El arte es de todos, pero solo una élite lo sabe
Lo dijo la artista Dora García y lo repito hoy: «el arte es de todos, pero solo una élite lo sabe». Y en pocas ciudades ... esa frase resuena tanto como en Málaga, donde los museos crecen al mismo ritmo que los cruceros atracan. El Pompidou, el CAC, el Museo Picasso Málaga, el Museo de Málaga, el Automovilístico, y tantos otros, e incluso aquel sueño roto del Museo de las Gemas, que nunca abrió, pero pagamos. Málaga ha dejado de ser solo el lugar donde Picasso nació para convertirse en un territorio proclive a la felicidad museística.
La última en sumarse a este frenesí ha sido Farah Atassi. Figura emergente del arte europeo, su exposición 'Genius Loci' se inauguró este jueves en el Museo Picasso Málaga. Nacida en Bruselas en 1981, Atassi es la artista más joven en protagonizar una individual en el MPM desde su fundación. Es un síntoma de los nuevos aires que soplan con la llegada de Miguel López-Remiro a la dirección: un rumbo que mira hacia lo contemporáneo sin dejar de lado al tótem picassiano.
El viernes, en el auditorio del museo, Atassi conversó con la comisaria Marjolaine Lévy. Entre referencias al cubismo y a la cuadrícula como estructura emocional del espacio, surgió una idea potente: el cuadro no como representación, sino como escenografía. Atassi no pinta cuerpos, sino habitaciones donde los cuerpos han estado. «El telón persiste», decía Lévy. Y en ese telón hay ecos de Picasso, pero también de Charlotte Perriand, Fernand Léger y la geometría como refugio del alma. También de Matisse, cuyo uso del ornamento y la arquitectura doméstica resuena en los jarrones, plantas y objetos que habitan los lienzos de Atassi, tan importantes como los personajes. Todo forma parte de la arquitectura de la imagen, de esa teatralidad premeditada.
La artista se detuvo especialmente en una obra de Picasso que le fascina: 'La siesta' (1932), donde reconoce una vitalidad tan típica del malagueño, esa energía que se contagia al espectador. Para Atassi, las influencias no se encuentran solo en el estilo, sino en la escena misma. En la imposibilidad de empezar de cero: «Todos tenemos un padre y una madre», citó a Picasso. No hay culpa en mirar a los grandes. Al contrario: hay legado, diálogo, continuidad. La luz, por cierto, en sus cuadros es siempre artificial. Ninguna concesión al sol natural: todo es foco, escena, estudio.
Y, mientras todo eso ocurría en el auditorio y luego en la visita guiada, un vigilante de sala observaba a una visitante distraída acercarse demasiado al lienzo. Ese vigilante podría estar atrapado en uno de los empleos más monótonos del mundo. Y, sin embargo, como sugiere la hermosa y melancólica película 'Museum Hours', en los museos también se hacen amigos. Incluso se enamora uno. El arte, muchas veces, ocurre fuera del marco.
El museo como ágora, como sala de estar pública donde las palabras circulan con mesura, pero se piensan cosas altas. También como laboratorio, no solo de arte, sino de convivencia. Y sí, también como escenario de contradicciones: porque a veces no entendemos nada, porque hay días en que uno preferiría una cerveza al sol antes que otra retrospectiva. Y precisamente por eso hay que seguir acudiendo a estos lugares. Y si se puede, quedarse un rato más. A mirar. A dudar. A hacer preguntas. A ligar. Y, con suerte, a escuchar las preguntas y las respuestas que da el arte cuando uno ya se está yendo.
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