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Pepe Andrade, con la bata de trabajo puesta, ajusta el reloj de pared que han subido desde el taller. Allí siempre está en hora, pero ... el cambio repentino de ubicación le ha hecho atrasarse cinco minutos. Poca cosa para una máquina que ha cumplido ya los cien años, los mismos que ahora celebra la Imprenta Sur, el lugar donde históricamente ha marcado los cuartos, las medias y las en punto. Ese reloj de los años 20 que Emilio Prados regaló a la sala de máquinas cuando se desvinculó de ella da ahora las campanadas en la sala de exposiciones del Centro Cultural María Victoria Atencia en la muestra 'Imprenta Sur (1925-2025). Cien años, cien objetos', abierta hasta el 23 de mayo.
La exposición, que comisaria Rafael Inglada, se pasea por ese siglo de letras a golpe de tipo y tinta con el foco puesto en quienes contribuyeron a su leyenda, desde los editores hasta los operarios, incluidas las tres generaciones de la familia Andrade que se han manchado las manos en el taller. Un relato que inaugura la Generación del 27 y que termina con la resistencia de un trabajo artesanal, preciso y minucioso en plena era digital. «No hay ninguna ciudad que pueda competir con Málaga en número y calidad de revista y colecciones poéticas», señala José Antonio Mesa Toré, director del Centro del 27.
«La historia de la Imprenta Sur va unida no ya a la historia de la impresión de poesía en Málaga sino a la historia de la poesía española del siglo XX», se lee nada más entrar a la sala, frente a una foto de sus primeros protagonistas. Allí están Emilio Prados, su fundador, y Manuel Altolaguirre, con quien tomó impulso, junto a otros miembros del equipo y un grupo de jóvenes aprendices.
Empieza el viaje. En uno de los documentos que se exhiben, Prados pide licencia para el traslado de una «pequeña imprenta» desde la calle Tomás Heredia hasta San Lorenzo. La humedad por la proximidad al puerto no era buena para el papel. Y es en esa segunda ubicación, San Lorenzo 12, donde la Imprenta Sur escribe sus páginas más importantes: nace 'Litoral', con números emblemáticos como el 'Homenaje a Luis de Góngora' que reuniría a una brillante nómina de jóvenes poetas que darán lugar a la Generación del 27.
En el recorrido por las dos salas del Centro MVA aparecen muchos de esos nombres en las cuidadas ediciones que salían del taller, como esos poemarios de Dámaso Alonso y Luis Cernuda; en dibujos, como el retrato que Edgar Neville le hizo a Manuel Altolaguirre; o en dedicatorias, como la que dejó escrita Vicente Aleixandre en el libro de visitas: «En la imprenta Dardo, respirando el alma de la imprenta Sur, el viejo amigo de todos les abraza» (26/02/55). Porque ese es el segundo capítulo. Con el inicio de la guerra civil, la imprenta es incautada por Falange y adopta un nombre más combativo, más apropiado para el momento. Desde entonces, 1937, se llamará Dardo y no recuperará su denominación original hasta el 2000, cuando es adquirida por la Diputación de Málaga.
Tras un tiempo volcada en la propaganda, del que se expone la pieza metálica con el yugo y las flechas que se empleaba en las impresiones de la época, la ahora imprenta Dardo vive un nuevo periodo de esplendor en la década de los 40, cuando Santiago Arbós y Enrique Llovet inician con 'Meridiano' la larga tradición de colecciones de poesía, que hoy continúa. En 1951, Emilio Prados, desde su exilio mexicano, entrega Dardo a sus operarios, encabezados por el impresor José Andrade Martín. Un año después se publica el primer número de otra revista mítica, 'Caracola', con nombres como Alfonso Canales, Rafael León, Bernabé Fernández-Canivell y José Luis Estrada. Todos ellos mantuvieron alto el nivel de la imprenta. En un expositor están las ediciones que Rafael León hizo de María Victoria Atencia –su compañera–, Pablo García Baena y Jorge Guillén, entre otros.
Cierra la primera planta Ángel Caffarena, «el último de los maestros antiguos que da paso a las nuevas generaciones de editores», comenta Inglada. Ahí están desde una de las primeras ediciones de versos de Luis Eduardo Aute ('La matemática del espejo') al 'Diario íntimo' de Emilio Prados, pasando por obras de Luis García Montero, Alberti y Francisco Giner de los Ríos, todas con el sello de Caffarena, el editor más prolífico de Dardo. Ya en la segunda planta, recibe al visitante una inmensa foto de la Imprenta Sur en la actualidad, en su sede del Centro de la Generación del 27, ubicado en ese mismo edificio. Hay un 'Tipario' a modo de obra de arte realizado por Rafael Léon, un reconocible cartel anunciador de Dardo, la foto de la familia Andrade y las ediciones de su última etapa privada, donde hay muchas colecciones con la firma de Inglada, un asiduo al taller desde que era un joven inquieto interesado por las letras.
Al final de la visita, la muestra reúne las nuevas publicaciones de la imprenta, una vez que volvió a llamarse Sur y pasó a propiedad pública. Su buen estado de conservación y el color del papel revelan que son recientes, pero en lo demás remiten a los orígenes: cuidadas ediciones artesanales, hechas con las manos de un operario experto, de los que ya no quedan. «Soy el último relevo de esta carrera, y eso tiene una carga de responsabilidad muy importante. Me he criado desde chiquito en este ambiente, por eso me pongo un poco sentimental», concluye Pepe Andrade, el nieto del primer impresor, antes de volver al trabajo.
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