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Salah Eddin posa en uno de los murales de la Asociación Marroquí. claudia san martín
La nueva vida que anhela Salah Eddin a sus 19 años

La nueva vida que anhela Salah Eddin a sus 19 años

La Asociación Marroquí ayuda a jóvenes migrantes a poder regularizar su situación, aunque esperan con impaciencia la reforma del Reglamento de Extranjería

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Lunes, 6 de septiembre 2021, 00:01

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Es todo sonrisa y alegría, aunque bajo la peligrosa curva del optimismo, el joven Salah Eddin de 19 años guarda muchos recuerdos amargos desde que dejó Marruecos con tan solo 17.

Aunque ahora su vida se tiñe cada vez más rápido de esperanza, como él, cientos de jóvenes extutelados esperan las buenas nuevas que llegan desde el Gobierno con la reforma del Reglamento de Extranjería, aunque nunca parecen cuajar. Rocío Roca, abogada de la Asociación Marroquí, es la encargada de trasladar a SUR las novedades y peticiones de las entidades como ellos que trabajan cada día por mejorar la vida de esos jóvenes migrantes que tras cumplir los 18 años se ven abocados a malvivir y a hacer mil malabares para poder encontrar un trabajo.

La historia de esta semana parte desde Salah Eddin, un chico marroquí que llegó al centro de menores de Melilla antes de cumplir los 18 años. En su país, este joven terminó la secundaria y también bachillerato, pero cuenta que no tenía posibilidades ni medios para buscar un trabajo digno y decidió jugar su vida a una carta: la de abandonar su hogar y a su familia para encontrar posibilidades más allá de la frontera. En las inmediaciones de la Asociación Marroquí, donde nos encontramos con él, recuerda esos primeros meses algo angustiosos y llenos de dudas. Una vez saliera del centro de menores tendría que vivir en la calle y, con el permiso de residencia caducado, poco podría hacer: «Probé suerte y me compré un billete para el barco desde Melilla a Málaga, pero no pude viajar con los papeles caducados. Luego volví a intentarlo, pero tampoco. Fue a la tercera vez, que tuve mucha suerte y pude venir», cuenta Salah con una sonrisa, consciente de que su situación es más que excepcional.

Cuando llega a Málaga, sin recursos ni red de apoyo, la única solución que encuentra está en la calle, aunque poco a poco comienza a hacer amigos y a hacer de la ciudad un lugar temporal en el que poder echar raíces. Cuenta que, aunque estuvo malviviendo en la calle unos siete meses, algunas noches sus amigos le dejaban dormir en sus casas, asearse o lavar la ropa, sin embargo, con toda seguridad, no es el estilo de vida que este joven imaginaba al llegar a las costas malagueñas. En ese camino conoció a la Asociación Marroquí, quienes le proporcionaron la asistencia necesaria para poder abandonar su situación.

Antes de entrar a uno de sus pisos de su red de acogida, donde ahora se encuentra, Salah pasó dos meses en un Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE) en Madrid, momentos que recuerda como «los peores» de su vida: «Fueron los peores meses que he pasado nunca, es como una cárcel sin haber hecho absolutamente nada. Comía y cenaba mirando a los Policías Nacionales... Lo pasé muy mal, no quiero volver a ver ese uniforme nunca», comenta entre risas sobre una experiencia nefasta que ahora se toma con humor. Tras esos 60 días en el CIE, tiempo máximo que puede pasar mientras las autoridades deciden si repatriar a Salah, se pudo quedar, de nuevo, por un golpe de suerte: «No sabes si te van a expulsar o no, es una condena sin sentido. Yo me quedé por la crisis con Marruecos, que al estar las fronteras cerradas no podemos volver», relata Salah.

Aunque sabe que pronto, y con todas las esperanzas puestas, esa reforma del Reglamento de Extranjería le permitiría obtener un permiso de trabajo y residencia, este joven admite que no puede esperar tanto para decidir sobre su futuro, algo que tiene muy claro y por lo que lucha cada día para poder lograr trabajar de informático, uno de sus deseos: «Ahora que soy joven es cuando tengo que hacer las cosas y buscarme un futuro, qué voy a hacer con 25 años y sin papeles... No puedo perder otro año sin trabajar y sin poder hacer nada», explica muy seguro de sí mismo. Por ello, y aunque aún es muy joven, ha decidido casarse con su novia, con quien lleva un año: «Lo de casarse ellos lo ven como una vía para vivir aquí, porque tendrían una autorización de cinco años de forma automática de residencia y trabajo. La única solución es que el Ministerio se ponga manos a la obra y acabe de modificar el Reglamento», confirma Rocío Roca, la abogada de la entidad.

Además, piden con contundencia que esos plazos para que los jóvenes obtengan los permisos necesarios se acorten, pues muchos de ellos cumplen los 18 antes de poder renovarlos y, sin solución alguna, se ven en situación de calle cuando tienen la mayoría de edad: «Ellos viven en angustia constante porque no saben qué va a ser de ellos cuando salgan del centro y no encuentren un trabajo. Además de cursos, nosotros intentamos buscarles un empleo, realizarles un currículum e impartirles talleres de español. Si no encuentran una asociación que los avale económicamente es cuando caen en la irregularidad», relata Roca, confiando en que en los próximos meses esta problemática llegue a buen puerto. También para Salah, que reconoce que «ojalá pronto todos los niños que están aquí sin sus madres y padres puedan volver a verlos pronto».

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