dirigida a la tradición donde muestro mi ira y mi rebeldía pero también mi aceptación y agradecimiento porque la tradición forme parte de mis vivencias». Esta vez no hay bata de cola. Pero «volverá» cuando le apetezca.
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