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Futuro español

JUAN FRANCISCO FERRÉ

Martes, 24 de octubre 2017, 08:20

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Decía Wittgenstein que imaginar una lengua era imaginar una forma de vida. Imaginemos un futuro apocalíptico en que el español sea una lengua muerta. Una lengua que nadie habla ni escribe y que solo es conocida por algunos especialistas. Imaginemos lo que un extraño arqueólogo del porvenir sería capaz de desentrañar descifrando los signos de la lengua de Berceo, Cervantes, Quevedo y Borges. Esto puede sonar a fantasía descerebrada de algún nacionalista periférico, pero cabría imaginar un destino idéntico para el vasco, el catalán o el gallego, por no hablar de la jerga ceceante de la futura república andalusí.

El español es extranjero hasta en su misma lengua. El nombre se lo pusieron fuera de sus fronteras castellanas y allí fue donde esta lengua medieval se hizo grande, prosperando en la historia, la geografía y la demografía. El español, según Somerset Maugham, es la mayor creación literaria de los españoles. Esa creación superior no es otra que el diccionario de la lengua, esa trepidante novela de aventuras de las palabras en pos del significado.

Con o sin Colón, borrado de las efemérides por un fariseísmo progre, el futuro del español se decidió en 1492 y así lo anticipan a diario los casi seiscientos millones de hispanohablantes. Algún día el español será la lengua occidental más hablada del mundo, como ya es una de las lenguas bífidas de las que más se abusa en otro continente, ese vertedero virtual de información y ruido que es internet. Y, sin embargo, los expertos no se ponen de acuerdo sobre si la lengua española es un valor que cotiza al alza o a la baja en el mercado global.

El español es de los hablantes y también de los escritores que explotan las posibilidades de significación, juego y belleza encerradas en su gramática austera. Explorando, de ese modo, el misterio temporal que, como decía Lapesa, «se guarda en el ser y el devenir de nuestra lengua».

Tenía razón Cabrera Infante cuando provocaba diciendo que el español era demasiado importante para dejarlo en manos de los españoles. Eran tiempos en que los lingüistas defendían la pureza franquista del idioma como si fuera el virgo intacto de una doncella castellana. Cuando España se democratizó, Cabrera invirtió sus polémicas palabras para sentenciar que el español era demasiado valioso como para abandonarlo a la desidia de los dialectos.

Hoy, además de los dialectos aldeanos, tenemos las jergas gremiales, las neolenguas políticas, el periodismo precario, la literatura deficiente y las traducciones maléficas. Pero la pureza me sigue pareciendo un ideal nocivo. No hay lenguas puras como tampoco hay pensamientos impuros. Todo nace del mismo crisol caótico y vulgar. No hay lengua que no intente expresar la vida en toda su complejidad y riqueza. Así en el siglo XI como en el XXI.

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