Borrar
Ilustración: Carolina Cancanilla
A cuatro manos: la utilidad de la pornografía

A cuatro manos: la utilidad de la pornografía

Txema Martín e ISABEL BELLIDo

Viernes, 17 de agosto 2018, 00:48

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Dos reflexiones y visiones contrapuestas sobre la utilidad y el consumo de pornografía.

Isabel Bellido

Cuestión de sexo(s)

He visto una película porno para escribir este artículo; mejor dicho, he tenido que verla. Tan solo mi manera de acceder a ella – 'on line' y sin mucho misterio, al peligroso alcance de cualquiera- ya denota mi total desconocimiento sobre el asunto: le he pedido a un amigo que me explique cómo hacerlo.

Lo que para mí –y para muchas mujeres– precisa de alguna instrucción –en fin, algo no muy complejo: advertencias sobre posibles virus, ventanas de incógnito, tipos de pornografias disponibles, más aún cuando Google me devuelve resultados como «jovencitas gratis», «mujeres follando con perros» o «le doy a mi hermana lo que ella quiere»–, para ellos viene a ser un gesto tan automático y acaso tibio que asombra. Me da por pensar que no es benigna su soltura ni tampoco mi recelo. Él –mi amigo– y yo somos bastante parecidos: nos unen ciertos gustos, inquietudes y una sensibilidad que trasciende incluso a otros nexos: nuestra educación, nuestra generación, nuestro país, nuestra clase social, nuestra raza. Sin embargo algo debió pasar –algo durante su adolescencia temprana– que a mí no me ocurrió; algo a lo que le llevó la curiosidad –que sería la misma que la mía; la misma que tuvo él cuando apretó su pene y yo junté muy fuerte las piernas–. Él hizo algo que yo nunca hice: vio una película porno.

Un vídeo, me corrige. Películas no ve casi nadie. Lo que importa son los diez o quince minutos de éxtasis hasta que cumplen su función, hasta que te corres. ¿Qué fue antes, la gallina o el huevo? ¿La paja o el play? Lo que está claro es que si la educación sexual fue nula para ambos, él tuvo una escapatoria que, aunque por entonces ignorara, contribuye a contemplar a la mujer como un objeto, vasija multiorgásmica con tetas redondas ejecutora de posturas imposibles, siempre dispuesta y casi siempre sometida. Tengo la impresión –quizás errónea– de que el consumidor de porno actúa como un autómata hasta eyacular, sin cuestionarse el relato de lo que está viendo y su calidad; tampoco su moralidad, el doble rasero del meneo, el apoyo que presta a sus amigas feministas. Lo hace –llegado a cierto punto– sin saber muy bien por qué lo sigue haciendo.

«No escribo para abolir ni para condenar, sino más bien para pensar»

Aunque nosotras, las amigas feministas, no siempre estamos de acuerdo. Me pareció horrible Teoría King Kong, de Virginie Despentes, y pronto empezaré con Butler, quien, como ella, no cree en la deconstrucción del deseo aprendido y propone disfrutarlo y hacer de ello una reivindicación feminista. Ya saben: «me gusta ser una zorra». Dos cosas están claras: está probado que los hombres que consumen pornografía desde pequeños (y la edad media está, ojo, en once años) están más inclinados a la misoginia y también que el consumo de porno por parte de las mujeres influye de forma determinante en su deseo de participar en comportamientos sumisos en sus relaciones.

No escribo para abolir ni para condenar, sino más bien para pensar: un poco harta de que Freud adjudicase un «continente negro» a nuestra sexualidad; un poco harta de asumir que arrastramos unos deseos de los que ahora no nos podemos deshacer. No hay tanta magia en nuestro sexo: más bien toda la desinformación del mundo. Dénnosla y será más útil que fomentar la pluralidad en el porno.

Txema Martín

Garganta profunda

Querida Isabel: cuando quedamos en aquella fabulosa cafetería llamada Estraperlo para elegir los temas sobre los que íbamos a escribir a cuatro manos llegaste muy convencida de que teníamos que hablar del porno. Tu perspectiva totalmente ajena a la industria del placer audiovisual era inaudita para mí y me dejó varios días trastocado. Llevo años escuchando una reivindicación de las mujeres que clamaban contra el paradigma que sugiere que vosotras tenéis menos deseo sexual que los hombres. De alguna manera, menos urgencia de descarga que nosotros, que raramente podemos aguantar más de tres días sin una eyaculación que echarnos al vientre. Es algo físico. Así que ahora me veo de esta guisa: intentando redactar una defensa del porno pero esquivando a la vez la posibilidad de quedar como un pajillero.

El porno se ha convertido en una herramienta imprescindible en la actualidad. La adolescencia masculina no estaría completa sin una masturbación en grupo delante de una pantalla. No sé qué hacíais las chicas entonces; puede que tu generación todavía sufra los coletazos de la represión sexual hacia las mujeres o que sea simplemente falta de interés como consumidoras. Pese a que el descubrimiento de la sexualidad femenina es un enigma para nosotros, sospecho que sois más imaginativas a la hora de daros placer sin compañía: no conozco ni a un solo hombre en edad de merecer que no sea consumidor de porno casi a diario.

«No conozco ni a un solo hombre en edad de merecer que no sea consumidor habitual de porno»

Ahora estoy mirando mi pequeña biblioteca de género y la teorización del porno ha sido una constante. Paul B. Preciado explica cómo la película 'Garganta profunda' enseñó a hacer mamadas a miles de amas de casa estadounidenses. Aquí el porno adopta un potente factor didáctico y forma parte de la educación sexual.

Gracias a la pornografía hemos aprendido mucho y ante nosotros se abre un abanico para todos los impulsos: sado, Bondage, MILF, DILF, orgías, bukkake, shemale, bisex, oral, BBW, bareback, hentai, amateur, creampie, cumshots, gangbang, hardcore, rimming, voyeur, hardcore, fisting, ebony, facial, interracial. Y todo ello de manera gratuita, mediante páginas web que acumulan un saber enciclopédico como Xvideos, Xhamster, Pornhub, Youporn, XTube, Cam4 y tantos otros servidores de alivio rápido que he contemplado tanto solo como acompañado, a veces a cuatro manos como hacemos nosotros ahora y, gracias a la complicidad de nuestra tecnología, a menudo en lugares insospechados pero que brotaban la posibilidad de una intimidad feliz y pegajosa.

La del porno es una industria discutible como todas, pero honrada: para empezar, da de comer a mucha gente. Hoy se celebran festivales eróticos para todos los gustos y tan multitudinarios como las antiguas ferias de ganado. Lo que tengo claro es que la vida sin pornografía sería mucho más aburrida, más desesperada y más torpe. Desde hace años se viene generando un interesante catálogo de porno dirigido por y para mujeres: no sé si es que tú no has encontrado tu estilo o que definitivamente eres un caso perdido como consumidora. Ya nos contarás.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios