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Un cuerpo tirado en el suelo, casi inerte, apenas movido por la respiración. Es Luz Arcas. Empieza así 'Tierras raras', y pronto el espectador intuye ... que no va a asistir a una función convencional. Esto es un rito. Algo se está gestando en la escena: una ceremonia de la carne, del gesto y de la luz. Una epifanía coreográfica que ocurre fuera del tiempo y de categorías de género.
Esta es la primera obra de Luz Arcas tras recibir el Premio Nacional de Danza, y podría entenderse como una consagración. Pero ella, fiel a su estilo, rehúye cualquier forma de complacencia y entrega una creación radicalmente libre, hermosa, incómoda. Una danza que parece surgir de las profundidades de la tierra, de las capas de memoria animal que habitan el cuerpo. Teje con el hilo que forma nuestras raíces
En colaboración con Pedro G. Romero —maestro en el arte de activar sentidos dormidos—, Arcas remueve símbolos, raíces y ficciones políticas para componer una pieza donde el tiempo no existe: ni pasado, ni presente, ni futuro. 'Tierras raras' sucede en lo elemental. Es génesis y apocalipsis al mismo tiempo. La escena es el paisaje de un mundo anterior al lenguaje, o posterior a él.
La pieza, que se presenta dentro del festival Madrid en Danza, convierte la Sala Verde de los Teatros del Canal en una caja de resonancia visual y sensorial, un sismo en el esternón. El poderío de las imágenes es absoluto. La Phármaco se ofrece aquí no solo como compañía de danza, sino como una productora de visiones. La iluminación de Jorge Colomer, subyugante y precisa, es una de las claves de esta alquimia: transforma el espacio, crea materia, hipnotiza. A ratos parece cine, y no cualquier cine: hay algo de Cronenberg, de Lanthimos, del Mandico de 'Conan, la bárbara', en la forma en que los cuerpos se distorsionan o se exponen al misterio.
El elenco es soberbio. Danielle Mesquita, Javiera Paz, Raquel Sánchez y la propia Luz Arcas componen una comunidad arcaica y futurista, una tribu sin edad. Pero es La Merce quien irrumpe como una aparición. Su presencia abruma, conmueve, fascina. Dueña de una gestualidad poderosa, casi telúrica, encarna la figura de una diosa herida o una chamana del fin del mundo. No baila: invoca. Lo suyo no es interpretación, es trance. A todo esto se suma la voz de Perrate, que canta como si su garganta estuviera conectada con el subsuelo. Cante flamenco y dadaísta, bronco y abstracto, tan roto como el mundo que nos acoge.
'Tierras raras' es también una meditación sobre el límite. El límite del lenguaje, de la forma, del cuerpo. Pero no desde el gesto solemne, sino desde la fisicidad cruda y poética de La Phármaco, que sigue encontrando en la danza un territorio de resistencia y de verdad. La obra no busca gustar ni agradar, y sin embargo deja una impresión imborrable. No se mira con los ojos. Se recibe con la piel.
En un tiempo en que la escena tiende a lo explicativo, a lo discursivo, Luz Arcas defiende la potencia de lo inasible. De lo que no necesita ser nombrado para existir. La obra es intuición y dura como duran las huellas, las heridas o los sueños.
'Tierras raras' puede verse en la Sala Verde de los Teatros del Canal de Madrid, dentro del festival Madrid en Danza este fin de semana. Esperemos que pronto recale en Málaga. La necesitamos para descender, dulcemente, tierra adentro.
Txema Martín
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