El indudable valor
Crítica de arte ·
Las múltiples miradas que los artistas rusos ejercieron sobre la mujer revelan el indudable valor y consideración de ésta en la cultura de aquel paísjuan francisco rueda
Sábado, 27 de abril 2019, 00:28
La exposición anual de la Colección del Museo Ruso se consagra a la representación femenina en el arte ruso desde el siglo XVI hasta finales ... del XX. El primer aspecto a reseñar es que 'Santas, reinas y obreras. La imagen de la mujer en el arte ruso' no cuenta con un porcentaje elevado de obras firmadas por mujeres, ya que en buena parte de ese lapso cronológico, de esos 500 años que recorre el conjunto, la creación artística estuvo mayoritariamente en manos del hombre, aunque la mujer accedió a una educación artística reglada en el siglo XIX. Por suerte, coincide esta exposición con otras dos temporales, 'Libres y decisivas. Artistas rusas entre tradición y vanguardia' y 'Obras de artistas rusas en la colección Krystina Gmurzynska', que nos sumergen en el destacadísimo papel que la mujer artista fue adquiriendo desde finales del XIX y, muy especialmente, en torno a las vanguardias, en las que se configuró como una creadora a la altura del compañero varón. No obstante, en ésta que nos ocupa hay obras realizadas por mujeres, principalmente fechadas en el siglo XX, sucediéndose los retratos, realizados por ellas o por ellos pero representándolas, incidiendo en el nuevo estatus social en torno al conocimiento y la cultura al que plenamente había accedido la mujer rusa. Que la creación estuviera en manos masculinas, como se señaló con anterioridad, implicaba que las distintas construcciones del iconotipo «mujer» obedecieran al pensamiento del hombre.
Dicho esto, debemos reseñar que en el conjunto no se acusan especialmente constructos ni metáforas visuales acerca del rol perverso que el imaginario masculino reservó a la representación femenina, «lugares comunes» que obedecían a los miedos seculares que la mujer despertaba. Esto es, no encontraremos imágenes de la mujer como una vía para la perdición, con lo que no asoman imágenes de prostitutas, tampoco escenarios para la diversión y el ocio masculinos en función a la exposición y uso del cuerpo femenino, ni mujeres amenazantemente seductoras; en definitiva, variantes de la 'femme fatale'. Es más, lejos de ese relato en torno a la mujer, el conjunto de obras resalta la fortaleza y capacidad de las mujeres rusas, a excepción de algún singular género –del que más adelante hablaremos–, del paternalismo y lo almibarado que desprenden algunas obras, como numerosas maternidades, así como del costumbrismo de muchas de las miradas a las campesinas. Por momentos, ante buena parte de las obras expuestas, basculamos entre la dignidad y el heroísmo que representan gran parte de ellas. Existe, por tanto, una construcción positiva de la imagen de la mujer, al menos en la elaboración de esta exposición. Hay, verdaderamente, una temprana y valiosa mirada a su capacitación y su desenvolvimiento en la vida, en los múltiples roles que representa y en las labores que acomete. Así, encontramos una suerte de continuada oda a la mujer como trabajadora, a la altura del hombre. Se aprecia especialmente en el desempeño de labores agrícolas. Ese modo de proyectar a la mujer rusa desde el siglo XIX como pilar y motor, por tanto activa y activo, de la familia y de su sostenimiento a través del trabajo, por duro o exigente que fuera, se situaría en la base de la reformulación que el realismo socialista haría a partir de los años treinta del siglo XX. Los pintores del realismo crítico ruso del último tercio del siglo XIX, los conocidos como 'pintores itinerantes', los 'peredvízhniki', ejercieron un trascendental ejercicio de dignificación y loa del campesinado, en el que recayó buena parte de la fundamental noción del 'alma rusa'. Justamente, la imposición del realismo socialista como única opción estilística en la URSS de Stalin a partir de 1934, como control de la imagen e instrumentalización del arte para transmitir un ideario al pueblo, se fundamentó en la perversa justificación del uso de esa raíz crítica de los realistas de finales del XIX, que se habían señalado como una suerte de resistencia ante el academicismo y, por ende, ante el poder político, ante el zarismo. La cuestión es que en muchas de las escenas de género en torno a lo rural y lo agrícola, así como en retratos de campesinas que huyen del más anecdótico costumbrismo, encontramos la semilla del tratamiento heroico que desde los años treinta del siglo pasado insuflaron los pintores y escultores del realismo socialista a la representación de la mujer obrera. El empuje, vigor y ese tratamiento heroico de las granjeras colectivistas, de las 'koljosianas', y de las obreras que nutrieron las factorías responden, por tanto, a ello. Es éste uno de los aspectos más interesantes y trascendentes de esta exposición, que, precisamente, viene a suceder a la que durante 2018 se dedicó al arte del realismo socialista, 'Radiante porvenir'. A saber, no sólo la mirada favorable, 'en pinceles masculinos', al valor de la mujer en fecha relativamente temprana, sino la genealogía de un arquetipo que adquirió fortuna en el siglo XX.
