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Irene Manzano
Jueves, 23 de enero 2025, 18:12
Llega el momento del cambio de clase, Carlos Pino ha salido antes, el aula al que tiene que ir está más lejos y si no quiere llegar tarde debe contar con unos minutos de margen, debido a su parálisis cerebral, ha de convivir con muletas; a Patricia Jiménez le ha pillado en el final de un parcial, sus compañeros ya han terminado y el ruido de su marcha, la ha colapsado, con su trastorno de déficit de atención e hiperactividad, no puede concentrarse; Ángel Córdoba está a punto de dar una conferencia a un curso, está nervioso más nervioso de lo que querría,la culpa la tiene su Asperger. Sin saberlo, les unen tres circunstancias: son jóvenes, estudian en la Universidad de Málaga y sufren una discapacidad.
En 2011, a Patricia Jiménez (Algeciras, 2000), con 11 años le diagnosticaron TDAH, trastorno de déficit de atención e hiperactividad. El problema empezó mucho antes, cuando no aprendía al ritmo de sus compañeros de clase, leía con dificultades y suspendía asignaturas. «En el colegio me decían que tenía que espabilar, porque estaba en mi mundo y no me dieron ninguna ayuda e incluso me pusieron trabas». Ese mismo verano, su madre decidió acudir a un profesional privado que finalmente la diagnosticó y gracias a este dictamen, en casa pudieron ayudarla con los deberes y el estudio.
Dos años tenía Ángel Córdoba cuando empezó a hablar, un hecho nada extraño en su edad, en cambio, él dejó atónitos a sus padres. «Un día, en casa de mi abuela dije: «¿Me puedes pasar la sal, por favor?». Y se quedó todo el mundo perplejo». Se convirtió en un niño muy callado en tanto que curioso, le encantaba leer, observar y cuestionaba todo desde una perspectiva demasiado madura para su corta existencia. A los siete años y tras muchos estudios, le diagnosticaron el síndrome de Asperger, ahora conocido como trastorno del espectro autista.
No fue hasta bien entrada la adolescencia y por casualidad cuando descubrió qué le ocurría: «Un día, con 16 años, mientras buscaba unos papeles encontré los perfiles de diagnósticos y al enterarme sentí un gran alivio, fue como salir de la caverna, pude asentar mi grupo de amigos, mejoré un poco más mis relaciones y empecé a conocerme a mí mismo».
Carlos Pino (Londres, 2003) nació en el seno de unos padres jóvenes e ilusionados con la llegada de un bebé, ajenos a la vorágine que la vida les tenía preparado. A los 18 meses, a Pino se le diagnosticó una parálisis cerebral, poco después apareció un tumor en el nervio óptico del ojo izquierdo y en 2010 a causa de eliminarlo perdió la vista de ese mismo ojo.
A pesar de sus problemas de salud, el londinense recuerda con cariño su infancia: «Fue bastante buena, pero supongo que para mis padres fue dura porque eran jóvenes y les llegó un niño con una discapacidad bastante grave, para ellos fue un 'shock', pero para mí salvo momentos exactos, por ejemplo operaciones y recuperaciones en el hospital, para mí fue una buena infancia».
Destino: UMA
Estos niños que luego fueron adolescentes terminaron sus estudios obligatorios con un mayor esfuerzo que el resto de sus compañeros y decidieron continuar sus carreras profesionales en la Universidad de Málaga. Carlos Pino entró en Periodismo, Patricia Jiménez y Ángel Córdoba se decantaron por Educación Primaria.
«No pensé hacer Educación Primaria, no fue tampoco voluntad del todo mía sino que estuvo influenciada de casa porque vieron por mis actitudes y por cómo yo me comunicaba que era lo que mejor se me iba a dar y lo que a lo que yo probablemente me gustaría dedicarme», resaltó Córdoba. Ese instinto demasiado curioso, que después acabó en diagnóstico de TEA y que al principio no estuvo bien visto por compañeros del colegio y por ciertos adultos, sería el impulsor de su futuro.
Durante su tercer año de carrera, tuvo a un profesor de la asignatura de diversidad funcional que al conocer su caso le resultó de interés y quiso colaborar con él. «A partir de ahí ya empecé a dar ponencias, en la jornada de apertura, luego en Málaga, en cursos de verano, en sus clases y cuando me quise dar cuenta me dijo que si estaba interesado en hacer colaboración con su grupo de investigación y el año pasado obtuve la beca de colaboración del Ministerio», manifestó el futuro docente. En junio de este año se graduó de Educación Primaria y ahora, trabaja como investigador colaborador para doctorarse.
