Cañamares: poesía de guerra y crisis
Poesía al SUR ·
Escribió su primer poema como respuesta a la muerte de su madre, piedra fundacional de una obra marcada por el dolor físico y el compromiso político sin renunciar a la ironía: «Si quisiera tener otro hijo / tendría que llevarlo al banco de la esquina / porque suya es mi casa»Comenzó a coquetear con la poesía hace poco más de diez años, cuando se le resistía una novela que no terminaba de cuajar. El impacto ... provocado por la muerte de su madre terminó de arrojarla a los versos, más inmediatos que la prosa, también más viscerales: «Cuando mamá murió, durante unos segundos / no tuvimos muy claros los lazos que nos unían / no supimos quién se había ido / y quién se había quedado / ni en qué momento de nuestras vidas / estábamos viviendo / o muriendo». Desde aquel primer poema escrito para coser la herida de la orfandad, Ana Pérez Cañamares ha publicado casi una decena de libros que combinan lo personal con lo político bajo ecos tan dispares como los de Tomas Tranströmer, Wislawa Szymborska y Jesús Bonilla.
Fue un descubrimiento hipnótico. «Me puse a leer poesía como una loca», resume ella: «Me pareció un lugar donde encontrarme conmigo misma, con mis obsesiones, mis amores, mis intereses y mis preocupaciones». Había también algo de liberación tras años entregada a la narrativa, «encabezonada». 'La alambrada de mi boca', editado en 2007, descorchaba su carrera, marcada desde el inicio por una familia donde «tenemos la dolorosa costumbre / de conocernos mejor de muertos». Despojada del apretado corsé de otros géneros, las palabras se convirtieron en barro que moldear: «Puedes explorar su sentido y su sonoridad, dedicarles tiempo, jugar. Y soy muy obsesiva, así que reescribo los poemas, los abandono durante un tiempo, luego vuelvo a ellos... No hay autocensura».
Aunque nació en Tenerife, Pérez Cañamares creció y vive en Madrid, ciudad con la que mantiene una relación complicada: «Escribo porque mi madre no escribía. Escribo porque no tengo jardín ni perro y vivo en un lugar sin mar». Eligió un verso de Luis Cernuda para rescatar una antigua colección de relatos, 'En días idénticos a nubes', también bajo el sello Baile de Sol, refugio editorial de la primera parte de su obra. En 'Alfabeto de cicatrices' ya evidencia sus inquietudes ideológicas, cercanas al anticapitalismo y a menudo tamizadas por la ironía: «Que soy libre, me dicen. / Pero si quisiera tener otro hijo / tendría que llevarlo al banco de la esquina / porque suya es mi casa. / Mi niño llamaría padre al director / y madre a la cajera». Aquel libro, publicado en 2010, contenía una confesión básica para comprender la biografía de la autora madrileña, funcionaria de profesión: «Perdonadme que ahora juegue: / el dolor fue una institutriz severa».
Pérez Cañamares padece fibromialgia, aunque durante años la enviaran a psiquiatría. El diagnóstico, recuerda, adquirió forma de alivio después de tanta incertidumbre: «Un día te duele una rodilla. Otro, el hombro. Otro, todo el cuerpo. No puedes dormir. Insinuaban que era un problema psicológico, pero yo sabía que algo me estaba pasando». La poesía sirve también como bálsamo cuando los ataques de dolor lo permiten: «Intento no regodearme, aunque es una enfermedad traicionera porque no se nota. Puedes ir rota de dolor en el metro y nadie te cede el asiento. Pero el sentido del humor nos salva. A mí me salva todos los días. En los poemas parezco más seria de lo que soy en realidad». En 'Las sumas y los restos' aparece desdoblada: «Me pongo cremas antiarrugas / pero toda ella es un surco. / Yo hago listas de lo que le duele: / ella administra su dolor».
Precariedad
'Economía de guerra', aunque editado en 2014, desprende una actualidad imprevista: «Si hay muertos, esto no es teatro. / Cuando hay muertos, es una guerra». El libro aborda la crisis económica ahora oculta bajo el rastro de ruina que deja el coronavirus, crisis sobre crisis: «No sólo nos definen / las guerras que peleamos / el enemigo que elegimos / sino también la enfermería / el hogar donde curar las heridas / el médico que nos cose / y su hilo». Sus poemas están atravesados por la precariedad y el dolor colectivo, por el feminismo y la aspiración a una sociedad igualitaria, pero también por una atornillada conciencia de clase: «Tengo un nosotros que oponeros. / La historia alternativa, la no dicha / Son otras nuestras sumas y oraciones / Tenemos portaaviones de papel / Ardemos como azules zeppelines / Yo no soy sólo yo. Os he engañado».
De vuelta a la editorial Ya lo dijo Casimiro Parker, Cañamares publicó títulos como 'De regreso a nosotros' y 'Querida hija imperfecta', donde explora el vértigo de la maternidad: «yo que por pánico o pudor / dimití de todos mis cargos / yo que abdiqué de mi corona / y me encontré con un báculo de culpas». Ahora, instalada en Cercedilla, lejos de la capital, mudanza que «intuía que me vendría bien porque necesito el ritmo del pueblo, de la naturaleza», la poeta madrileña acaba de publicar 'La senda del cimarrón', una invitación a desprenderse de la acumulación de bienes materiales. Quedan las palabras, aunque sean «bajas de una guerra / que perdemos cada día contra el mundo».
Ana Pérez Cañamares
Milito en el partido de mi intimidad
Milito en el partido de mi intimidad.
Mi manifiesto: las conversaciones de los bares.
En asambleas de dudas y miradas
nos reunimos mis compañeros y yo.
Defendemos nuestro programa
a golpe de abrazos detenidos.
Los votos cuentan
en círculos de vasos sobre la mesa.
Hay palabras y hay silencios. Más allá
de las siglas hay palabras y hay silencios.
Camaradas, os convoco
al multitudinario congreso de las calles.
Entrad en mi alma clandestina.
Atrás queda el partido de los indiferentes.
Os ofrezco una bandera tejida con restos
de naufragios y la esperanza de la playa..
Hijo mío
Que soy libre, me dicen.
Pero si quisiera tener otro hijo
tendría que llevarlo al banco de la esquina
porque suya es mi casa.
Mi niño llamaría padre al director
y madre a la cajera
aprendería a andar con una silla de oficinista
dormiría en un cajón del archivador
y yo sólo sería un pariente lejano
que le sonreiría desde mi puesto en la cola.
Me pasaría de vez en cuando con la excusa de ampliar la hipoteca
sólo para ver qué tal me lo crían
cómo le afecta el aire acondicionado
si sabe poner un fax
y si el director le regala un juego de sartenes
por su cumpleaños.
Los platos que me regaló mi madre
Los platos que me regaló mi madre
están ya deslucidos y pasados de moda.
Cuando hacemos limpieza
nos miran como enfermos agonizantes
que no entienden qué queremos de ellos.
Pero son los platos que me regaló mi madre
que ya nunca volverá a regalarme
nada.
Si un día nos decidiéramos a tirarlos
intentaré escuchar su voz en mi cabeza:
«las cosas, hija, son sólo cosas».
Mi madre no está en un plato.
Mi madre está en el pan que como.
Dormimos espalda contra espalda
Dormimos espalda contra espalda
respetamos cada uno
la tierra de los sueños del otro
al despertar nos citamos
en el puesto fronterizo
allí aprendemos entre brumas
que dos exiliados hacen país.
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