Juan Muñoz regresa al Prado que 'saqueó' sin complejos
La pinacoteca reúne unas 40 piezas del enigmático, teatral e irreverente 'ladrón' del arte universal que confronta con Velázquez, Goya o Rubens
Juan Muñoz era un visitante asiduo del Museo del Prado. El malogrado artista madrileño (1953-2001) visitó la pinacoteca cientos de veces para inspirarse y ' ... saquearla' sin complejos. Unos fructíferos paseos en los que «robó» todo cuanto pudo de los grandes maestros del arte. A 24 años de su temprana y fatídica muerte, regresa Muñoz a la casa de Velázquez y Goya que convirtió en la suya. Las enigmáticas, teatrales y paradójicas obras de este prestidigitador y avezado e influyente 'ladrón' y del arte universal dialogan en el museo con las de sus egregios antecesores.
Vicente Todolí, exdirector artístico del IVAM y de la Tate Modern, es el comisario de la exposición 'Juan Muñoz. Historia del arte' que hasta el 8 de marzo reúne unas cuarenta piezas entre esculturas, pinturas, dibujos, grabados, libros o gabinetes con pequeñas figuras de plomo, cera o resina. Se reparten entre las salas D y D del edificio Jerónimos y en varios espacios de la colección permanente.
Propone Todolí otro seductor «paseo» que empieza en el exterior del museo y termina en su 'Sancta sanctorum', la sala XII consagrada a Velázquez. Arranca el atractivo periplo en la explanada bajo la puerta de Goya, con la hilarante instalación 'Trece riéndose unos de otros'. Es la última pieza creada por Muñoz, un grupo escultórico de inspiración griega, una obra «peripatética» según Todolí, concebida para un bulevar en Oporto.
Continúa el recorrido por la galería central donde se despliega 'Escena de Conversación III' con sus risueñas figuras 'tentempié' ante el 'El Jardín del amor' de Rubens. En la sala de las Meninas, el corazón del Prado, se ha instalado 'Sara con mesa de billar'. Vemos a una diminuta mujer ante una mesa de billar convertida en un tabla de luces frente a la magna obra de Velázquez y rodeada de sus retratos de reyes y bufones. En otra pieza, 'Cinco figuras sentadas', es una evocación directa de 'Las meninas a través de de un espejo.
En las escaleras que dan acceso a la sala de Goya cuelgan del techo dos figuras masculinas, una por los pies y otra por la cabeza, que conectan con los 'Desastres de la Guerra' y los 'Caprichos', los magistrales grabados de Francisco del Goya.
Sin permiso
«Muñoz puede coger de artistas del pasado todo cuanto necesite», asegura Todolí. «Robó todo lo que pudo de la historia del arte. Era un 'ladrón' que no pedía permiso a nadie y cuyas piezas se apropian también del espacio físico y del metafórico», admite el comisario de la muestra, que destaca la condición de «artista libre e irreverente» de Muñoz. Sus inquietantes y juguetonas figuras conectan con antecesores de todas las épocas, desde Egipto al neoclasicismo o el arte 'povera'.
Incide la muestra en ese 'latrocinio' consciente y constante que Muñoz jamás ocultó. «Puedo tomar de los artistas anteriores lo que quiera y lo que necesite… No tengo ningún problema en reconocer que la 'Dama de Baza' es tan importante para mi obra como un tubo de neón: de la historia del arte, robo todo lo que puedo», escribió Muñoz, que también 'bebía' del cine, el teatro y la literatura
«Velázquez y Goya, resuenan en sus obras, sí, pero también Bernini o Borromini», dice Miguel Falomir, director del Prado. «Muñoz relee toda la historia del arte: Egipto, Grecia, Roma, el Renacimiento, el Barroco el Manierismo, pero también el XIX... y de todo se apropia sin complejos, como vemos en sus instalaciones», coincide con Falomir y Todolí el subdirector de la pinacoteca, Alfonso Palacios.
Falomir destaca la relación conceptual de la obra de Muñoz con la arquitectura barroca,-«en su manera de guardar la perspectiva, la composición y la puesta en escena»-, su deliberada teatralidad y su gran capacidad narrativa que destaca la propuesta de Todolí. «Es un contador de historias, un gran narrador a través de obras con las que jugó al desconcierto, invocando la historia del arte», resume el comisario.
Misterio
«El espectador es quien da voz y escribe sus historias. Sus obras son un misterio insondable», agrega Todolí, que destaca la paradoja de que su irrealidad las haga más reales. «Cuanto más realistas, menos vida interior tienen sus sus figuras», aventura el comisario.
Paradoja, ironía, desconcierto, atracción o frustración son palabras que definen la singular y narrativa obra de Muñoz, un prestidigitador del arte enamorado de la mentira, a quien le importa tanto el truco como el cuento que se hace del truco. No en vano, creía que a los artistas modernos se les pedía lo mismo que a los barrocos: «construir un lugar ficticio y hacer el mundo más grande de lo que es».
Muñoz, que en 1984 realizó su primera exposición en la madrileña sala de Fernando Vijande, «entró en el mundo del arte de forma radical». «Su ascenso fue meteórico y dos años después estaba en el radar de los grandes galeristas y museos de arte contemporáneo», dice el exdirector de la Tate Modern. Admirado y respetado, reconocido como un grande, murió repentinamente en Ibiza, el 28 de agosto de 2002. Un aneurisma de aorta segó su vida en segundos. Estaba casado con Cristina Iglesias, la otra gran escultura española de proyección internacional que asistió hoy a la presentación.
«No somos un museo de arte contemporáneo, pero nos interesan artistas para los que el Prado fueron importantes», explica Falomir la razón de ser de esta sensacional muestra de Muñoz antecedida por las que la pinacoteca dedicó a Fernando Zóbel y Sigmar Polke, quienes también bebieron en las inagotables fuentes del Prado.
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