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Ana de Pombo, en la imagen, era una enamorada de Marbella. :: SUR
HISTORIAS DE MARBELLA

Una mujer singular: Ana de Pombo (II)

CATALINA URBANEJA ORTIZ

Domingo, 11 de abril 2010, 03:58

LA polifacética santanderina Ana de Pombo, llegó a Marbella en la Semana Santa de 1957 para «reemprender, por enésima vez, la vida». Y en esta orilla del Mediterráneo se estableció definitivamente. He hablado con personas que la trataron en su día a día, -la dependienta de su boutique, alguna amiga o el taxista que contrataba para sus viajes-, en cuyas opiniones he podido entrever el respeto que despertaba entre quienes la trataban.

Más allá de opiniones personales, Ana de Pombo fue un mito admirado, criticado y respetado por su singularidad. La gente la admiraba, criticaba y respetaba con ese sentimiento que despiertan en el ser humano los seres diferentes. Era 'la Pombo', un poco bruja, familiar, atractiva y esencialmente correcta que, si bien pretendía integrarse con el pueblo, no lo consiguió pues estaba en otro nivel.

Destacaba por su indumentaria. Vestidos camiseros con mangas al codo y mucho vuelo en la falda, sombrero tipo canotier algo ajado, por el que sentía predilección. «Alucinante, diferente, con una estela muy particular. Bohemia», la describe Beatriz Serrano. «Era, en mujer, una adelantada a sus tiempos», escribió Antonio D. Olano.

Su vida estaba llena de contradicciones. No sabía coser, pero sus sombreros alcanzaron fama internacional; se confesaba iletrada, pero alternaba en los círculos intelectuales y redactaba reseñas de moda para el 'Sol de España' mientras tomaba el aperitivo en la terraza del Salduba. Pionera igualmente en la defensa del Patrimonio, en su introducción a la Guía histórico turística de Marbella del doctor Maíz Viñals declara su amor hacia esta ciudad, «un milagro es todo en este rincón de España: Marbella». En ella expresaba su decepción ante las demoliciones de casas antiguas, y recomendaba que «guarden sus muros, sus fuentes, sus puertas, para ejemplo de lo que fue el pasado de Marbella y el pasado de ellos mismos».

De Santa Petronila pasó a una boutique-peluquería en los bajos de la casa de don Adolfo Lima, «la primera boutique de modas que se abrió en Marbella». Más tarde vino 'Maroma', salón de té frecuentado por ilustres visitantes como la duquesa de Kent. Pocos sospechaban en aquellos momentos que 'Maroma' pasaría a la posteridad, más que por el glamour de su clientela, por los paneles inspirados en el flamenco que dibujó Cocteau en 1961.

Manoli trabajó entre 1966 y 1968 en la tienda de la calle Valdés, un local coqueto, decorado con grabados de Goya, hierro y cristal; chimenea y columnas antiguas, probador. Un marco vanguardista en el que atendió a sus clientas y pudo deleitarse viéndola diseñar sus sombreros, «los grandes señores de Marbella». Destaca su ingenio creativo y la facilidad con que materializaba unos diseños que adquirían sus fieles seguidoras -Beatriz de Saboya, las duquesas de Peñaranda y de Alba, entre otras-, pues sus propuestas eran aceptadas por cientos de incondicionales. Aún recuerda el día que traspasó sus puertas Audrey Hepburn, y compró cuatro pamelas.

En una publicación del museo del traje de Madrid, Lola Gavarrón rescata del olvido la profesionalidad de esta mujer: «en accesorios, nadie supera el talento y la magia de Ana de Pombo. Instalada en la Plaza de los Naranjos de Marbella, hace sombreros inimitables» a una clientela internacional para quien «valen el viaje a Marbella tanto como las bellezas de la preciosa villa marina recién descubierta».

Pablo, su marido, era un enfermo del corazón que vivía a su sombra. Gracias a él contactó con el mundo del arte y se le despertó la curiosidad por las antigüedades, de las que llegó a ser una experta. Fue el creador de «esa casa pintada en negro, por la que suspiraba Balenciaga, y que es la de Ana de Pombo», en cuyas paredes estaban los paneles de Cocteau junto con un cuadro de Agustín Hernández.

El Cristo, su regalo

Mujer de fuertes convicciones religiosas, carecía de fortuna y, en ocasiones, recibía ayuda económica de algunos amigos y de su familia de Ampudia. De allí vino, envuelto en una manta sobre la baca del Seat 1500 de Juan Navas, el Cristo que regalaría a la iglesia de la Encarnación. ¿Qué pensaría doña Ana si viese la actual apariencia de esta imagen tras su 'restauración'? ¿Qué le comentaría a su buen amigo, don Rodrigo Bocanegra? Muy decepcionada, admitiría que en este pueblo aún existe un elevado nivel de ignorancia, sutilmente escondida bajo una sólida capa de hipocresía.

'Doña Pombo' trató de implicarse en la vida cotidiana de una ciudad que empezaba a despuntar como centro de vacaciones. Prueba de ello era el contacto que mantenía con Juan y Antonia, a cuya boda asistió como una más; sus balcones llenos de geranios, su participación en los concursos de adornos feriales. Enamorada de Marbella, disfrutaba con lo que hacía, «vino a dar más que a recibir».

Y cuantos la quisieron lamentan la pérdida de su legado, porque esta ciudad dejó escapar la oportunidad de seguir sus pasos y su recuerdo ha quedado limitado a las crónicas sociales. Una mujer poco valorada, porque mucha gente tiene calle sin merecerlo, excepto ella, que tanto dio por este pueblo, piensan quienes la trataron.

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