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FERNANDO MORGADO
Lunes, 12 de diciembre 2016, 00:41
Al igual que ocurre al inicio de la exposición de Arqueología, los fondos de Bellas Artes del Museo de Málaga, expuestos en la primera planta del Palacio de la Aduana, son presentados por una pequeña selección de obras que permiten no solo hacerse una idea de lo que se va a encontrar en el recorrido, sino también conocer cómo se gestó una colección que abarca ocho siglos.
El fresco que decora el techo del Teatro Cervantes sirve al museo para volver a introducir al visitante -como ya se hizo con la colección de los marqueses de Casa Loring- en el ambiente de la Málaga del siglo XIX. El boceto que se conserva en la Aduana de la obra de Bernardo Ferrándiz y Antonio Muñoz Degrain de 1870 se muestra nada más entrar a la primera sala. Si la Loringiana permitía conocer el ambiente social de la época, 'Alegoría de la Historia, Industria y Comercio de Málaga' resulta muy útil para hacerse una idea del ambiente urbano tras el paso de una ciudad conventual a una ciudad burguesa. Ferrándiz presentó esta pieza al concurso convocado por la sociedad que gestionaba el Cervantes. Se reservó los primeros planos que representaban al pueblo malagueño y los distintos hitos que en ese momento constituían la riqueza de la ciudad -el primer andén del Puerto, la estación de ferrocarril y los altos hornos de los Heredia-, así como los dos monumentos que personificaban la Málaga liberal y la conservadora: el dedicado a Torrijos de la Plaza de la Merced y la estatua de Manuel Agustín Heredia. En el centro del lienzo, una alegoría dedicada a la ciudad como matrona de las Bellas Artes. Para los fondos, el pintor solicitó la ayuda de Muñoz Degrain, aún en Valencia y que era más ducho en el manejo del paisaje, en este caso una vista de Gibralfaro. La alegoría gana el concurso y el cuadro queda en propiedad de la sociedad. Cuando esta vende el edificio al Ayuntamiento, el Museo de Bellas Artes de Málaga acude a la sociedad y realiza una de las primeras adquisiciones para su colección.
El del origen del Museo de Bellas Artes de Málaga es un caso particular. Mientras que la mayor parte de los museos españoles de Bellas Artes se crearon en la segunda mitad del siglo XIX como consecuencia de la encomienda que recibieron las Reales Academias de recopilar el patrimonio procedente de las desamortizaciones, en Málaga diversos motivos impidieron que esos bienes pudiesen llegar a formar una colección digna de un museo. Cuando se consiguió, en 1913, el de Málaga era un museo compuesto principalmente de obras modernas reunidas por la Real Academia de San Telmo. A estas dos vertientes artísticas está dedicado el siguiente espacio del recorrido, antes de comenzar con la colección propiamente dicha. De las paredes blancas del pasillo cuelgan parte del artesonado del techo del convento de Santa Clara y las ménsulas mudéjares del convento de la Merced, en las que están talladas figuras grotescas que representan los pecados capitales. Frente a ellos, un óleo del siglo XVII de autoría anónima de Santo Domingo de Guzmán, también procedente de Santa Clara, parece guardar la estancia.
Una representación de las primeras adquisiciones de la academia, dirigida desde su creación por el Marqués de la Paniega, cuelga de la pared de madera contigua. San Telmo se convierte en una institución de apoyo a los pintores malagueños y ayuda al sustento de algunas familias con la compra de obras. Es el caso de la viuda de Ferrándiz -representado en esta sala por 'Orfeo amansa a las fieras'- y de Bracho Murillo -'Flores y uvas'-. A la salida de este espacio, se echa la vista atrás hasta 1922, cuando en su sede de San Telmo el museo contaba con una sala de 'Maestros antiguos' gracias en parte a la labor de Ricardo de Orueta, que consiguió depósitos del Museo del Prado tan valiosos como 'El martirio de San Bartolomé', de José de Ribera, y 'San Francisco de Paula', de Murillo.
La pequeña colección de arte de los siglos XV y XVIII del museo que se considera patrimonio exclusivamente malagueño se compone principalmente de esculturas, como la Dolorosa y el Ecce Homo de Pedro de Mena y la cabeza de San Juan de Dios de Fernando Ortiz, y tienen un espacio reservado en el discurso expositivo. Esta última pieza fue depositada por un anónimo en la puerta del Museo de Bellas Artes el 12 de mayo de 1931, la noche en la que se produjo la quema de conventos en Málaga poco después de la proclamación de la II República. Alguien, al pasar por la calle Granada y ver las tallas de la Iglesia de Santiago apiladas a punto de ser destruidas, reparó en que la cabeza podía ser obra de Pedro de Mena y la donó al día siguiente dentro de un cesto.
