Mi primera vez
Vi la luz al final del túnel. Dos veces o así. Me estrenaba en la Media Maratón y tenía respeto e ilusión a partes iguales
ÁNGEL DE LOS RÍOS
Lunes, 7 de abril 2014, 20:09
«Cariño, ¿qué tal?». «Bueno, los ha habido mejores». La respuesta de mi novia era la esperada. «Todos tenemos una primera vez». Paños calientes. Algo ... me serenó. Era mi primera Media Maratón y tenía respeto e ilusión a partes iguales. La entrada en el estadio de atletismo coincidió con El incendio de Sidonie en mis cascos. Así que pisar el tartán fue como un éxtasis. Yo tenía mi objetivo claro: terminar entero. Y lo conseguí. ¡Pues genial! En esos 21 kilómetros había visto a corredores caer por el camino. ¡Cuánto daño ha hecho el picudo rojo! Marchando pegaditos a la línea de escuálidas palmeras para aprovechar su famélica sombra.
Me gusta esa gente que se viste igual que sus colegas para correr y hasta llevan la misma cadencia de zancada. Entran abrazados en la meta. Pero al cumplir el kilómetro 5 de carrera yo me di cuenta de que allí no hay amigos. Ya había dejado atrás a dos y el único que me quedaba, Pablo, me dijo: «Te espero». No, chaval: aquí no corres con nadie, salvo contigo mismo y con tus circunstancias. Bueno, y tu Runtastic. El día antes trabajé hasta tarde y, entre una cosa y otra, acabé acostándome más allá de las dos de la madrugada. Y quizá la paella del mediodía anterior no está en el decálogo del fondista. Así que «tira tú, Pablo».
Vi la luz al final del túnel. Dos veces o así. Llegar al Morlaco era pan comido, pero dar la vuelta y volver sobre tus pasos era otro cantar. Diez kilómetros en las piernas y dicen que 23 grados, pero la sensación térmica era como correr en un asador de pollos. ¡Dios bendiga los puestos de avituallamiento! Y yo que decidí que como ya no me cabía más agua en el estómago iba a empezar a echármela por la cabeza y el cuello. No sólo refresca, sino que te da un plus en meta porque parece que lo has dado todo.
En los últimos kilómetros, si ibas de escoba como yo, te acompañaba una corte de zombis de Walking Dead y caminantes blancos de Juego de tronos. Hasta la gente que aplaudía a los lados de la carretera nos animaba con menos ganas: «¡Joder! ¿Cuántos son?». En esos momentos te preguntas: «¿Y si me voy a casa?». «No, mierda. El coche está junto al estadio». Pues nada, a correr.
Pero ya ves el arco de entrada. Y llegas a la pista. Ya sabéis, Sidonie a tope. Está todo hecho: has perdido la virginidad. Pero, tienen razón, duele, y mucho. Litros de vaselina no te van a librar de las ampollas. Es mi primera vez y no me puedo quejar. Te sientes en el club de los guays, de esos que ya van a por su segunda vez. Y me asalta un compañero de prensa en meta y me dice: «¿Sabes que corre un señor de 79 años que ha llegado antes que tú?». La gente de la Media Maratón de Málaga se dividía este año entre los que llegaron antes y después de Dani Rovira. 1 hora y 55 minutos. Yo, para los míos, estoy en un escalón inferior: el de compararme con el abuelo de la prueba.
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