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Andrea, en el centro, jugando con unos niños de Arrabal antes de visitar el Museo Ruso.
Solidaridad de ida y vuelta

Solidaridad de ida y vuelta

Tres jóvenes que recibieron apoyo en Arrabal ayudan hoy a otros niños como voluntarias

M. Ángeles González

Lunes, 20 de marzo 2017, 00:41

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En Arrabal aprendió una lección de vida cuando era una niña y su madre recurrió a esta ONG para que le echaran una mano con los estudios: «Recibir ayuda no es malo, ni pedirla». Una máxima que Beatriz Navas intenta inculcar a los escolares que van hoy a clases de refuerzo en la misma asociación que tanto hizo por ella y a la que actualmente acude como voluntaria, «intentando devolver un poco lo que me han dado». «Lo hago por los niños, pero también es una manera de que mis monitores vean lo que han conseguido conmigo y de que yo lo pueda plasmar en otras personas», señala esta joven ecuatoriana de 21 años que cuando dejó de ser beneficiaria del programa Caixa ProInfancia en Arrabal decidió pasar a la acción y empezar a colaborar de forma activa con este colectivo ayudando a quienes hoy ocupan los pupitres en los que tantas horas pasó ella.

Lo mismo hicieron Nathaly Claros, de 19 años y voluntaria desde hace dos, y Andrea Rodríguez, de 16 años, que sigue acudiendo a clases de apoyo y actividades de ocio durante el curso, y en verano cambia el rol y trabaja junto a los monitores de las colonias urbanas. Tres jóvenes que, como tantos otros niños que acuden cada tarde a Arrabal, aprendieron a luchar por sus sueños y encontraron en los profesionales de esta asociación un gran apoyo que les hizo superarse cada día. Y en ellos encontraron un modelo a seguir.

Aquellas tres niñas que llegaron con algún que otro suspenso y con posibilidades de caer en el pozo del fracaso escolar se esfuerzan hoy por conseguir un porvenir y alcanzar sus metas: Beatriz, en el sector turístico, Nathaly en peluquería y estética, y Andrea en los idiomas. Unos caminos que han labrado con su empeño y también con el apoyo de Arrabal, donde no sólo progresaron académicamente, sino también personalmente. «Sin ellos yo sería diferente; soy una persona con las ideas muy claras pero al mismo tiempo tengo la mente abierta y es gracias a mis monitores», señala Beatriz, que durante su paso por el programa de refuerzo educativo y actividades de ocio descubrió que le gustaría dedicarse profesionalmente al llamado tercer sector, ayudando a los demás. De hecho, su sueño es estudiar Integración Social, aunque al no tener nota suficiente se decidió por el ciclo formativo de grado superior de Agencias de Viajes y Gestión de Eventos. De todas formas, no descarta conseguir entrar en el módulo que solicitó en primera opción «y poder trabajar en Arrabal».

La importancia del esfuerzo

Por ahora colabora como voluntaria cuando sus obligaciones académicas se lo permiten. Empezó hace dos años, acudiendo por las tardes al refuerzo escolar y en verano al campamento. «Creo que puedo ayudarles mejor y ellos confían más en una persona que ha estado en su lugar y además es joven», apunta. Además, intenta inculcarles «la importancia del esfuerzo».

Esta joven que llegó de Ecuador con sus padres en busca de una mejor calidad de vida se ve hoy reflejada en muchos de estos pequeños. «Yo era una persona muy cerrada y desconfiada hasta que llegué a Arrabal, donde viví una etapa muy feliz», recuerda Beatriz, que además de las clases de refuerzo recibía apoyo psicológico y ayuda para ropa y material escolar porque su situación económica familiar «siempre estuvo por debajo de la media». De hecho, cuando estudiaba Bachillerato se tuvo que poner a trabajar en el servicio doméstico para llevar dinero a casa, lo que hizo que se resintieran sus estudios.

En casa de Nathaly Claros tampoco sobraba el dinero, y no tuvo una infancia fácil. Con apenas cuatro años su madre partió de Bolivia con destino a Málaga, donde se reencontraron seis años después. Con varias asignaturas suspensas, en primero de la ESO llegó a Arrabal, donde vivió una etapa de la que sólo guarda buenos recuerdos. «Me ayudaron mucho y eran muy pacientes», señala esta joven de 19 años que está estudiando Peluquería y Estética e intenta sacarse el título de Secundaria. En lo dos últimos años, además, ha colaborado con la ONG como voluntaria, acudiendo por las tardes a la clases de apoyo y durante los veranos a las colonias. «Esta experiencia hace que valore más el trabajo de quienes me ayudaron y es una forma de devolverles lo que hicieron por mí», explica Nathaly.

Andrea Rodríguez llegó a Arrabal hace unos cuatro años porque algunas asignaturas se le atragantaban y su madre, monitora de comedor escolar, no podía costearle una academia ni un profesor particular. Esta malagueña de 16 años sigue recibiendo apoyo escolar en la ONG tres tardes a la semana para conseguir acabar Bachillerato con la mejor nota posible y poder cursar Traducción e Interpretación. Desde hace dos años también es voluntaria durante los meses de verano, y a pesar de que durante el curso son compañeros de clase, se ha ganado el respeto de los alumnos. «Puede que me vean como una colega, pero si les tengo que regañar saben que lo voy a hacer», comenta esta adolescente, que se interesó por el voluntariado viendo el trabajo que realizaban con ella y los otros niños.

«Gracias a Arrabal he podido sacar los cursos adelante y crecer personalmente; les agradezco todo lo que me han aportado», afirma Andrea, que como sus compañeras también siente que su colaboración en verano es una forma de ayudar a la asociación, que en el último año ha prestado servicio a 281 menores con dificultades en la capital.

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