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RELACIONES HUMANAS

‘Amimefuncionismo’ y otras patrañas

JOSÉ MARÍA ROMERA

Domingo, 27 de noviembre 2016, 10:25

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Con motivo de su último congreso celebrado estos días en Madrid, el Grupo Español de Pacientes con Cáncer (Gepac) ha hecho público un informe acerca de las falsas terapias que a estas alturas del siglo XXI se les siguen presentando a los enfermos como alternativa o complemento de los tratamientos médicos de base científica. Si no fuera por el inmenso daño que están causando entre los pacientes crédulos que abandonan los tratamientos para ceder a su palabrería, la sola enumeración de sus nombres causaría hilaridad. Merece la pena reproducir la lista ofrecida en el informe: reflexología, quiropráctica, psicoanálisis, programación neurolingüística, ozonoterapia, osteopatía, naturopatía, suplemento mineral milagroso, medicina biológica, iriogenética, iridología, homeopatía, hidroterapia de colon, flores de Bach, EMDR o desensibilización por medio de movimientos oculares, dieta alcalina, dianética, constelaciones familiares, bioneuroemoción, biomagnetismo y... ¡angeloterapia! ¿Cabe mayor repertorio de falsos tecnicismos, esdrújulos y polisílabos con toques de magia abracadabrante? Aunque diferentes en alcance y peligrosidad, todos ellos componen un repertorio de embustes cuya magnitud obliga a hacerse de nuevo ciertas preguntas sobre la ilimitada capacidad del ser humano para el autoengaño. Y para la resistencia al progreso. Y para creer al primer charlatán que se le cruza en el camino.

Que personas que sufren dolencias extremas sean capaces de abandonar sus tratamientos médicos para optar por alternativas seudocientíficas y productos milagrosos hace pensar que o bien queda aún mucho camino por recorrer en la educación de la gente o bien el poder del pánico y la desesperación es más fuerte que el de la razón. En el auge de las seudomedicinas influyen, por supuesto, las colosales inversiones publicitarias de algunos de sus promotores, reforzadas en ocasiones por la entrada de sus productos en un circuito farmacéutico oficial más preocupado por elevar sus ingresos que por cumplir con honestidad la misión que le corresponde en la protección de la salud de sus clientes. Pero más peso tienen las actitudes anticientifistas extendidas por la cultura de la desconfianza. Por alguna extraña razón son muchas las personas que no tienden a vincular la calidad de vida que han alcanzado individual y colectivamente con los avances científicos que la han hecho posible. Dado que tienen de la ciencia una imagen novelesca, deshumanizada y amenazante, para ellas la búsqueda de una alternativa «natural» se convierte en objetivo de primer orden: el mito de lo natural deja de limitarse a inspirar unas preferencias, unos gustos o unos hábitos, para erigirse en principio máximo de sabiduría. No es que renunciar a la medicina (es decir, a todo el saber humano alcanzado por medio de métodos científicos) las convierta en ignorantes, sino, más bien al contrario, para ellas los ignorantes son quienes confían ciegamente en un sistema de salud de probada ineficacia. Ellas están en el secreto. Y han accedido a éste no por medio de estudios, investigaciones y pruebas de laboratorio inspiradas por quién sabe qué ocultos intereses, sino por experiencia directa.

Es aquí donde aparece la arrolladora capacidad de persuasión del amimefuncionismo. ¿Por qué arriesgarse a ingerir unos fármacos sometidos a rigurosos controles y ensayos clínicos antes de su comercialización cuando se tiene a mano el remedio casero que tanto le funcionaba a la abuela? ¿Qué necesidad hay de creer a los profesionales curtidos en el estudio y la práctica prolongada cuando el vecino nos ha asegurado que lo que a él le funcionó fue la osteopatía combinada con las flores de Bach? En estos casos el verbo «funcionar» significa bastante más que hacer efecto o curar: es sinónimo de estar en lo cierto, de haber hallado la piedra filosofal, de dar un corte de mangas a la soberbia de la medicina oficial. Claro que a menudo el amimefuncionismo actúa de oídas, a partir de unos testimonios de difícil comprobación o por medio de esa nueva pista de aterrizaje abierta a toda clase de bulos que es internet.

A los racionalistas se nos olvida a menudo que las verdades, por muy contrastadas que sean, no tienen más asegurada su propagación que las creencias, los mitos o las patrañas. Ni siquiera cuando están en juego valores tan preciados como la salud o la propia vida. El ser humano no está programado para la búsqueda de la verdad, sino para la supervivencia, y eso hace que muy frecuentemente sus decisiones estén dictadas por la huida del dolor. Que es lo mismo que decir por la ceguera, la superstición, la ilusión de felicidad o las falsas esperanzas. Así las cosas, la lucha contra las seudomedicinas se antoja todavía larga. Pero con pequeñas victorias, como la que revela el comunicado de la autodenominada Asamblea Nacional de Homeopatía en respuesta al informe de la Gepac: «el uso de la homeopatía en el paciente oncológico reconoce persigue tratar los síntomas asociados a los efectos secundarios de la quimioterapia y la radioterapia». O sea, que ni cura ni remedia. Tan solo «persigue mejorar los síntomas asociados a los efectos secundarios»: algo hemos avanzado.

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