Encontramos también escenas de temática miserabilista, que marcaría una actitud crítica que convergería con las manifestaciones artísticas de otras latitudes (el realismo francés o algunas estribaciones de la España negra, que recorre el tránsito del XIX al XX). Junto a esas imágenes punzantes, en las que no se oculta el sufrimiento y desamparo, el drama y la afectación inundan un género, ciertamente curioso a nuestros ojos pero que también se dio en la literatura, que aborda el destino de viudas jóvenes y el de novias frustradas en la ceremonia.
Si en los iconos, la pintura tradicional con la que arranca la exposición, encontramos algunas fórmulas compositivas y formales que en siglos posteriores, como en las vanguardias, se recuperarían, no deja de ser ilustrativo que, en convergencia con la mirada temprana y valiosa hacia la mujer, la Virgen y las santas se encontraban a la misma altura que Jesús, con lo que no se proyectaba ningún tipo de perspectiva ideológica que desembocara en una ordenación jerárquica o prejuicio. La importancia del arte popular para el arte ruso, algo que sistemáticamente se ha traducido en los montajes expositivos de esta institución, especialmente los relativos al arte de vanguardia por ser el repertorio decorativo de muchas de estas artesanías de carácter abstracto-geométrico, se aprecia aquí en la sección dedicada a las campesinas. La muestra adquiere, gracias a la exhibición de vestidos y tocados femeninos de diferentes zonas del gigante euroasiático y de imágenes de la diversidad étnica, un irrenunciable carácter etnográfico que debemos sumar a los de relato histórico, visión social y panorámica de la historia del arte ruso que posee la propuesta expositiva.
La presencia de obras de artistas mujeres crece cuando nos adentramos en el siglo XX, en paralelo a los retratos de personalidades femeninas que vienen a suceder a los retratos de siglos anteriores de emperatrices. No podemos dejar de destacar las obras de Golovin (1920 y 1922), Baránov-Rossiné (1920), Schevchenko (1913) Sterenberg (1925), Kuprin (1914), Konchalevski (1911) o la de de Zinaída Serebriakova (1922).
'Santas, reinas y obreras. La imagen de la mujer en el arte ruso'
La exposición: cerca de 200 obras, principalmente pintura y en menor porcentaje escultura, artes decorativas, textiles y vestidos. Cuenta con una sección fotográfica en la que nos acerca a la mujer rusa de hoy. La cronología discurre entre el siglo XVI y la actualidad.
Comisarios: Yevguenia Petrova y Joseph Kiblitsky.
Lugar: Colección del Museo Ruso. Edificio de Tabacalera. Avenida Sor Teresa Prat, 15, Málaga.
Fecha: hasta el 27 de febrero de 2020.
Horario: de martes a domingo, de 9.30 a 20.00 h.
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