Patricia Jiménez dubitó antes de entrar en el grado universitario: «Tenía miedo de meterme en una carrera que no me gustara, sentirme frustrada o que me equivocara y saliera mal». Finalmente, venció sus temores y aunque el comienzo lo recordó como «chocante», al igual que Córdoba, se graduó el pasado junio y este curso ha iniciado el máster en Psicopedagogía.
Carlos Pino se trasladó directo de un colegio londinense al García Lorca de Málaga, luego pasó por el Liceo Francés para por último, aterrizar en la Facultad de Ciencias de la Comunicación donde empezó Periodismo. «Soy muy fanático de los deportes, me encanta todo tipo de deportes pero pocos puedo hacer. Mi conexión con el deporte es el periodismo, porque yo aparte de periodista soy nadador», destacó. Lo que comenzó como método de fisioterapia para la movilidad de los músculos, se transformó en una pasión.«Llegó un punto en el que mis entrenadores me dijeron que tenía nivel para poder competir y me metí a nivel competitivo», manifestó Pino.
Carrera de obstáculos
La vida de cada uno de ellos no ha sido fácil, tampoco sus caminos como estudiantes de la UMA donde se han tropezado con más de una piedra que han tenido que apartar a veces, sin ayuda alguna.
«Tuve una mala experiencia con una profesora que no se creía que tuviera TDAH y al preguntarle una duda en un examen, no me respondió, así que tuve que dejar la pregunta en blanco», denunció Jiménez. No era cuestión de estudio, sino de comprensión. «Este último año, me ocurrió algo similar, saqué un 6 en un examen cuando para mí estaba de 10 y en la revisión, llegué a la conclusión de que no había respondido bien porque no lo había entendido. El TDAH está olvidado para los adultos», sentenció.
En el máster de Psicopedagogía le es complicado atender porque lo cursa en turno de tarde y desde que le diagnosticaron se medica por las noches para poder tener más concentración durante el día, pero «el efecto de esta pastilla solo es de 12 horas, así que las últimas horas de clase prácticamente no puedo atender».
Ángel Córdoba señaló otros inconvenientes: «He tenido también mis dificultades para interpretar, para organizarme o hacer ciertos trámites, pero tampoco ha sido una cosa muy compleja porque he sabido con quién contactar para poder hacerlo». Y abrió un debate sobre la falta de psicología de algunos miembros del profesorado, a los que calificó de ser poco empáticos y sin destrezas emocionales.
La no adaptación de ciertas zonas de las facultades es otra de las problemáticas actuales en las que Pino puso el foco de atención: «El aulario de Isabel Oyarzábal, solo tiene escaleras. Las distancias a otras aulas también me complica mucho, siempre tengo que salir con más tiempo para llegar». Pero, reconoció que la UMA le ha ayudado en ocasiones, por ejemplo, ofreciéndole más tiempo para la realización de pruebas escritas o un compañero de apoyo para coger apuntes en su lugar.
Refuerzo positivo
A pesar de sus distintas vivencias, los tres coincidieron en mandar un mensaje de positividad a quienes se puedan sentir identificados con sus historias y les recordaron que no deben ocultar sus discapacidades, al contrario, eso ayudará a que encuentren un lugar donde sentirse cómodos.
«Para mí, es muy importante que tu círculo más cercano lo sepa, te va a ayudar y además encontrar tu rol, donde te vayas a sentir útil y te puedan entender, los que te quieren de verdad no te van a juzgar», sentenció Patricia Jiménez.
Ángel Córdoba manifestó que no creía ser ejemplo de nada porque consideraba que había tenido suerte pero porque se había cruzado con la gente adecuada y había sabido cómo jugar las cartas. Aunque apuntó de cara al futuro: «La neurodiversidad cada vez se va a hacer más notable, de hecho, ahora está habiendo un 'boom' y no solo porque haya más diagnósticos sino porque si no se educa y no se prepara al profesorado en atención a la diversidad».
Carlos Pino también se sentía muy afortunado con la familia que le había tocado. «Me apoyan en todo lo que hago, pero otros casos puede ser totalmente al contrario porque yo conozco muchos casos que las familias, como tienen un chaval de discapacidad, lo dejan en casa, le ponen la tele y ya está». Y expresó que le gustaría que en un futuro lo conozcan no por caminar con muletas, sino por ser un nadador o por su profesión periodística. Así que, en sus ratos libres, que son pocos, se dedica a impartir charlas a niños y adolescentes a los que les cuenta su historia de superación.
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