Han venido a beber y escribir
Poesía al SUR ·
Desde Poe y Lorca hasta el genio borracho de Bukowski, la cerveza ha inspirado una montaña de poemas y canciones a menudo imprescindibles para entender a sus autores: «Sigo brindando hasta que se abra el día / por esta noche que es la verdadera»Pablo Neruda se preguntaba «cómo se mide la espuma / que resbala de la cerveza». En el vaso de Lorca «la luna redonda, / ¡diminuta!, se ríe ... y tiembla». Edgar Allan Poe espantaba sus fantasmas en cualquier taberna: «Tan raros pensamientos, tan queridas fantasías / vienen a mí y se desvanecen, / que ¿a qué preocuparse por el paso del tiempo? / Bebo cerveza hoy». Anne Sexton avisó de que «Dios tiene una voz parda, suave y plena como una cerveza». Las referencias al alcohol en la literatura son tan antiguas como la propia escritura. Y la poesía, su género más visceral, a menudo nacida de impulsos que luego requieren un concienzudo trabajo formal, no pocas veces se concibe y lee bajo el estímulo de licores y otros estupefacientes. Por eso resulta habitual que los autores hagan alusión a sus bebidas favoritas y a los frecuentes momentos, felices algunos, atormentados otros, de ebriedad. «Y brindo y brindo», celebró Claudio Rodríguez: «Sigo brindando hasta que se abra el día / por esta noche que es la verdadera».
Casi todas las antologías y estudios publicados sobre la importancia del alcohol en la poesía se han centrado en el vino, presente desde los versos de los clásicos griegos, pero también la cerveza ocupa un lugar privilegiado en la historia de la literatura. La editorial Visor lanzó el año pasado 'La cerveza, los bares, la poesía', una selección de poemas de autores de todas las épocas dirigida por Jesús García Sánchez (Chus Visor, el magnate de la poesía en España) con motivo del número 1.100 de su exquisita colección. El libro, que ha recibido menos atención de la merecida por la montaña de información que provocó la pandemia, capaz de sepultar durante meses cualquier noticia que no estuviera relacionada con el coronavirus, sirve como bodega donde se reúnen casi doscientos poetas que poco tienen en común salvo su tendencia a refugiarse, cuando vienen mal dadas pero también cuando algo parecido a la alegría abre su resquicio, en la cerveza.
Ya en la literatura sumeria, la más antigua del mundo, en concreto en el 'Poema de Gilgamesh', se encuentran menciones a esta bebida fabricada a base de cebada: «Come pan y si quieres vivir bebe cerveza, como es costumbre en estas tierras». Hay más referencias en la famosa epopeya: «Es temeroso como un hombre que no conoce la cerveza». Los egipcios heredaron y ampliaron esta tradición, que los griegos revistieron con su habitual grandilocuencia para concederle poderes curativos y calmantes. Chus Visor, criticado por sus frecuentes comentarios machistas, apenas introduce a mujeres en la antología, aunque reconoce que la cerveza es un invento femenino. Platón decía que el hombre que inventó la cerveza era una hombre sabio, pero se equivocaba: fue una mujer.
En Mesopotamia las mujeres tenían el hábito de mezclar los granos de cereal con agua y hierbas para cocinarlos. Así descubrieron un brebaje que sería el germen de la cerveza, lo que explica que los dioses de esta bebida estuvieran representados por figuras femeninas. Su elaboración adquirió condición de acontecimiento ya en la Edad Media, al agregar lúpulo a la mezcla: aquella flor dotaba de un amargor especial al resultado final y además permitía conservarlo durante mucho más tiempo. La responsable de este descubrimiento fue de nuevo una mujer: Hildegarda de Bingen, a quien terminaron canonizando como no podía ser de otra manera. Sólo entonces, cuando ya era un éxito, los hombres comenzaron a participar en la fabricación de la cerveza.
Góngora y Lope de Vega
La primera mención documentada en España se remonta al siglo V, cuando Paulo Orosio describe el cerco de Numancia por los romanos: «Los cercados hicieron una salida finalmente, después de haber ingerido de manera copiosa una bebida que no era vino, sino una confeccionada a base de trigo que ha sido hervido con hierbas después de mojar y secar el grano, bebida de sabor austero y color enervante». Quevedo y Lope de Vega, como recuerda Visor, fueron buenos catadores. Cuando a Quevedo le otorgaron la Encomienda de Santiago, su íntimo enemigo Góngora comentó: «A San Trago se debe, y no a Santiago». Luego mencionó a ambos en una de sus cuartetas: «Hoy hacen amistad nueva / más por Baco que por Febo / don Francisco de Que-bebo / y Feliz López de Beba».
Desde Cervantes («Bebo cuando tengo gana y cuando no la tengo») y Shakespeare («Daría toda mi fama por una jarra de cerveza y seguridad») hasta la música popular («Era hermoso y rubio como la cerveza», comparaba Rafael de León en 'Tatuaje', décadas antes de que Sabina escribiera que lo suyo con un antiguo amor duró «lo que duran dos peces de hielo en un whisky on the rocks»), el alcohol ha servido como piedra fundacional de miles de poemas y composiciones. También la cerveza, aunque a menudo sea excluida de una ecuación literaria de la que también forma parte. Nada que no solucione un buen trago.
Los posibles caprichos, de Ileana Espinel
Si un día de estos, por capricho, bebo
cien botellas heladas de cerveza,
no vayas a creer que es por pena.
Es simplemente por capricho, créelo.
Y si otro día, por capricho, el dedo
me aloja un negro tiro en la cabeza,
no vayas a creer que es por tu ausencia.
Es simplemente por capricho, créelo.
Alegría del bar, de Gabriel Celaya (fragmento)
¡Alegría del bar!
Es la risa loca, la risa bruta, la risa infantil
que si no existiera habría que inventar.
La mirada azul.
La luz vacía.
La única solución tras tanta felicidad
y tanto maravillarse quizá sea suicidarse
o dispararles salvas
a los ángeles posados en los bordes de las copas.
Cerveza, de Charles Bukowski (fragmento)
No sé cuántas botellas de cerveza
me habré bebido esperando que las cosas
mejoraran.
No sé cuánto vino y whisky
y cerveza,
sobre todo cerveza,
habré bebido tras
separarme de mujeres...
esperando que el teléfono sonara,
esperando oír sus pasos,
y el teléfono nunca suena
hasta al cabo de mucho
y los pasos nunca llegan
hasta al cabo de mucho.
Último brindis, de Anna Ajmátova
Bebo por la casa destruida,
por la vida terrible,
por la soledad entre los dos
y por ti yo bebo.
Por la mentira de los labios traicioneros,
por el frío mortal de los ojos,
por el mundo brutal y tosco,
por lo que Dios no salvó.
La felicidad, de Karmelo C. Iribarren
Te sientas en una terraza
a tomar algo.
A pocos metros de ti,
niños y niñas patinan, saltan
a la comba, se pelean…
Enciendes un cigarro,
fumas plácidamente.
Al fin llega la cerveza:
en su punto,
espumeante, fresca.
Cierras los ojos
y «esto es la felicidad»,
te dices.
Luego los abres
y ves a ese pobre viejo
hurgando en las papeleras.
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