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Mery Carmona
Lunes, 23 de diciembre 2024, 18:05
Las semanas de curso han ido avanzando y Nicolás Servia sigue con la compañía de su madre. Al principio, podía ser algo casual, pero conforme avanzaban los días y ella seguía esperándolo en el banco a que saliera de clase, la pregunta cayó por sí sola: ¿por qué tu madre te acompaña a clases en la universidad?
Alumno de primer año del grado en periodismo, necesita su presencia para evitar accidentes. Día tras día, ambos hacen un camino de 10 minutos en línea recta para poder llegar a la facultad de Ciencias de la Comunicación, donde Fátima, su madre, intenta hacer tiempo hasta que su hijo salga de las aulas. Una Amaurosis congénita de Leber provoca que Nicolás tenga visión de túnel: «Yo ahora mismo te estoy mirando a los ojos y, para descifrar la ropa que llevas, o el color, tendría que bajar un poco la mirada». De 18 años y de Estepona, ha tenido la fortuna de contar con una inmensa red de apoyo familiar que se vuelcan con él.
«Viendo la ilusión, no lo dudé», comenta Fátima, quien ha dejado atrás su trabajo y su vida matrimonial para mudarse a un apartamento con Nicolás. «La mayoría opta por estudiar online, pero el día que el instituto hizo la visita guiada…», apenas puede terminar la frase cuando su mirada gira automáticamente hacia un ilusionado hijo, que no puede contener acabar de contar la historia por su madre: «Vi el aula de radio, el aula plató y supe que online no iba a tenerlo». Ella, por su parte, mientras asiente, acaba por reconocer que no iba a privarle de esa etapa por la comodidad de su familia.
Nicolás, a pesar de todo, no pierde el humor cuando se le pregunta por su condición. «Creen que es de nacimiento, pero yo no lo recuerdo así», sostiene a medida que se le dibuja una sonrisa por la fortuna que él mismo dice tener al no haber empeorado. De hecho, él mismo defiende que se alegra de no haber sufrido una pérdida progresiva ya que, de esa forma, no «echa en falta» ciertas partes. Durante los seis años de su etapa en el instituto, sumando la Educación Secundaria Obligatoria de cuatro años y el bachillerato de dos, tuvo a un monitor que le abría camino.
La adaptación en la universidad está siendo positiva, Nicolás considera que «no está representando una gran dificultad». No obstante, detecta algo que mejorar y es la distancia entre aulas que no termina de ser del todo concreta. Algunas cuentan con dos puertas para acceder y eso le complica saber dónde se encuentra en todo momento. Por suerte, también ha contado con la ayuda de sus compañeros de clase que se ofrecen a llevarle la mochila o le sugieren que se agarre a sus brazos para llegar al siguiente aula.
Fátima Marín, madre de Nicolás
Existe una beca con la que Nicolás podrá solicitar a un alumno que le acompañe llamada 'Beca para alumnos colaboradores con alumnos con diversidad funcional'. En ella, a un compañero que comparta clases con él, le abonarán una cuantía económica mientras le ofrece su ayuda. Mientras llega ese instante, Fátima se adapta a una nueva rutina: «Para mí significa dejar muchas cosas, nosotros vivimos en Estepona y nos hemos tenido que venir a Málaga». Una decisión que reconoce que volvería a tomar porque «la ilusión y las ganas compensan», pero que no quita que hayan dejado su casa, al padre de Nicolás o a sus abuelos en el hogar familiar.
A Fátima le dicen en numerosas ocasiones que estudie la carrera a su vez, pero ella se ríe rememorando aquella vez en que Nicolás le preguntó si acaso su madre había ido a estudiar con ella. Unos límites claros: «Imagínate hacer una exposición y que tu madre esté viéndote». Aun así, ambos comparten una dinámica muy envolvente, en la que intercambian miradas o afirmaciones que casi parecen escaparse del hilo. Los fines de semana, sin dudarlo, visitan Estepona.
Un gran deseo implica un gran compromiso
«Económicamente es bastante, porque es el doble de todo», un tema algo más duro de conversar. Sin embargo, ella mantiene su humor en alza a medida que explica que ellos, como padres, ya sabían que ese momento iba a llegar. Llevaban años «mirando un poco», aunque no imaginaban que fuese a ser «tanto gasto», sobre todo con la situación actual del alquiler en la capital malagueña.
A la espera entre clase y clase, es probable que Fátima esté paseando, disfrutando de un libro o en uno de los bancos del campus. Es una más, una madre que reconoce estar más tranquila al permitir que su hijo viva esta experiencia. Incluso los hobbies de Nicolás se convierten en un punto en común entre ambos, que acuden con regularidad a la biblioteca a «echar un vistazo a la prensa».
Es él quien no cree que haya cambiado su relación tener que ir juntos a la universidad día tras día. De hecho, es él quien admite que siempre han tenido buena relación y bastante confianza. Fátima no aparta la mirada de él cuando dice que Nicolás nunca ha tenido problema en reconocer que era su madre quien iba a acompañarle. «No podemos saber qué pasaría en otra situación, igual estaría solventando la situación, pero no del mismo modo o con la misma soltura», unas palabras que dedica a su acompañante para que no quepa duda de lo seguro que se siente con ella allí.
Al terminar la conversación, Fátima parece llena de orgullo: «El día a día va pasando, yo le veo avanzar, veo que él va pasando los cursos y, me da mucha alegría y satisfacción». Aunque su padre no se encuentra presente, ellos dos son capaces de traerle al mencionar que es tan aventurero como Nicolás. Comentan, entonces, que son cómplices de Nicolás y que nunca le ponen barreras, sino que intentan que no se quede nunca con las ganas de intentarlo.
Entre anécdota y anécdota, tanto Nicolás como Fátima van estrechando un lazo visible y apreciable. Saludos del personal de la universidad caen sobre la madre cuando pasan por al lado de ellos, y algo muy característico de ambos no desaparece en ningún hilo de voz: la sonrisa. Por eso, Nicolás, como futuro periodista no pierde las ganas y no deja que vean su condición como algo negativo, porque él mismo lo ve como un simple reto que, con ayuda de su cómplice, solventará.
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