Una vez iniciado el recorrido por la colección, al entrar a la inmensa caja blanca elevada por pequeños pilares que guarda las joyas de Bellas Artes, el visitante encontrará diez secciones que se desdoblan siempre partiendo de la escena local a la nacional. El color inunda el interior de los espacios, que recrean las pinacotecas del siglo XIX. El verde oliva y el azul acompañan al primer tema del relato de Bellas Artes: el género paisajístico, en el que los pintores locales destacaron en la segunda mitad del siglo XIX, especialmente en las marinas. Por sus medidas, sobresalen los óleos de los malagueños Emilio Ocón -'La última ola'- y su discípulo José Gartner de la Peña -'Destrucción de la Armada Invencible'-. Mientras, en el resto de la Península destacaba la escuela paisajista de Alcalá de Guadaíra, representada aquí por pinturas de Emilio Sánchez Perrier, que comparten pared con las vistas venecianas del coineño Antonio Reyna Manescau.
La segunda unidad viste de un intenso rojo la escuela malagueña de pintura, que arrancó gracias a la presencia en la ciudad a partir de 1867 de Bernardo Ferrándiz, del que se conserva un busto que sirvió de modelo para el monumento que el valenciano tiene en el Paseo del Parque. La escultura está acompañada de los lienzos 'El charlatán político', 'Estudio de anatomía masculina' y 'La Emplumada'. El otro protagonista de esta parte del recorrido es José Denis Belgrano, representante de la pintura de costumbres, con la pareja que forman 'Después de la corrida' y 'El quite de espadas', visiones complementarias de la fiesta nacional que cuelgan de las paredes del pasillo anexo. En el espacio reservado al ámbito nacional, muestras del arte romántico del sevillano antonio María Esquivel y los retratos firmados por Federico Madrazo y su hijo Ricardo.
La llegada de Muñoz Degrain
El siguiente apartado, acerca de la profesionalización de la escuela malagueña, continúa con la muestra en otra de las grandes salas de la primera planta del Palacio de la Aduana. El responsable del siguiente salto de nivel del círculo del pintores locales fue Muñoz Degrain, que se estableció en Málaga tras su colaboración con Ferrándiz en el techo del Cervantes. La gran colección que el Museo de Málaga posee del valenciano se corresponde con la propia voluntad del pintor de donar parte de su obra en el caso de que se formara una pinacoteca en la ciudad, lo cual finalmente se produjo en 1916. Esta se ha organizado a partir de la presentación de la producción de Muñoz Degrain más anclada en lo local, como el encargo del Ayuntamiento del episodio de la Guerra del Rif que quedó inconcluso bajo el título 'Los de Igeriben mueren' o 'Noche clara en la caleta', para después pasar a los paisajes -'El puente de la sultana'- y finalizar con su etapa más influenciada por la historia y la literatura, representada por 'Ecos de Roncesvalles'.
En 1922 un malagueño, Fernando Labrada, consiguió la primera medalla en la Exposición Nacional. A pesar de haber nacido en Periana y ser discípulo predilecto de Muñoz Degrain, Labrada vivió más tiempo en Madrid e Italia, motivo por el cual su óleo galardonado, 'Cabeza de estudio', está expuesto junto a otros representantes de la pintura a nivel nacional como Martínez Cubells. Las pequeñas dimensiones del retrato que hizo de su mujer dieron pie a que la crítica comentase con algo de malicia que nunca nadie había ganado un Premio Nacional con tan poco lienzo.
Los alumnos destacados de Bernardo Ferrándiz van a acaparar las siguientes tres secciones de la exposición: Moreno Carbonero, José Nogales y Enrique Simonet. Del primero, igual que de su maestro, el Museo de Málaga conserva un extraordinario legado gracias a la donación que realizó su nuera y que se unió a otras obras ya cedidas por el propio artista en vida, como 'Liberación de los cautivos de Málaga por los Reyes Católicos', guardada en el almacén visitable. El azul sirve de fondo para una habitación dominada por el impresionante lienzo de 'La meta sudante'. En la sala contigua, una representación de los pintores que, junto a Moreno Carbonero, triunfan en ese momento en el ámbito nacional. Entre las piezas, 'Una esclava en venta', de José Jiménez Aranda, sin duda una de las obras más interesantes de toda la colección de Bellas Artes, como prueba el hecho de que el Museo del Prado la recuperase temporalmente para inaugurar su sección de pintura del siglo XIX.
La visita por el Museo de Málaga ofrece mucho más aparte de la exposición de sus colecciones. Las instalaciones audiovisuales presentes tanto en la sección de Arqueología como en la deBellas Artes ayudan a entender mejor el discurso elaborado entre el propio museo y el estudio de Frade, que ideó los espacios en los que se emiten los vídeos realizados por Empty. El primero de ellos traslada al visitante a una gruta en la Prehistoria, donde interactúan los animales de las pinturas de las principales cuevas de la provincia. En la sección dedicada a la época romana, una pantalla interactiva plantea un juego sobre la Lex Flavia Malacitana. Y en Bellas Artes, en una habitación con varias filas de bancos, se cuenta la historia de Málaga desde la época musulmana hasta el siglo XVIII, donde empieza el recorrido. Las salas con obras de Picasso y Moreno Villa, que también cuentan con sus propios vídeos, se entienden mejor con la pequeña película sobre el nacimiento de la revista Litoral.
