Echar el cierre

Se están cerrando también librerías y tiendas de ultramarinos, quiero decir de pequeños comercios que en tiempos donde teníamos posesiones en ultramar se llamaban así. Ese comercio, que me resisto a calificar de «entrañable», ya que esa palabra está descalificada por el abuso, hasta el punto de convertirse en algo que todo lo nombra, era el más usual en las barriadas. Llegaron, por fortuna, creo, los grandes almacenes y desaparecieron las tiendas donde se vendían lo mismo unas alpargatas que una lata de atún. Unas arencas que eran como la circunferencia de un retablo y aquellos bacalaos que colgaban del techo como banderolas. También había tubos cilíndricos donde el aceite subía y bajaba. De niños pensábamos que había yacimientos de olivares debajo de aquellas humildes tiendas, que casi todas hacían esquina.

Más grave aún me parece que se estén cerrando algunas librerías, aunque mucha gente, o toda, las necesite menos que el comer. Menos mal que siempre hay gilipollas que adquieren 'best-sellers' y esperan ávidamente a que aparezca alguno, generalmente traducido. No es bueno que se cierren establecimientos. Debiéramos estar abiertos a todo y entrar sólo en algunos.