SIN LARIOS
Posverdad es la palabra del año y aquí tenemos la nuestra de andar por casa
Antonio Javier López
Domingo, 4 de diciembre 2016, 18:54
Secciones
Servicios
Destacamos
Antonio Javier López
Domingo, 4 de diciembre 2016, 18:54
Hace unos días, el 'Diccionario Oxford' elegía la que a su juicio es la palabra del año que termina: 'posverdad'. El término alude al proceso por el cual millones de personas toman decisiones que afectan a la comunidad, dejando en un segundo plano las cuestiones objetivas, los datos, para primar aspectos emocionales y prejuicios personales. El palabro viene a cuento después de que varias consultas populares hayan dado un resultado que pocos esperaban a la luz de las sesudas encuestas precedentes: la salida británica de la Unión Europea, el rechazo al acuerdo de paz en Colombia y el ascenso a la presidencia de Estados Unidos de un sujeto como Donald Trump.
El asunto viene a resumir que ya da igual que alguien mienta; que lo haga de forma descarada y reiterada; que invente, insulte y denigre; que sea ambiguo hasta en lo más elemental de su discurso... Si ese alguien es capaz de mantener un mensaje vigoroso que pulse las teclas de la frustración acumulada, del deseo de venganza contra el sistema que ha dejado a tantos en la estacada y que ofrezca la promesa de un futuro mejor... Ese alguien puede hacerse con el poder sin importar si lo que dice es cierto o falso. Claro que aquí todavía nos queda un poco lejos la posverdad como destilado socio-político-económico-periodístico. Aquí seguimos con el tradicional marear la perdiz para ir ganando tiempo, con decir una cosa y la contraria sin solución de continuidad, con la cortina de humo como tela con la que confeccionar el traje del emperador. Y si aquí hay un emperador, ese es el alcalde.
El alcalde lleva en el negocio desde antes de que nacieran las tres últimas generaciones y su valía queda demostrada en su capacidad intacta para seguir sorprendiendo a la concurrencia con novedades en su repertorio. Lo ha vuelto a hacer esta semana. Coincidiendo con una Comisión de Transparencia sobre las cuentas municipales, el alcalde planteaba el martes cambiar de sitio la estatua del Marqués de Larios y el miércoles decía que nadie debería lanzar esa idea sin tenerlo claro. Un nuevo caso de contradicción, de ese carácter dubitativo que algunos le afean y que le presenta como un ventrílocuo de sí mismo, con una mano metida por el cogote de una representación a escala de su figura que dice cosas sin pensar y con la que tiene que discutir en público. Un José Luis Moreno en el escenario político que parece Monchito, pero es Rockefeller, con su traje oscuro y su 'toma Moreno' antisistema. Porque el sistema es él. Y nadie puede torpedearlo como él, con su mijita de posverdad incluso.
Sucedió en el penúltimo pleno municipal, cuando la oposición preguntaba por el millón de euros extra que había que meter en el Pompidou y en el Museo Ruso para cuadrar sus cuentas. No se lo preguntaban a él, pero él pidió la palabra... para decir que está trabajando para que se amplíe el Museo Picasso Málaga en el colegio de San Agustín y que si allí estaba prevista la Biblioteca Provincial, que se busquen otro sitio. La institución que dirige el alcalde no tiene ni voz ni voto ni competencias ni nada que se le parezca sobre el Museo Picasso ni sobre la Biblioteca Provincial, pero en muchos casos logró lo que buscaba: el titular con el tema del Picasso y la letra pequeña para las cuentas sin cuadrar que sí son de su incumbencia.
Ahora amaga con mover al marqués y la ocurrencia ofrece un delicioso requiebro histórico: un alcalde ejecutando una acción que otro alcalde prohibió a un colectivo artístico hace casi 25 años. En el verano de 1992, la onda expansiva de los fastos por la Expo de Sevilla llegó al resto de las provincias andaluzas con un programa de actividades culturales y para Málaga se escogió la propuesta 'Sin Larios', de los Agustín Parejo School, que, fieles a sí mismos, plantearon bajar al marqués a pie de calle, ponerlo en el paso de peatones de la Acera de Marina como en un Abbey Road malaguita y subir al pedestal la Alegoría del Trabajo que mira al aristócrata desde abajo. Al fin y al cabo, no sería la primera vez que la encaramaban ahí arriba: ya la pusieron en lo alto del monolito durante la República... y después tiraron al mar la estatua del marqués. Los Parejo no iban tan lejos, pero el alcalde Pedro Aparicio dijo que semejante cosa no era posible y escribió su explicación aquí mismo, en un artículo con el título en latín, también fiel a sí mismo.
Un cuarto de siglo después, el alcalde plantea mover al marqués. O no. En fin. Ya veremos. Habrá que estudiarlo. Y así hemos pasado otra semana, en nuestra pequeña posverdad cotidiana.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Recomendaciones para ti
Favoritos de los suscriptores
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.