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TERESA R. DEL SOL
Martes, 8 de febrero 2022, 00:03
Suena la alarma, a veces ni siquiera suena porque ya te has despertado; café, mucho café, sigues tu ritual de cada mañana, de cada semana que se repite como un mantra, te vistes sin mirar qué tiempo hace, aprietas la mandíbula. «¿Llego tarde?», te preguntas, vas a trabajar, vuelves, comes mientras ves el Telediario, mientras te asomas por una pantalla a observar lo que pasa en el resto del mundo, los precios suben, más desempleo, muere un niño, matan a una mujer, a veces ni siquiera escuchas lo que dicen y solo oyes el murmullo de la televisión con el de tu familia invadiendo todo el salón, recoges sin querer las migas del pan intentado contener la calma, vas a trabajar, vuelves, atasco, pitidos de gente enfadada con mucha prisa, ¿en qué?. Los dedos tamborilean sobre el volante, por fin en casa, cenas, otra vez el murmullo, la televisión siempre emite lo mismo, te vas a la cama y empiezas la lista mental marcando los errores, repasas el día de hoy en una autoevaluación que nunca consigue pasar del aprobado, mañana más, mañana más rápido, mañana mejor.
Ana Martínez, que trabaja en la Biblioteca General de la UMA como Personal de Administración y Servicios, no viene a hablar de su libro, 'La magia de volver a ti', viene a hablar de ti, de mí, de la vida, que no es otra cosa que el momento en el que estás leyendo estas líneas, en el que puedes mirar a tu alrededor y comprobar qué es lo que ocurre. Esta charla, que se celebró el pasado viernes en la Facultad de Ciencias de la Salud, contó con el abrazo y las palabras de Consolación Pineda, Silvia García, Sergio Calderón, Esperanza Ríos y Andrés Olivares.
A veces sentimos el peso incontenible de un mundo que nos encorva, que nos agacha la cabeza y no nos pertenece. La rigidez con la que damos cada paso y marcamos un camino que no sabemos si nos gustará cuando lleguemos a tampoco sabemos muy bien dónde, a toda rapidez como una carrera contra el tiempo «porque la vida es muy corta», y entre tanto, no has abrazado suficiente a tu madre, no le has dado las gracias al panadero o no has escuchado a los pájaros cantar, que también es complicado en una ciudad donde cada vez hay más edificios y menos árboles.
«Un día me di cuenta al pasear por un patio cercano que algo había cambiado, que algo era diferente y no sabía qué, así que paré y empecé a observar, y lo que pasaba era que los pájaros cantaban, esas son las pequeñas cosas, esa es la pequeña magia que te da la vida», contaba Ana Martínez desde una calma que llenaba cada espacio. Ella siempre dice que paradójicamente lo que le mantuvo anclada a una cama sin poder levantar la cabeza de la almohada, le salvó la vida. El cáncer sacudió todos sus cimientos para dejar un vacío bajo sus pies y alborotó todas sus expectativas para poder ver crecer las flores, para detenerse y respirar.
Todo lo que aprendemos no nos está enseñando a vivir, hace tiempo que giramos alrededor de otro sol digital y que los deseos no lo creamos nosotros, nos los imponen a cuenta gotas. Un cáncer aparece en tu vida como un ciclón, destructivo y entonces es cuando detienes la mirada sobre las manos de tus hijos, de tus amigos, de tus padres, de tus hermanos, de la enfermera que te inyecta la vía. Detienes la mirada sobre otros ojos y observas los colores que envuelven la luz.
Puede llamarse cáncer, accidente de tráfico, ruptura, enfermedad, puede tener muchos nombres y todos nos llevan a la inconsciencia anterior de no sentir el aire fresco por la mañana cuando salimos a la calle y el frío encoge nuestro cuerpo, de disfrutar de la risa de los que queremos. El libro de Ana Martínez no es solo un relato de un proceso oncológico, enfocado para las personas que atraviesan un cáncer o para los familiares, es un espacio donde ensanchar el alma y encoger los miedos tal como ella transmite con su voz. Vivimos o permanecemos en un continuo intento, esperamos a que algo estalle, y mientras la vida pasa, para por fin detenernos y escuchar los pájaros cantar.
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