En la obra de José Nogales Sevilla influyó por igual el magisterio de Ferrándiz y de Muñoz Degrain. Su trayectoria es vista como el canto de cisne de la escuela malagueña, y la sala dedicada a sus producciones, de color mostaza, alberga también una unidad didáctica en la que se reproduce un salón burgués, que ayuda al público a entender el ambiente natural de las pinturas de la habitación. 'El milagro de Santa Casilda', que la Junta de Andalucía compró en Oviedo tras perderse su pista durante años, es otro lienzo emblemático del Museo de Málaga. La pintura fue presentada a la Exposición Nacional de 1892 y, a pesar de conseguir la primera de las varias medallas que ese año otorgó el jurado, no fue adquirido por el Estado, que prefirió comprar 'Flevit super illam', de Simonet. Nogales se estableció de nuevo en Málaga, ya con la fama nacional que le había dado el cuadro. Se cuenta que el pintor gaditano Sebastián Gessa, reconocido por su excepcional técnica para pintar flores, entregó simbólicamente su pincel al malagueño tras ver la perfección del ramo que porta Santa Casilda en sus ropajes.
La sala de Enrique Simonet Lombardo es considerada el 'sancta sanctorum' de la colección de Bellas Artes. En ella se encuentra la que quizá sea la pieza más icónica del Museo de Málaga: '¡Y tenía corazón!', también conocido como 'Anatomía del corazón'. El lienzo está enfrentado a 'El juicio de Paris', y entre ambos se puede observar la evolución de la pintura del artista valenciano afincado en Málaga: desde el influjo puramente español de sus años de formación, en los que imitó el claroscuro visto en Velázquez, hasta el luminismo mediterráneo de fin de siglo representado por el óleo de temática clásica. Entre ambos, a un lado se sitúa un boceto de 'La decapitación de San Pablo', el cuadro que puede verse en la Catedral, y, al otro, 'La bendición de los campos', de Salvador Viniegra, coetáneo de Simonet, la última gran pieza en incorporarse al museo tras su restauración.
Al dejar la sala azul, el visitante puede pasar de largo sin fijarse en un pequeño cuadro que anticipa el contenido que le espera al otro lado del pasillo. Se trata de 'Pareja de ancianos', firmado por un jovencísimo Pablo Picasso. La obra comparte pared con la representación del arte nacional de fin de siglo, que incluye el retrato de Ramón Piña y Millet de Sorolla y un guiño a la historia de Anita Delgado. Picasso va a ser el protagonista del tramo final de la visita, junto con José Moreno Villa, cuyo tránsito por las vanguardias queda patente en las piezas expuestas. En ese momento, el arte de vanguardia convivía con la pintura que procedía de la figuración del siglo XIX, y por eso 'Caballo blanco en el salón', de Moreno Villa, se encuentra justo enfrente de 'La ofrenda de la cosecha', de Cruz Herrera.
Picasso y la generación de los 50
El Legado Sabartés, el conjunto bibliográfico donado por el secretario personal de Picasso al Museo de Málaga, se explica al visitante en una pantalla junto a 'Cabeza de mosquetero', del genio malagueño, justo antes de entrar a la gran sala blanca que reúne algunas de las mejores obras de la extraordinaria generación local de los 50 -Barbadillo, Peinado, Alberca o Chicano-. También está presente el experimento que supuso la aparición del colectivo Palmo en 1978, que contaba con sus propios canales de distribución y su propia galería.
La última estancia del recorrido es precisamente la que guarda la que posiblemente es la obra más valiosa del Museo de Málaga. Por su tamaño y características nadie apostaría por ello, pero la dedicatoria que aparece junto a la figura de un anciano de perfil lo aclara todo: lleva la firma de Pablo Picasso. Se trata de una acuarela sobre cartón que el pintor, con 14 años, envió a su maestro Muñoz Degrain en la Navidad de 1895. Apenas un boceto que deja ver el prodigio técnico del malagueño.
En la misma sala, reservada a aquellas piezas que por su naturaleza no puedan estar demasiado tiempo en exposición, habitan por ahora otras acuarelas como 'Cervatillo' de Franz Marc y obras realizadas con técnicas mixtas como 'Du côte de l'URSS', de la Agustín Parejo School. Aún queda un espacio más por descubrir al visitante antes de la salida, y es aquel en el que se disponen los 'inclasificables' del Museo de Málaga, como un casco samurai que volverá pronto a su almacén, pues los materiales de los que está compuesto corren el riesgo de un rápido deterioro.
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